Feb 202024
 


He felicitado a Ana Samboal, porque es justo y necesario, como se dice en misa. Yo celebro mucho lo bueno que le pasa a mi familia, a mis compañeros, a la gente que aprecio. Me alegra como si fuera mío o más. Y entiendo que esté agradecida con su premio de la Asociación de Víctimas del Terrorismo por su apoyo como profesional siempre; y personal, sin duda que añadido. Y también emocionada, no puede ser menos. Porque la ocasión que vivimos, y el significado que tiene, lo vale.

Estudié mi carrera en el País Vasco. Conviví día a día cinco años con una sociedad noble, aparentemente fría. Sólo por coraza. Ha sufrido. Pero es leal y es fiel. Dos cosas que hoy no son “tendencia”, para nuestra desgracia. Tratándose de Periodismo, no era una facultad fácil. Pero esa parte de caldo de cultivo ideológico radical que había junto a otras sopas nunca me aleccionó ni fue amenaza. Pude manejarme bien con cada tipo de profesorado y todas las doctrinas imaginables. Creo que allí aprendí lo importante que es observar. A fin de cuentas eso hace un científico, de la Información yo, en ese caso. Y a relajar y, porque la verdad absoluta no existe, ser lo más objetivo posible. Al menos en tu papel profesional. En casa todos tenemos nuestras biblias. Pero pienso que un buen redactor es como un buen juez o un buen médico: tiene que abstraerse y no caer en lo pasional aunque tenga su ancla e ideario, como cada quien. Tal vez eso, y porque se puede hablar de todo si se sabe decir, pude esquivar hogueras aun sin ser especialmente hábil en sociología ni doctor en diplomacia…

Pude haber empezado mi vida laboral allí, en un diario nacionalista, que fue donde surgió la oportunidad. Y cuando uno es joven puede con todo. Desconozco lo que hubiera pasado, porque la ruleta giró repentinamente y me vi estrenando el título en El Mundo dos semanas antes de la dramática bisagra que supuso la muerte de Miguel Ángel Blanco. Enfrentarme a semejante suceso, aquella barbarie contra persona, al acontecimiento social después… Fue un concentrado de emociones intenso que si no se puede olvidar como vecino de a pie, mucho menos como periodista. Había hecho prensa ya en el Alerta cántabro, y ondas varias en Radio Correo y Radio 5. Pero aquéllo fue… lo que recuerda y siente cualquiera que lo viviera en el mismo papel que yo. Horas de angustia previas a la ejecución. Asimilar luego el desenlace. Y el delirio final en las calles. Para contarlo. Testimoniarlo. Para dejar impresa una cruel pero indeleble página de nuestra historia. Julio del 97.

Casi treinta años después, treinta, cómo está el mundo (sin mayúsculas) Pero no es momento de agitar y ponerlo en evidencia. Es ocasión para aplaudir a Ana. Tras cinco años de periódico, mi primera televisión, el primer informativo, el primer plató… fueron con ella. Y un equipo que recuerdo perfectamente y empujó aquel despertar mío. Iba a decir catódico aunque también era ya era plasmático. Y digital. Y por cable. Y… expansivo. ExpansiónTV: más cifras que letras porque todo era bolsa, y mercados y analistas a mi alrededor. Cuentas, balances, resultados apresando al chico-super-de-letras que de bachiller había batallado contra vectores, rectas y trigonometría sin conseguir jamás antes terminar una raíz cuadrada. Pero allí estaba, un poco menos joven, pero con igual ímpetu e ilusión. Por la tercera rama, el medio que me faltaba y era, además, mi debilidad. La tele. Con Samboal. Lo mejor que me pudo pasar.

Creo que nunca se lo he dicho, pero ocupando cada mañana su mesa de al lado en redacción, esperando su paso delante de la cámara, comencé a observar esas maneras y un saber acotar que, en efecto, sirven. Le han procurado el lujo de nunca abandonar y seguir siendo dueña y señora de la pantalla que ahora, por cierto, como ella, es más grande. Sin lucir alharacas ni abrazar fanfarrias porque lo suyo es oficio puro, sereno y que no ofende. Así gana un respeto, que se le otorga sin tener que compartir todo discurso siempre y necesariamente, porque eso sería imposible. Lo otro no: ella misma es la prueba. Y tiene un código. El Código Samboal.

Es muy lógico y natural su reciente premio porque galardona un convencimiento, y un compromiso que vendrá también -seguro- de aquel julio del 97… Y de antes. Y de durante y después. Me dedicó “Los ojos de la guerra. 70 corresponsales escriben sobre su profesión y recuerdan a MIGUEL GIL, muerto en Sierra Leona” (Mondadori, 2001-2002) Otra víctima. Otro Miguel. “Te enseña muchas cosas interesantes”, se lee con su firma en la primera página. Nada es casual. ¿No creen?

*Miguel Gil-Moreno de Mora y Macián. Corresponsal de guerra español asesinado el 24 de mayo de 2000 durante una emboscada en Sierra Leona. Desarrolló su labor en Bosnia, Kosovo, Ruanda y Sudán entre optros países. Fue reconocido con los premios Rory Peck y Royal Television Society.