alberto

Nada es casual

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Feb 202024
 


He felicitado a Ana Samboal, porque es justo y necesario, como se dice en misa. Yo celebro mucho lo bueno que le pasa a mi familia, a mis compañeros, a la gente que aprecio. Me alegra como si fuera mío o más. Y entiendo que esté agradecida con su premio de la Asociación de Víctimas del Terrorismo por su apoyo como profesional siempre; y personal, sin duda que añadido. Y también emocionada, no puede ser menos. Porque la ocasión que vivimos, y el significado que tiene, lo vale.

Estudié mi carrera en el País Vasco. Conviví día a día cinco años con una sociedad noble, aparentemente fría. Sólo por coraza. Ha sufrido. Pero es leal y es fiel. Dos cosas que hoy no son “tendencia”, para nuestra desgracia. Tratándose de Periodismo, no era una facultad fácil. Pero esa parte de caldo de cultivo ideológico radical que había junto a otras sopas nunca me aleccionó ni fue amenaza. Pude manejarme bien con cada tipo de profesorado y todas las doctrinas imaginables. Creo que allí aprendí lo importante que es observar. A fin de cuentas eso hace un científico, de la Información yo, en ese caso. Y a relajar y, porque la verdad absoluta no existe, ser lo más objetivo posible. Al menos en tu papel profesional. En casa todos tenemos nuestras biblias. Pero pienso que un buen redactor es como un buen juez o un buen médico: tiene que abstraerse y no caer en lo pasional aunque tenga su ancla e ideario, como cada quien. Tal vez eso, y porque se puede hablar de todo si se sabe decir, pude esquivar hogueras aun sin ser especialmente hábil en sociología ni doctor en diplomacia…

Pude haber empezado mi vida laboral allí, en un diario nacionalista, que fue donde surgió la oportunidad. Y cuando uno es joven puede con todo. Desconozco lo que hubiera pasado, porque la ruleta giró repentinamente y me vi estrenando el título en El Mundo dos semanas antes de la dramática bisagra que supuso la muerte de Miguel Ángel Blanco. Enfrentarme a semejante suceso, aquella barbarie contra persona, al acontecimiento social después… Fue un concentrado de emociones intenso que si no se puede olvidar como vecino de a pie, mucho menos como periodista. Había hecho prensa ya en el Alerta cántabro, y ondas varias en Radio Correo y Radio 5. Pero aquéllo fue… lo que recuerda y siente cualquiera que lo viviera en el mismo papel que yo. Horas de angustia previas a la ejecución. Asimilar luego el desenlace. Y el delirio final en las calles. Para contarlo. Testimoniarlo. Para dejar impresa una cruel pero indeleble página de nuestra historia. Julio del 97.

Casi treinta años después, treinta, cómo está el mundo (sin mayúsculas) Pero no es momento de agitar y ponerlo en evidencia. Es ocasión para aplaudir a Ana. Tras cinco años de periódico, mi primera televisión, el primer informativo, el primer plató… fueron con ella. Y un equipo que recuerdo perfectamente y empujó aquel despertar mío. Iba a decir catódico aunque también era ya era plasmático. Y digital. Y por cable. Y… expansivo. ExpansiónTV: más cifras que letras porque todo era bolsa, y mercados y analistas a mi alrededor. Cuentas, balances, resultados apresando al chico-super-de-letras que de bachiller había batallado contra vectores, rectas y trigonometría sin conseguir jamás antes terminar una raíz cuadrada. Pero allí estaba, un poco menos joven, pero con igual ímpetu e ilusión. Por la tercera rama, el medio que me faltaba y era, además, mi debilidad. La tele. Con Samboal. Lo mejor que me pudo pasar.

Creo que nunca se lo he dicho, pero ocupando cada mañana su mesa de al lado en redacción, esperando su paso delante de la cámara, comencé a observar esas maneras y un saber acotar que, en efecto, sirven. Le han procurado el lujo de nunca abandonar y seguir siendo dueña y señora de la pantalla que ahora, por cierto, como ella, es más grande. Sin lucir alharacas ni abrazar fanfarrias porque lo suyo es oficio puro, sereno y que no ofende. Así gana un respeto, que se le otorga sin tener que compartir todo discurso siempre y necesariamente, porque eso sería imposible. Lo otro no: ella misma es la prueba. Y tiene un código. El Código Samboal.

Es muy lógico y natural su reciente premio porque galardona un convencimiento, y un compromiso que vendrá también -seguro- de aquel julio del 97… Y de antes. Y de durante y después. Me dedicó “Los ojos de la guerra. 70 corresponsales escriben sobre su profesión y recuerdan a MIGUEL GIL, muerto en Sierra Leona” (Mondadori, 2001-2002) Otra víctima. Otro Miguel. “Te enseña muchas cosas interesantes”, se lee con su firma en la primera página. Nada es casual. ¿No creen?

*Miguel Gil-Moreno de Mora y Macián. Corresponsal de guerra español asesinado el 24 de mayo de 2000 durante una emboscada en Sierra Leona. Desarrolló su labor en Bosnia, Kosovo, Ruanda y Sudán entre optros países. Fue reconocido con los premios Rory Peck y Royal Television Society.

Yo a tí te conozco

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Dic 022023
 

Empezaré como la ‘Golden Girl’ Sofía Petrillo: Imagina, Vitoria 1997… Sí, fue allí en Gasteiz, en la Semana del Cine Vasco. Se proyectaba «Más allá del jardín», que había dirigido el bilbaíno Pedro Olea adaptando la novela de Antonio Gala. Autor fetiche. Ella era la gran protagonista de la película. Estuvo al borde de emoción de ganar el Goya y luego al borde de un ataque de nervios porque ese año se lo llevó Emma Suárez. Se le pasó cuando, unas ediciones más tarde, le entregó el de Honor su sobrina Manuela. Aquella tarde en la capital alavesa vino acompañada del cineasta, porque iban a compartir al alimón un coloquio con el público al término de la cinta. Y mientras ese público seguía las desventuras de Palmira, el personaje, yo me daba el lujo de charlar con la actriz.

Concha Velasco ha sido mi estreno con una famosa. El primer personaje que tuve ocasión de entrevistar. Algo que voy a recordar siempre y que agradezco profesional y muy personalmente. Yo, a punto de licenciarme, sin trayectoria y sin nombre, me lancé a pedir el encuentro sin imaginar que lo lograría, que me iban a decir «sí». Y llegué con el fotógrafo. Con mi grabadora a pilas, una cassette nueva, un cuestionario hilado y repensado al mayor detalle que mi propia memoria me permitía, tres apuntes sacados de una hemeroteca con internet aún en pañales, y mucho respeto. Con curiosidad y respeto. Dejé los nervios en la puerta de aquel centro comercial, Dendaraba, en pleno centro de la ciudad. Nos juntamos en una sala de exposiciones del complejo, aledaña al salón auditorio donde se exhibía el filme. Concha iba de negro y blanco, yo, sin adivinarlo, también. Sentados a una mesa con Olea de anfitrión, el representante de la megaestrella me concedió 40 minutos. Cuando íbamos por los 50 y más vino a poner punto final con indisimulado fastidio de verme reteniendo a la de Valladolid : «Concha, se acaba la peli, empieza la tertulia, y no has parado de hablar». «!Pero si nos lo estamos pasado divinamente!»; eso y su risa grave lo descolocaron a él y me disculpaban a mí. Era así. Ella era así, cercana, sincera, generosa e imparable. Es verdad, lo estaba disfrutando. Lo estábamos gozando. Una charla con sucinto guión, porque hablar con la Velasco era saltar naturalmente de una anécdota a otra, de una perla a otra, de la plata al oro porque cada palabra que dijera era un trofeo para cualquier reportero. Me regaló una tarde de tuteo obligado aunque me costara un triunfo relegar el ‘usted’. Una tarde tan inesperada como irrepetible. El mejor debut que pueda tener nunca un redactor, coronado por un piropo impagable: «Sigue en esto, y haz televisión si te gusta: lo haces muy bien».

Transcribir la entrevista fue volverla a disfrutar, reposar el discurso, descubrir el mensaje. Y admirar a la mujer que había detrás de aquel traje Armani, de la fama, del oropel y el aplauso. Una señora con mayúsculas amable y dedicada con todo el que se le acercaba. Una artista de cuatro costados que dos años después recibía en su ciudad natal la llave de oro de la Diputación de manos de su presidente, Ramiro Ruiz Medrano. Yo entonces ya era habitual en El Mundo de Valladolid. Un compañero reportero fue al acto de entrega. Y yo, que disponía un rato libre esa mañana, decidí ir como espectador y por gusto. Me quedé al final de la sala, pegado a la pared del fondo, es una manía, observando todo con «esos ojillos curiosos» que mi amigo Álvaro dice que saco en los momentos intensos. Ella me enfrentó los suyos, tan brillantes siempre, tan llenos de luz, según venían en grupo hacia la salida rodeados de gente y más gente, acabada la ceremonia. «Yo a tí te conozco!!». Lo dijo directa, con el dedo en alto, como una sentencia y a lo rompe y rasga. Le recordé brevemente aquella única vez que, bueno, sí, pudimos encontrarnos antes, hablando de la vida y de cine. «Sí, en una habitación llena de cuadros eróticos!!», espetó divertida. Ruiz Medrano, correctísimo siempre, que me habría leído ya varias solemnes noticias de su agenda oficial, giró la mirada con sobresalto y se me mostró pálido con tal detalle. Más blanco me quedé yo. Era verdad. En aquella sala de exposiciones sin visitas para la ocasión colgaba una colección de grabados con desnudos, de algún artista seguramente local, y ella se acordaba. Y de mí. Con la de citas que cada día tenía aquí y allá, de caras y más caras y compromisos mil, se acordaba de mí. Por qué ese día vestíamos igualmente, sin saberlo, de blanco, nunca lo sabré. Por qué yo dormía en algún rincón de su abarrotada memoria, tampoco.

Coincidimos luego muchas veces. Cada estreno suyo en Valladolid durante mi etapa en El Mundo lleva mi firma. Guardo con devoción no sólo mi debut en Vitoria, sino aquel rato de confidencias los dos en el camerino del Calderón, a la postre sede de la Seminci, y su segunda casa, después de una rueda de prensa. Nos vimos en una cena homenaje de la Unión de Actores vallisoletanos. En la SGAE con un estreno de Massiel, en el Planet Hollywood del Hotel Palace en Madrid cuando presentaron su biografía «Diario de una actriz». Celebramos también en Madrid su «Hello Dolly», en compañía de Manolo Escobar y Vanessa despistando los tres a las admiradoras de él, que casi nos trepan al palco con besos y el firme propósito de achucharle. Así eran los de ídolos ambos: alimentando pasiones.

Conservo sus felicitaciones navideñas de puño y letra, su también firmado disco doble de «Carmen, Carmen», los consejos… Su sonrisa amplia y eterna. Pero, sobre todo, me queda un grato recuerdo de humanidad, una sensación de que cuando el cariño es recíproco, la admiración es mayor. Que detrás del personaje está la persona. Y que si el primero brilla sin parar es por alimento de bondad de la segunda. Y en eso Concha fue otro ejemplo más, de sencillez y autenticidad por encima de cualquier vanidad. Bueno no. No fue. Es. Y será.

HER. Qué gusto de noche

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Nov 252023
 

Tuve ocasión de descubrir el jueves un minimalista salón del buen comer y cenar donde la protagonista es la carta. En plena milla de oro. Aquí no hay fiebre interiorista de atrevidas líneas, volúmenes apilados y materiales fríos envueltos con cegadores leds, y prima lo que te vas a encontrar en la mesa.

Parten de ingredientes naturales, frescos y básicos. Prescinden de endiabladas elaboraciones, tan recurrentes, esas que abarcan tres o cuatro líneas impronunciables en el menú, apenas lucen el plato y mucho menos llenan tu estómago. HER ofrece una selecta cocina mediterránea, sabrosa, muy bien presentada y con la sofisticación justa.

Y al grano pues: qué pude probar? La bienvenida de la casa, un aperitivo de aceites balsámicos con su bollo de semillas. Escogiendo el primero pensé en milhojas de berenjena, presentado como bol de rodajas salteadas con guarnición. Y te sorprende porque nada tiene que ver con el pastel hojaldrado al horno que cualquiera imagina al leer el menú. Para el segundo intervino mi amigo José Manuel, y así llegaron a la mesa los tacos de pulpo, que sirven abiertos y no en rollo. Jugosos y abundantes. El tercero, y a modo de cierre de picoteo, unos ravioli de espinaca sugeridos por esa chica rubia que comanda tan simpática como la camarera morena que sirve y los chicos encargados de la bodega. Joven y de la tierra, por cierto.

Quienes me conocen saben de mi perdición por el dulce. Los pediría todos. Pero la edad te vuelve cauto y el postre compartido fue una tarta de limón. Tampoco viene como típico pedazo de bizcocho y relleno. Lo traen en una fuente ovalada, y en forma de crema sobre galleta triturada, coronando todo un merengue flambeado. Impresionante.

Me ha encantado HER, en el número 4 de la calle Hermosilla. Centro de Madrid que nunca se conoce a fondo. Me lo viene a descubrir tras dos años abierto un tocayo, a quien mucho agradezco. Disfruté la siempre divertida cena con mi amigo en un escenario nuevo esta vez y con paladares satisfechos.

Llega la Navidad… Os lo recomiendo.

(José Antonio, tenemos que ir!!)

De nuevo gracias, Alberto. También al jefe de sala, Ángel, por su esmero.

Qué gusto volver paseando a casa y de noche…

Dejar el túnel atrás

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Oct 252023
 

En plena plaza del Callao, fue la voz más viva del otoño que llegó. Lorena Gómez ha estrenado esta semana su disco nuevo en el emblemático cine madrileño con todos los despliegues posibles para este tipo de evento que parece renacer. Vuelve a ser rentable y moderno organizar una presentación sonada, lo lógico si hablamos de música, tanto como es también lanzar al mercado una colección de canciones completa y prensada en un elepé con funda, ese formato renacido de sus cenizas al que los ‘millennials’ llaman “cosa sofistificada que gira y suena” y están empezando a comprar asiduamente y con curiosidad.

Todos los despliegues incluye un vistoso photocall exterior blanco y adornado con almendros en flor, una curiosidad que tiene su explicación en el recuerdo y homenaje a la fallecida madre de la cantante, su inspiración, a quien dedica este trabajo y vivió fascinada por el encanto de este singular árbol. También incluye una larga lista de invitados, entre ellos la familia y muchas caras conocidas de la profesión, de los medios de comunicación, productores, estilistas, diseñadores… No podía faltar un documental filmado para la ocasión con guiños a la infancia de Lorena, sus pasos en el oficio, la gestación del proyecto y en emotivo recuerdo a la mujer que le dio la vida y que comparte con su clan más íntimo entre un vaivén de evocaciones y anécdotas. Después, un mini concierto de debut junto a su banda habitual, con participación estelar de su amigo Miguel Poveda en un dúo inenarrable y único. Y hasta su retoño René, orgullo de la casa, cantó y bailó para el respetable acompañando a la estrella en un deja vù pantojero que fue su particular chascarrillo de la noche. Ella, enfundada en un mono de lentejuela negro, brilló sobremanera. Bajó a platea, saludó, besó y mimó. Agradeció también, una y mil veces, compartir la aventura entre tantos allegados y pronto con sus devotos fans en un camino que va a emprender las próximas semanas en forma de tour de directos. Con risas, aplausos, fotos y sensación, un variado cóctel puso luego fin a la velada.

No hace falta destacar el poderío escénico y de voz de esta mujer porque lleva quince años demostrando desde donde puede y le dejan. Dichos sean dos estelares talent-shows de televisión, giras, varios discos y hasta una serie como actriz para la pequeña pantalla en Miami. Así pues, nos detenemos en lo que trae: un título, Me vuelvo a la vida, firmado enteramente por ella, con composiciones que muestran toda la intimidad de un dolor pasado y de una esperanza que viene a quedarse. El difícil momento de enfrentar la enfermedad de una madre y su irremediable pérdida después le han llevado a una catarsis que no escupe rabia sino amor, agradecimiento y celebración de la vida. En este disco todo es positivo y sincero, todo es abierto, todo es blanco. Como el propio plástico redondo que todo lo plasma y la carpeta que lo envuelve, con la foto de una Lorena prístina, arropada por la flor. Una flor fresca, de pétalos suaves y protectora, maternal, que la devuelve a la vida para dejar un túnel oscuro detrás que no quiere volver a ver.

Pero nosotros sí lo queremos. No el túnel, claro: volverla a ver. No dejen de escuchar esta confesión a corazón abierto porque encierra líneas con tremendos mensajes que son toda una lección de serenidad y coraje. De generosidad y humildad y todos esos valores buenos que nos hacen mejores y que de tanto buscar hoy casi cuesta encontrar. Se nos brindan aquí, por suerte, con mucho ritmo y compás. Lorena, qué bien estás.

El carro… de la memoria

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Oct 242023
 


En esta España empeñada -en todos y en el más estricto sentido de la palabra- en remover y no asentar contamos, afortunadamente, con personajes ancla. Iconos de peso, guardianes de la memoria -la que merece y no otras de propaganda-, perfiles humanos, en suma, cuya condición trasciende y se perpetúa en el tiempo como ejemplo y modelo. Humanidad emparejada siempre y además a su imagen pública y a las maneras y artes de todo corte y oficio que los hicieron tan reconocibles. Tan valiosos como para estar siempre en el imaginario colectivo, en las charlas, tertulias, chascarrillos y, cómo no, tradiciones, que son lo que marca a los pueblos y a la Historia misma. Manolo Escobar es, sin dudarlo nadie, uno de ellos.

Parece mentira que el tiempo pase tan rápido y hasta convulso y se cumplan diez años. Una década sin su presencia en los escenarios sólo, porque sigue vivo y seguirá en las pantallas de cine, en las televisiones, en las radios y todos los corazones de los afortunados que lo trataron en las distancias cortas para gozar sus afectos y afinado humor. Y, por supuesto, en los de quienes fueron y son desde el otro lado de la verja su público incondicional. En realidad hay poco que quede por contar o decir de él como artista porque su infinito legado en distintas disciplinas lo dirá siempre todo y más: las películas con más taquilla de su tiempo y de casi cualquier tiempo, los casi cien variadísimos elepés publicados y multiplicados por millones y millones repartidos en -como solía decir- todos los hogares de este país, e incluso de fuera. En cada casa y rincón. Recortes de prensa, fotos de revistas o propias tomadas en algún recital, entradas de conciertos, autógrafos y catálogos de las exposiciones en que mostró parte de su importante colección de pinturas… Y un himno popular cantado que se crece parejo al obligadamente solemne y nacional que suena en cada acto oficial, ese que en cambio no tenía letra hasta que vino Marta Sánchez y se la puso en las Américas en un arrebato de morriña para abrir así una encendida batalla entre defensores y detractores. El de Manolo no. Se lo saben todos. Y viva España tiene la simpatía y bondad de este nuestro almeriense universal ya. Y una suerte de bálsamo de ánimos, un empaste que concilia todos los bandos porque no habla de banderas -ni fronteras- sino del sentir de las calles, de calores y alegrías, del latido de un crisol de pueblos que dicen al mundo que son “lo mejor”.

Ojalá dure. Necesitados estamos de ser “lo mejor”. Los del norte. Los del sur. Los del centro. Los del lado derecho y los del izquierdo: de todos los puntos cardíacos y cardinales, del Barça y del Madrid. Que ese himno, balón emocional aquella noche triunfal junto al Balón de Oro del Mundial, siga y marque penalti y compás. Y Manolo Escobar, el de los suspiros de todas las Españas, el de su pequeña Vanessa, el enamorado de su madrecita María del Carmen y del nombre de Anita… el del carro, siga iluminando también desde el lugar en que está algunas de las anécdotas, melodías y cuadros de historia -por muy convulsa que venga- que vayamos pincelando de aquí hasta donde lleguemos… si nos dejan. Que no es copla, sino bolero. Y también habla de amor.

Miss inesperada

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Oct 222023
 


Avanza el FeminaJazz, aumenta el público, progresan sus protagonistas… Esta es la quinta edición con V, de victoria. El turno anoche de Patricia Kraus fue el no-va-más desde el mismo inicio, porque tenía toda la taquilla vendida. A su impronta de siempre en el escenario se sumaba la curiosidad de escuchar un adelanto de lo que será el próximo disco. Otro más para una voz que se ha atrevido con casi todo ya. La incógnita quedó desvelada a ritmo latino. La hija del tenor explora un nuevo estilo y sigue vistiéndose personajes musicales con igual facilidad y convicción que lo hacía su padre de ópera en ópera. Así que el nuevo CD llegará bautizado por las aguas de América.

Desde luego, el de ayer fue un triunfo total porque la “divazz” se metió al respetable en el bolsillo enfrentando toda clase de imprevistos técnicos. Un foco despistado no le dejaba ver, de su gafa cayó luego un cristal, después un monitor rebelde le impidió entrar en tono con sus músicos de siempre y por un instante casi emula al gran Alberto Cortez en su papel Mr Sucu-Sucu atacando aquel “La banda borracha”: todos los pitos desafinaos. Momento más cómico que de apuro, en fin, porque acabó en risa todo el mundo. Yo creo que le vendría tomar nota, hacerse Miss y, tal vez, inventarse un cover con aquella memorable guasa que tanta popularidad dio al cantautor argentino. Y que sería estupendo recuperar. ¿Ustedes la recuerdan? Pues ella puede.

Es que todo lo puede, porque antes de finalizar su primera interpretación del repertorio ya había dado otra lección de voz: potente, limpia, perfecta. Se notó y mucho que lleva días empleada a fondo en el estudio grabando las nuevas canciones. Por eso acabó tan fresca como al empezar después de casi dos horas que cerró con más sorpresas: su inédita versión de “Pongamos que hablo de Madrid” y un dueto con Karla Silva, que volvió al Café Berlín para seguir demostrando. Dos voces con registros dispares que, gracias a sus impecables técnicas, se sumaron en auténtica maravilla al piano. Lo que demuestra que este festival es un valioso mestizaje de sinergias, un crisol de bagajes, y el mejor escaparate para quienes además de, con el tiempo crecerse, ya eran artistas de cuna. Vamos a tener que llamarlo FeminaClass.

«Ella»

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Oct 212023
 


Ayer conocí en concierto a Karla Silva. Artista venezolana, dedicada a la música. Escribe, compone, canta, interpreta a piano, dirige a la banda, presenta las canciones, diseña el arte de sus discos… Le falta bailar o coserse los vestidos, si es que no lo hiciera y se lo calla… Parece que hay muchos como ella pero no. Ser artista pluridisciplinar, bueno, no es tan sencillo porque los astros tienen tantas ocupaciones que no tienen tiempo de alinearse con frecuencia. Pero cuando lo hacen, pasa esto. Que llega una Streisand, un Aute, un Casal. Una Karla Silva. Y pueden con casi todo.

Esta mujer de amplias disciplinas, tal vez desconocida para el gran público, se acercó hasta el Café Berlín para participar en el quinto FeminaJazz que promueve en Madrid mi querida Beatriz Ortega. Trajo su disco “She” bajo el brazo, y dos invitadas especiales: Natacha Schiriak -de Argentina- al saxo y Natalie Braux -desde Francia- con clarinete. También actuó su paisano americano Pedro Barboza colgado de las cuerdas de una guitarra. Durante hora y media desgranó un denso repertorio en inglés salpicado con una versión, en el español original, de “Bésame mucho” de Consuelo Velázquez. Fue el momento en que vino a mi imaginario la cadencia de Nat King Cole, que sobresale siempre entre los cientos y cientos de voces que la han interpretado. El timbre de Karla Silva te atrapa en cuanto lo escuchas y yo, antes de Cole, nada más oírla tuve la inmediata evocación de Shirley Bassey, Tina Turner y Amy Winehouse a la vez, que en realidad no tienen mucho que ver entre sí ni Karla con ninguna de ellas porque su color de voz es más grueso. Pero fue para mí una conjunción tan abrupta y de piel que al momento me produjo una intensa felicidad porque son voces que también están entre mis referentes de siempre. Así que, me he hecho fan instantáneo de Karla.

En todas sus canciones hay sentimiento. Habla del amor, no sólo físico o de parejas sino intangible y de gentes que se buscan o que simplemente comparten el mismo aire. Habla de mujeres, de madres y hermanas. De caricias y miradas. De luz, de verano, de libertades y paz. Y sobre todo del presente. Ese espacio cotidiano que casi siempre olvidamos para buscar en el pasado o aventurar el futuro. Hizo cantar al público, deslumbró picando los altos de su tesitura vocal y con el virtuoso puente de piano que se extiende a mitad de su canción “Present”. Estuvo arropada por Richie Ferrer al bajo y apuntalada por un baterista llamado Miquel Asensio que tiene dos varitas mágicas por baquetas y se marcó dos solos absolutamente insólitos y apabullantes. Uff.

Estoy convencido de que cualquier melómano del mejor jazz contemporáneo la descubrió hace mucho tiempo, porque lleva casi dos décadas de buen hacer. Para los que aún no sólo puedo decir que es obligado detenerse en su escuela y maneras porque van a convertirla en un clásico entre sus ídolos. Busquen “She” en Spotify; llévense el CD al final del concierto y guárdenlo en la colección de emociones que duermen entre los bafles de sus equipos de sonido… Al despertar les harán vibrar.

No lo tenemos

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Jul 242023
 


Sólo los confiados, incautos, los que no querían ver se han llevado la sorpresa. Porque lo imprevisible estaba más cantado que el premio gordo de la lotería (a 40 grados se están pegando ya en colas por el de la próxima Navidad, con que, cuidado) Y paradoja: sin ser un premio. Tenemos un regalo, envenenado. Eso es lo que nos han dejado las urnas del fin de semana. El resultado que no convence a nadie porque deja a todos sin cobijo.

En este mundo tan fragmentado, que no diré que sea el mejor, pero es el que hay por obra y gracia de la “globalización”, y vuelta a la paradoja, se impone la necesidad de entendimiento. Pero no lo tenemos. Es deseable la sensatez y cierta paridad de ideas para encauzar lo práctico, pero no lo tenemos. Urge recuperar la visión panorámica y no exaltar per se lo anodinamente particular, y no la tenemos. En definitiva: creimos encontrar la mejor fórmula constitucional hace… ¡cincuenta años!, pero no, ya no la tenemos. Ese es, otra vez el resultado del análisis y lo que dice la calle. Una calle a la que a veces, por imperfecta y gritona, sí habría que decirle eso, que se calle; pero ya que habla, tratemos de traducir su discurso. Y lo que cuenta, sin ser muy amable ni gustoso, requiere una firme acometida.

Que íbamos a tener dos frentes casi antagónicos y muy igualados, se sabía. Sí se sabía. Pero aquí siempre nos refugiamos en que ya vendrá un milagro. Una vez más la corte celestial nos da un corte, de manga, y nos deja la corte, de diputados, en batalla. Es una ocasión compleja, porque el bloque de derecha no va a lograr los pactos que le procuren sillón. Y el de la izquierda lo alcanzaría a costa de duros, y quién sabe si oscuros, negocios. Una segunda votación tampoco nos va a traer solución, habida cuenta que llegaría al Gobierno la fuerza más votada, por cuenta simple. A tenor de un conteo similar al actual, ese partido tendría, sí, el Gobierno, pero no poder, ni maniobra, ni nada útil en su mano: con las actuales circunstancias de exaltación del ego y negativas ancladas en el “porque lo digo yo”, no tener mayoría hace imposible cualquier propuesta legislativa. Siempre habrá grupos encontrados, y bloqueos, con el resultado -riesgo no, resultado- de cuatro años más por delante de peleas, estancamientos, choques y regreso a la casilla de salida con una vuelta al voto aún menos esclarecedora. Porque, seamos serios y realistas: si no acometemos de una vez un reajuste constitucional, este laberinto crece.

En los 70, después de una dictadura, y con buena parte del resto del mundo calzando zapatos de otras tallas, era lógico tratar de impulsar diferentes estilismos, para que cada uno caminara con lo más cómodo, lo más moderno, lo que le diera la gana. Pero se calcularon mal los riesgos. Y el resultado es esto: un Congreso, un Senado, una parque de Autonomías; Diputaciones, Ayuntamientos, Concejos; Pedanías, Condados, los Fueros… y un Rey. Durante algunos años funcionó. Pero medio siglo después, y qué medio siglo, “eso” es más frankenstein que el reciente sanchismo. No querer reconocer que nuestra carta es más “manga” que magna refleja que tenemos el peor punto de arranque de futuro. Y de presente. Nos enfrentamos a una fragmentación pública y política -y hasta humana- sin igual, impropia de estas alturas de partida, totalmente antagónica a los tiempos faraónicos e imperiales, pero tan poco saludable, por ilógica e irracional. Porque no equilibra. Porque ir disolviendo el poder sin medida es tan perjudicial como concentrarlo en uno único.

A mi corto entender siempre le resultará más razonable como idea el contar con un amplio y buen equipo de asesores, ideólogos, que impulse luego a decidir a un selecto grupo de poder antes que lo contrario: dar poder a un igualmente amplio espectro de intervinientes que, a cambio, sin criterio ni asesoramiento y llevados por su ignorante ego particular, individualice dicho poder. Esto último lo hace estéril: se pierden los referentes, la perspectiva, la mesura, la armonía, el respeto, el acercamiento, la vecindad… la condición humana. Un poder en extremo dividido -paradoja de nuevo- tiraniza el mundo. Señores, congéneres: hasta en el desencuentro debiera haber civismo. Y no lo tenemos.

Lo sigue siendo

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Feb 182023
 

En casi cinco años no había podido disfrutar los éxitos en vivo de mi querida Patricia Kraus. Pero esta semana me he resarcido, en el madrileño club de jazz de Teatros del Canal. Todas la entradas vendidas, lo que no es novedad. Lo nuevo estaba en el escenario. Bueno, un estreno a medias. Porque la presentación de su última grabación y arranque de gira será el sábado 25 en el emblemático Café Berlín, y entre tanto Patricia atacó parte del repertorio que ya le conocemos. El título “Alquimia” no puede ser más acertado porque es un término que entre muchas cosas se asocia a la búsqueda del elixir de la vida, el descubrimiento de los elementos que forman el universo… Y eso son las diez canciones que encierra este disco. Redondo, al girar y por su enorme valor artístico.

Una pista tras otra te vas dando cuenta que todos los elementos del universo de la mejor música están ahí para darnos eso: vida. Y así se llama, de hecho, la primera canción. Que tiene su propio videoclip en la página web de su intérprete, que cuenta con la voz invitada de Tony Zenet, y que lleva la firma de la propia Kraus. “Vida” figura con diferentes ritmos y letras en las discografías de artistas de medio mundo y de otras mujeres de bandera mismamente en nuestra cantera nacional como Paloma San Basilio o Ana Belén, por destacar, si acaso, dos de las más reconocibles. En la primera se escucha “vida, gracias por vivir y estar aquí” y San Basilio le dio luz hace casi cuatro décadas en medio de una íntima oscuridad: nada más perder a un hermano en un accidente aéreo. La de Ana Belén es más reciente, y decía “vida, no me cortes estas alas” justo un año antes de la pandemia por Covid que nos encerró a todos. Vaya con las dos paradojas. Cómo es la “vida”. Entre los versos que ha escrito ahora Patricia me quedo el también eterno y más maravilloso: “vida, qué canción has inventado que me susurra al oido lo que aún no ha llegado”. Y es también paradoja. La vida siempre quiere acompañarnos aunque inevitablemente se tendrá que ir. Es verdad que en casi todo lo que vivimos están las claves de lo que viene, pero nunca nos damos cuenta. Y esa es nuestra tragedia, porque volvemos a tropezar. Salvo ella.

No tropieza Patricia con este disco, favorito de Beatriz Ortega, su detallista manager de largo recorrido. Tiene por enorme acierto marcar una particularidad que lo distingue entre muchos de los que lo preceden en esa trayectoria desligada del pop y la electrónica: los pasajes musicales se alargan entre estrofas. Y regalan así al oyente un lucimiento perfecto de los igualmente perfectos instrumentistas que acompañan a la solista. El sonido es, además, la pureza total. Alarde inmenso del ingeniero en estudio, a todas luces siempre a los mandos, en un momento (de mercado, de industria) en que lo mínimo que le pides a un cedé es de lo que adolecen casi todos: que se oiga bien. A mi parecer es el disco que más jazz acumula, el que más caricias de voz guarda y, desde luego, el de más colaboraciones. Carmen París también participa, en otra de las nuevas composiciones de la autora, “Luz”. Que no tiene nada de jota. Porque París puede también con casi todo. Las dos voces juntas son fuente de emociones y sensación. Para no perdérselas.

Los seguidores de Patricia Kraus se van a dar cuenta de que sigue inspirada en palabras, contando lo cotidiano como en sus comienzos de los 80. Con historias iluminadas, como en aquellos “Alma” y “De animales y de selva” que son absoluta debilidad para este que les dice que, a cambio, tal vez extrañen en “Alquimia” los temazos, en cuanto que todos sus discos regalan versiones de canciones muy muy conocidas. Aretha, Ray Charles, Nina Simone, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez… así hasta el mismo Sting de Police, Mina o Gershwim. Casi nada. Aquí pone música a Machado. Casi menos. Tranquilos, pues. No se diga que sean malos tiempos para la poesía. Ni para la lírica. Porque también regresa Bizet. El aria de los pescadores de perlas que nos legó el padre para toda posteridad posible lo vuelve a pulir la hija a su estilo, con un tempo más reposado que el de hace diez años en “Retrocollection”, y matices de mayor sutileza vocal con los que demuestra una vez más las infinitas maneras que puede tener la ópera. Alfredo estará sin duda otra vez maravillado. Y mi Papá, atento admirador que siempre fue de ambos, también. Por ellos. Por nosotros. Patricia: bravo, sigues “siendo Bárbara”.


Los otros corazones

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Jun 052022
 

Ayer el del “corazón partío” llenaba el Wanda en Madrid, y mi amigo Sergio el Palacio de los Deportes. Me resisto a utilizar el nombre de su patrocinador (del palacio, digo) porque me parece triste que edificios y recintos emblemáticos cambien de bautismo a golpe de talón cada dos por tres. Y máxime si se trata de dotaciones con titularidad pública cuyo alquiler al mejor postor nunca favorece directamente a sus legítimos dueños, los ciudadanos que los pagaron de sus bolsillos. Sino a otros bolsillos. Pero de eso tal vez hable otro día. No quiero hacer de ésta una reseña transversal, ese concepto tan moderno y tan horriblemente recurrente como el inclusivo, o sostenible, pródigos en nuestro reciente vocabulario vengan o no a cuento.

Sergio es toda una estrella. Porque canta y toca las guitarras como cualquier rockero de escuela. Aunque él no pasó por academia de talón y sello. Le viene de afición, oído fino y mucho machacar discos. De los buenos. Y como a eso le suma carisma y simpatía, se lleva al público de calle. Bueno, de sala. Y de las buenas. Este sábado era la Truss, en el susodicho palacio de la calle Goya. Pero por entrada en Jorge Juan. Todo muy en su sitio. A ver, técnicamente no era un lleno de pista con veinte mil gargantas. Está claro. Pero sí podría hacerlo, desde el oscuro túnel de la industria y si vendiera su alma al mainstream. No quiere ni le hace falta. Porque su misión al frente de Fortynagers es otra muy distinta. Ese es el grupo que formó hace unos pocos años, sumando papás y mamás de colegio, aficionados todos a esto de la música en vivo, que empezaron a tocar juntos por diversión. Y solidaridad.

The Fortynagers surgió en Boadilla del Monte. Montaron una fiesta para el cole de sus hijos y con fines benéficos como apoyo a una ONG que opera en Uganda. Eran conocidísimas canciones de los ochenta y noventa españoles y también de fuera. Las bandas sonoras de sus años jóvenes que son las de muchos. Por eso gustaron tanto. Y por lo bien que lo hacen. Si el repertorio es bueno pero mal cocinado, el menú no alimenta al público. Y ese no es su caso. Porque, además de satisfacer al melómano de buen paladar, dan también de comer a los menos favorecidos con todo lo que recaudan vendiendo entradas para sus conciertos y camisetas con la firma de la banda. En aquélla primera presentación se juntaron 600 almas que pagaron por ver a una formación que nadie conocía y jamás había actuado en público. Convencieron. Y de inmediato siguieron otras. También con más organizaciones solidarias. La de este fin de semana trata de ayudar a las niñas de Nepal señaladas y sin recursos. Se llama Udana. Y ya figura en su curriculum de colaboraciones junto con Alas de Esperanza, o la Fundación Vicente Ferrer. Su espectáculo ha llegado al madrileño Palacio de la Prensa, y han compartido escenario con artistas de primera fila de nuestro panorama patrio. Que no podrían hacerles mucha sombra, todo hay que decirlo. Porque tocan los instrumentos maravillosamente y sin trampa ni cartón. Las coristas apoyan todas y cada una de las canciones con arreglos a veces diferentes a los originales, logrando armonías nuevas y sorprendentes. Cada una, y son siete, son tan infaltables como los siete enanitos de Blancanieves, sólo que aquí ellas dan talla y Blancanieves sobra porque hay príncipe directamente: Sergio. Con él se marcan dúos salpicados a lo largo de la noche, que viaja de hit en hit sin dar tregua fuera y dentro del escenario.

Con mucha voluntad, con ganas, con ilusión, y con corazones llenos y dispuestos a dar, The Fortynagers han demostrado que la música vive y traspasa sin apoyarse necesariamente en costosos andamiajes ni estrafalarios vestuarios o deslumbrantes decorados. Que también recauda sin abultar rancias y a veces dudosas cuentas bancarias ni engordar a mayor gloria egos desmesurados de antemano. Y sirve. Al alma de los que escuchan. Y a los corazones de quienes reciben ese fruto solidario. Probablemente así dejen de estar un poco menos partíos. Porque corazones como esos, tristemente, hay a millones en todo el mundo. Y no son un guiño al título de una canción celebérrima, archifamosa. Son una triste realidad que hay que borrar para siempre. Gracias a los Fortys por ese barniz acústico que, además, nos hace bailar. Siempre.

(Consulta The Fortynagers: Web / Facebook / Instagram)