Jul 222014
 

Cumplimos el primer mes de verano, la época más celebrada por casi todos, incluso esos de la angustia “por la calor”. Son días de descanso para muchos, reflexión para otros, y divertimento. Mucho jolgorio. Hay infinitas canciones que nos recuerdan el estío: “Un rayo de sol”, “Vive el verano”, “Summer nights” con los eternos Sandy y Danny Zuko. Y más cine y televisión, con “Verano azul”, “Verano del 42”, “Sé lo que hicísteis…” el último verano, claro. Y, además de las notas del cole -mejor para quien apruebe-, la paga extra -a quien le toque-, las caravanas -bendita DGT-; rebajas, barbacoas, brasileñas -turistas, no confundir con depilación, que también); gazpachos y sombrillas, inevitablemente éstas también llegan: ¡Las verbenas!
No hay festejo popular interior o de playa que no cumpla el ritual, ni lugar más prolijo en ferias que Spain porque is different. Of course! Y de un tiempo a esta parte pues, oigan, como que no nos faltan ni en invierno, otoño… o primavera, siempre llena ésta de capullos. No hay más que asomarse a cualquier noticiero y asumir que vivimos una continua verbena. Desde que el zapatero dejó de ser remendón y el herrero trincha con cuchillo de palo. Es decir: desde que el mundo es mundo y casi siempre. Sigo, sigo el tema que me ocupaba: chirigota y fiesta. ¡Fiesta! Desde tiempos de moros y cristianos la hubo, y ¡cómo no seguir las tradiciones a través de los siglos hasta en este avanzadísimo, tecnológico y sideral XXI!
El Cante de las Minas, La Tomatina, El Toro de Vega… y, por supuesto, todas las santas, santos y apóstol Santiago de rigor, con eventos miles en su honor. Desde la exaltación de la horchata (en la valenciana Alboraya, por San Cristóbal) a la camisa de currante (“el blusa” vitoriano por La Blanca) ¿Faltarán motivos? ¡Estaría bueno! Ya que, por tamaño festejo en Tordesillas, y tantos otros, hablamos de cuernos, reconozcamos al verano como tiempo también de grandes amores que, unos por antes otros por después, acaban en… eso. Y luego están los Sanfermines, claro.
Trescientos cincuenta y pico días por delante de lloros y penas para poder volver a correrlos, con bravura, desafiando al peligro, decididos y sin parar. Un contrarreloj de vértigo no por repetido exento de incertidumbre, vigía y deseo de llegada sana y salva. Ocho días de encierro. Que se vuelven encerrona cada día el resto del año. Cuando el 12 de septiembre toca pagar el novísimo y carísimo -cada vez más- material escolar del retoño, abultado hoy de tablets trifásicos y artilugios de última generación que en nada recuerdan ya a las Álvarez y los Rubio. Sí, sí: enciclopedias y cuadernos de escritura, para quien quede sabiendo qué son. Cuando el 20 de diciembre se hacen colas ya en albergues y locales sociales para las comidas y cenas a todos a quienes otra vez más alguien olvidó regalar por la blanca navidad. Cuando el 14 de febrero se canta al amor de lazo almibarado y miles y miles de estudiantes libran, atorados, la primera batalla de créditos por examen que a veces cuestan más que en un banco. Cuando cualquier taitantos de abril llega oportunamente Agencia Tributaria -Hacienda, para el común de contribuyentes- y crea un perpetuo efecto sauna de sudores por cuadrar cuentas en casa… salvo que hayas paseado Suiza.
Cuando todos los 10 de cada mes compruebas que aún has cobrado tu cotizado paro cual suerte de premio que otros millones de iguales desempleados en cola quizá no logren siquiera una vez en vida.
Cuando, cómo no, de cuatro en cuatro años, mínimo, si no cruzan antes agendas de calendarios colaterales, el solo presupuesto electoral bastaría para cubrir otros cuatro -años- más algunos bienes de primera necesidad en el país.
Carreras conflictivas pues… inclusive las de sacos con tacón del orgullo gay hacen peligrar dientes, para regocijo de odontólogos pro-carilla. Y “carillos”.
¿Han visto los apuros hasta de Su Majestad con los suyos -tacones- en la reciente visita a París? Lloremos, sí, hasta el próximo chupinazo. Por nuestro particular camino de piedras. Buscadas o impuestas, no hace falta esperar veranos, la calle estafeta ni peep-toes de vértigo para caer de la fiesta con las mil una variopintas amenazas del día a día tambaleándonos para hacernos perder pie.