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May 052015
 

Lo tengo. Con su cubierta en rojo y negro que aprieta las quinientas páginas. En la exclusiva edición española del IORTV del 83, venida veintidós años después de la inglesa original. Y que me regalaron mis tíos por dos mil pesetas, según precio impreso, al cumplir los once. Eran tiempos en que las dos pantallas -enorme y blanca una, en los patios de butacas de cada esquina y grandes avenidas; de 625 catódicas líneas otra, en casa- me atrapaban por igual. La primera, por ritual casi semanal de mis cinéfilos padres. La segunda, diaria y por culpa de tantos encantadores de lentes en plató, atrapando en sus miradas las de cualquier cámara que les retara. Yo me pasaba horas estudiándolos, con mi libro en mano. Suponiéndolos, con envidia, naturales sabedores de todas aquellas páginas en inglés y español, porque así lo dejaban plasmado en sus programas. La Primera y el UHF. Dos canales. No había más. Ni falta que hacía. En realidad, esa biblia de la televisión que refiero, y que lleva el nombre de su autor, Gerald Millerson lo dedicó a técnicas de realización y producción más que a fórmulas para embelesar audiencias. Pero bien claro tengo que cualquiera que pretenda conquistar al objetivo de ese trasto que todo lo ve y llegar por él al público ha de conocerlas también. Y sentirlas. Y hasta sufrirlas para poder volverlas disfrute suyo y para los demás. Estoy convencido de que Jesús Hermida logró carnalizarlas.
Con su trabajo hasta el límite escribió en esas 625 líneas su propio manual de cómo traspasarlas. Romper la pantalla. Un preciso -y precioso- catecismo que no se puede comprar. No lo imprimen ni se reedita. No hay versiones ni traducciones. Pero está disperso y presente por miles de celuloides, discos, cintas y hasta archivos digitales de voz pausada e imagen con flequillo. Juntos todos, gran icono, esos miles nunca acabarían de llenar páginas por millones. Las más ejemplares que asomaron y puedan asomar aún por esa ventana llamada tanto tiempo “caja tonta”. A este señor de la Comunicación, que es más que Periodismo, nunca se le pudo llamar tonto. Por eso, la “caja” es Hermida, y “televisión”. Uno son, no ella y él.
En este oficio que es contar, quienes queremos y respetamos el rigor de lo bueno y su credibilidad no podemos ya copiar o imitar, sino pedir un imposible: Ojalá todo aquéllo se volviera a repetir.

¿Podemos? Pues no

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Dic 312014
 

Que Madrid quiere ser, y a veces lo es, internacional, estoy de acuerdo. Que en cuanto a chafardeo, otras, tampoco se queda corta, pues también.

165 años cumplirá en 2015 el Teatro Real. El coliseo operístico español por excelencia lleva décadas aspirando a convertirse en referente mundial infaltable. Como la Ópera de Sydney, el Metropolitan de Nueva York, el Palacio Garnier de París. O la mismísima Scala de Milán. Desde luego, no será por estrellas. Tenores, sopranos, orquestas, partituras y hasta bailarines de renombre han pasado alguna vez por el escenario del Real en sus dos siglos de existencia, amén de afamados compositores. Strauss entre ellos.

Impulsado por el rey Fernando VII, tardó casi veinte años en levantarse, sobre el antiguo teatro Caños del Peral, como parte del proyecto de remodelación de la Plaza de Oriente. A escasos metros del palacio real. La intención del monarca era destacar a Madrid como gran capital en una Europa cuna y espejo de una de las artes musicales tan exquisita como erudita desde tiempos sin memoria. Los avatares de su historia se cuentan por decenas. Unos mejores que otros, pues a las noches de triunfo para Fleta, Gay, Stravinsky o el infaltable Domingo, hay que sumar otras tan trágicas como cualquier acto del mismísimo Verdi. Muestra inolvidable, aquella velada en que Gayarre actuó por última vez, con el aria de «Los pescadores de perlas» que desató la mortal pulmonía que acabó con su vida un mes después.

La cruel guerra civil sesgó vidas también, tantas como aplausos pudieron resonar entre los muros del Real, que no se libró de males durante el conflicto bélico. El desuso, los polvorines y hasta las obras subterráneas del Metro de Madrid casi le cuestan una nueva ubicación en la Castellana, paseo que por aquel entonces se llamó Avenida del Generalísimo. Un cuerdo proyecto de rehabilitación logró mantenerlo en su parcela de siempre, y 1966 fue el año de su segunda inauguración. Desde entonces ha acogido reestrenos, reapariciones estelares y también numerosos debuts. Especialmente en los últimos años, hábilmente aprovechados por sus responsables para lograr repercusión en los cinco continentes. Prueba fue, y cómo no, la primera representación en este 2014 que termina de “Brokeback Mountain”, el relato gay de Annie Proulx que ella misma trasladó a libreto operístico tras el éxito de 2005 en el cine. Amantes y detractores del bel canto, por igual, pusieron orejas y ojos sobre las tablas madrileñas, ávidos de emociones fuertes dada la polémica temática del relato. La maniobra publicitaria salió de órdago.

Pero los desatinos de los diferentes gestores del coliseo, también. Habrá quienes me llamen rancio, elitista o extremista. Vayan ustedes a escoger. Pero no dejaré de pensar que si queremos ser serios, habremos de serlo y parecerlo a la vez. El Teatro Real, en mi opinión, parece abocado a convertirse en un espacio multiusos disponible al mejor postor según capricho y/o talonario. Pues ya me dirán qué necesidad hay de rentabilizar su pretendida majestuosidad convirtiéndolo en anfitrión amordazado para entregas de premios varios, ruedas de prensa de dudoso abolengo y hasta rifas. Que la lotería del 22 de diciembre, aun muy navideña, no deja de ser eso: Una tómbola.

En el Teatro Real han sonado voces, algunos dirían de ultratumba, por profanas. Como fue la del maldito Erik en los bajos de la ópera parisina, tormento inequívoco de los amantísimos Christine y Raoul. En Madrid se dieron cita las de Iva Zanicchi, Frida Boccara y Salomé. Sí. Corría el mes de marzo de 1969. España era la encargada de organizar el Festival número catorce de la Canción de Eurovisión tras el triunfo en Londres de Massiel, en la anterior edición. Para dar mayor empaque a la ocasión, qué mejor que contar con la joya de la corona, cuyo escenario fue decorado por nada menos que Salvador Dalí. Eran tiempos de tirar la casa por la ventana en los que el país de la playa y la dictadura necesitaba del beneplácito de mundo entero. Y la Benidorm de rascacielos y bikinis no era suficiente. 40 años después, sin embargo, la capital tiene auditorios de sobra como para que los infantes de San Ildefonso sacados del tradicional salón de sorteos de la calle Guzmán el Bueno para cantar sus gorgoritos mágicos tengan que acabar en un templo operístico. Ya van tres diciembres.

También los Goya del cine patrio huyeron de los habituales palacios de congresos -dos, para más opción- en 2011. Y recientemente, las ilustres salas del teatro han acogido además galas de premios de moda que otorga una conocida revista del gremio a la que no pienso desde aquí añadir publicidad. En sus balcones, para rematar, la vitoreada acogida esta semana de Violetta. No, no, de traviattas nada: Martina Stoessel. La enésima estrella adolescente a mayor gloria de la factoría Disney, urgida en ocupar el vacío de Hanna Montana, la hoy deslenguada -nunca mejor dicho- Miley Cyrus. La nueva heroína está de gira, y aterriza en Madrid desde su Buenos Aires natal. Ha llenado la plaza de Oriente para histeria de sus seguidores, que parecían repetir la escena de medio siglo antes, cuando la no menos argentina y alabada Evita salía a otro balcón, justo el de palacio, al lado opuesto, del brazo de Franco. Aquélla, ridícula entre visones en pleno mes de julio. Violetta, algo más ligera de ropa a pesar del frío invernal, igual de impropia. No se aclaran muy bien estas boludas, con el cambio de estaciones. Ojalá no tengamos que sufrirla pronto en eterno topless, como su antecesora Cyrus luce ya, una vez se le ha puesto a disposición el Real para recibir a sus fans. Y si va a cantar en el Palacio de Deportes después de año nuevo, ¿qué necesidad había de montarle este circo?

La Sinfónica de Madrid, titular del teatro, acompañará a Miguel Ríos en concierto la próxima noche de Reyes. Paloma San Basilio lo hizo el 6 de enero pasado homenajeando a los musicales con todo el aforo puesto en pie… Son licencias menos agresivas, ¿no creen? Se les conoce como voces internacionales de primera fila, con sendos Grammys en sus estantes, con millones de discos y entradas vendidos y célebres flirteos con clásicos ambos. La hijísima -dicho con cariño- del mismo Alfredo Kraus homenajeó al tenor hace dos meses en idéntico escenario con su estilo jazz, uno de los muchos que domina… ¡Claro que el Real puede ser algo más que ópera! Mejores ejemplos no podemos encontrar.

Las discrepancias por llenar cartel y agenda han provocado episodios casi cómicos en la historia. Como negar el Patronato hace casi veinte años a José María Cano estrenar su ópera “Luna” por considerarla menor y cuasi mecanera. ¡Teniendo a Domingo, Arteta, Fleming y Berganza en su elenco! Curiosamente, su hermano Nacho, rival y sombra en el grupo, sí tocó allí los doce minutos de su “Música para una boda” a los entonces Príncipes de Asturias con motivo del real enlace…

¿Podemos? ¿Ser un poco más serios con el devenir taquillero de nuestro teatro de la ópera?

Pan al pan, y no mazapán

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Dic 282014
 

Atendiendo la Gala Inocente de TVE, por el teléfono me avisan: ¿Estás viendo a Concha en la cinco? Se referían, claro está, a la Velasco. Dejé colgadas un momento a María Casado y Mariló Montero, fumetas de extranjis en la broma de turno, y cambié de canal. Concha, de blanco por arriba, de negro por abajo a juego con su nuevo pelo (por color, no porque lo perdiera con la quimioterapia), lucía espléndida. De físico, y de mente. Ya he leído y sé que muchos internautas juntarían estas dos últimas. Pero no, la de Valladolid no chochea, por mucho que quisieran. Aun cuando ella misma dijera anoche “yo es que soy muy madrileña”. Es que así habla. Contundente. Se refería.

La actriz de “Teresa de Jesús” nunca ha dicho que fuera santa, y sí que puede equivocarse como cualquiera. Pero dejó muy claro y conciso que, a pesar de todo, no se arrepiente de nada público que haya hecho. Lo demás, ya se lo perdonará Dios, que para eso es creyente. Rubricó contestando con la directa las cuestiones de Sandra Barneda y colaboradores. Le gustó el discurso del nuevo rey por Navidad; le parece que la justicia está siendo tal con todos por igual; opina que la entrada de nuevos partidos en el panorama político español es un soplo de aire fresco. Pero en lo que más fresca se quedó ella fue criticando lo corrupto de aquel que se lleva las arcas públicas a su casa o a paraísos fiscales, “ya sea de derechas o de izquierdas, que a algunos hasta los he conocido yo”. Esto le provoca tanta pena como enfado. Lógico.

Conchita, como gusta de volver a llamarse a sus 75, también criticó el “criminal” 21% de IVA con el que el gobierno de La Moncloa decidió gravar los espectáculos y productos culturales y que en nada favorece a público ni empresarios. Claro que, y eso es algo mío ya, qué podíamos esperar de un país que desde la pizarra al cedé, pasando por el vinilo, continúa reservando un impuesto de lujo a metálico para los discos. Siempre lo digo: En México, por ejemplo, todas las carpetas y cajas de productos fonográficos llevan impreso el lema “El disco es cultura”. Aquí es poco menos que una ostentación. Si el negocio de los políticos fueran las productoras en lugar de la banca… otro gallo cantaría (hablando de discos). Pero, claro, de momento no hemos tenido ningún diputado o militante en la portada de un elepé, que yo recuerde. Si acaso Toni Cantó, llegado al hemiciclo, y también actor, nos diese una sorpresa impositiva de tener ocasión… Bueno, en lo que brilló ayer especialmente nuestra veterana aludida, quien curiosamente tuvo por pareja en “Carmen, Carmen” al hoy diputado de UPyD, fue en referencia al papel público, profesional, del artista: “Debemos significarnos menos y atender más al trabajo”.

Pues estoy de acuerdo. En el mismo sentido que, creo, debemos atribuirnos también los periodistas. Serlo no significa tener que estar siempre proclamando a los cuatro vientos una opinión o una opción de voto. Ni tirando por tierra y por sistema todo aquello y aquel que no entra en nuestras convicciones particulares mientras ensalzamos lo que nos gusta más. Ejercer de profesional no es sinónimo de abanderado de nada, como muchas veces ocurre. No hay porqué significarse a toda costa en toda ocasión. Y callar a veces ciertos asuntos tampoco significa necesariamente que estemos dejando a un lado la coherencia en nuestros actos, sino apelar a la objetividad. Un valor en franca decadencia. Creo que cada vez se difumina más la línea entre perfil particular o privado, y público o profesional. Ideas e ideales tenemos todos pero, ¿siempre han de ser nuestra tarjeta de visita? Opino que tal vez sea más prudente y efectivo actuar y conseguir en lugar de tanto dictar y proclamar. O lo que es igual, y ya dijo el poeta: “Camino se hace al andar”. Los cuchicheos, a la corrala.

Me parece estupendo, Conchita, que eches freno a acaloradas defensas en público, porque así te permitirás esas fuerzas para disfrutar más en privado. Y hoy, con lo que ya has pasado, te recompensa.
¡Qué bueno tenerte de vuelta! En todo.

Estar a la altura

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Dic 282014
 

Millón superado. En euros, y apoyos. Felicidades.
Me congratula comprobar que, a pesar del despilfarro que suponen estas fiestas para muchas carteras (y no diré “innecesario” por redundante), todavía quedan bolsillos generosos con las buenas causas. La Fundación Inocente Inocente celebró anoche su tradicional gala solidaria por Navidad, dedicada a paliar el cáncer infantil, que TVE se encargó de retransmitir por tercer año consecutivo. Lo hizo, por cierto, desde sus recién vendidos Estudios Buñuel, en Madrid, otrora estelar mini ciudad del cine a mayor gloria del recordado productor Samuel Bronston. El de “55 días en Pekín”, sí, y papá de Andrea, la eterna corista de Sesto y Bosé, entre otros vocalistas patrios de renombre. A lo que vamos: Imagino -hubiese querido, al menos- que la Corporación aprovechara para contribuir en el show de anoche con un pellizquito de los jugosos 35 millones que se embolsará por dicha venta. Además de haberse puesto artística y técnicamente al servicio de tan noble fin, no estaría de más que alguien, por una vez, y sirviendo de precedente, desviara recusos públicos para algo verdaderamente altruista y que merezca la pena antes que gastarlos en fruslerías o vergonzantes cuentas extranjeras.

Fue como casi todas. Una gala larga, con altibajos, emociones y sorpresas. Pero sin anuncios. Eso, y la recaudación, resultó sin duda lo mejor. Bueno, para ser justos, hubo otros y otras sobresalientes que hay que reconocer. Sin ir más lejos, los inocentes del año. Lorenzo, Montero, Hurtado, Hazas y Rosana lucieron bastante convincentes como protagonistas de bromas blancas y bien preparadas. Pero, por chirriantes carencias de guión, ausentes fueron luego -salvo la cantautora canaria- en directo en el escenario de los Buñuel. Es disculpable que estas fechas tan apretadas en compromisos pudieran haber impedido su visita al plató y compartir impresiones tanto de los sustos como del orgullo por sufrirlos, dados los fines y circunstancias. Por allí pasaron como suplentes anteriores protagonistas de estas siempre esperadas inocentadas, como el inevitable Santiago Segura (no se pierde canal ni programa en que aparecer), y la siempre agradable y especialmente elegante ayer Natalia Millán. Igual de simpática estuvo Chenoa, con una canción cuyos derechos ha cedido a la Fundación, o el grupo Auryn, ese en el que cada uno defiende su corte de pelo pero saca idéntica neutra voz. Muy naturales, eso sí, colaboraron incluso en el centro de llamadas, además de actuar, atendiendo personalmente a alguno de los televidentes que ofrecieron donativos.

Ilustrativos, interesantes y hasta esperanzadores fueron los reportajes desde hospitales y residencias que el director del show fue repartiendo a lo largo de la noche. Siempre he dicho que el primer paso para curarse del cáncer es no tenerle miedo y verlo y reconocerlo, asumirlo con nombre y apellido, porque es la única manera de combatir con garantías. Y si estas imágenes, no por dolorosas desagradables, contribuyen a normalizar la convivencia con una enfermedad más habitual y extendida -por más que nos pese- de lo que se piensa, bienvenidas sean. Como se pudo comprobar una vez más, los enfermos de cáncer tienen, dentro de su infortunio, la bondad de infundir inagotables cargas de energía y reconciliarnos con el espíritu de positividad y paciencia que cada día perdemos hasta en un simple semáforo rojo de cualquier ciudad. Y siendo los enfermos niños, mucho más.

Había, pues, que estar a la altura. Por ellos. Por todo. Y a pesar de contar con dos presentadores de casi dos metros, al final fue la chica subida a unos tacones blancos quien hizo sombra a ambos. Sin ser una habitual en estas lides dicharacheras, llegaba -para más inri- como sustituta urgente de Paula Vázquez, otra vez indispuesta a última hora. Deprisa y corriendo, María Casado agarró los papeles, y se comió a Y medio e Iturriaga. Fue la más atenta, la más despierta, siempre ocurrente, simpática sin artificios… El contrapunto fantástico a dos señores que, no es nada personal, sonaron forzadamente correcto el actor y cómodamente asentado en rutina el deportista. Como dormidos en laureles, fueron arrollados por una ex presentadora de informativos que con sus debates matinales abandona su hiératico pasado y se va soltando como conductora amena, espontánea y humana. Que lo mismo te ríe como llora sin quererlo o pide disculpas a una tertuliana amiga -pero impertinente- sin tener porqué. Anoche sólo tuvo dos enemigos. Un guión tan inconexo como imposible, y un estilista que repescó de los cincuenta un modelito que en nada, salvo el color, favorecía a María. Color que repitió con la encargada del centro de llamadas, tal vez por equilibrar protagonismos, pero con igual desatino de conjunto: Carolina Casado, en su estado de buena esperanza, no necesitaba enfundarse tan ajustado patrón y bien pudo lucir un modelo algo más acorde y, sobre todo, cómodo para estar cinco horas en antena. Su asesor quiso ser tan moderno que hasta le proporcionó aquello de lo que prescindió, menos mal, con la otra rubia de igual apellido: Joyas adosadas. Cual chalé pareado. Al estilo reina Letizia en el día de su proclamación. Un look correcto y alabado, pero no a toda costa exportable, como pudimos comprobar. ¿Son estos modistos los encargados también de vestir a las presentadoras de informativos con escotes y manga corta mientras nos hablan de borrascas, nieve y temporales? Suponemos ya estarán apartándoles blazieres y fulares para el próximo agosto…

Al filo de las tres de la madrugada acabó un evento televisivo del que me felicito, reincido, por sus logros emocionales y de talón bancario, y la sorpresa de ir conociendo las mejores facetas de una profesional cuyo primer acierto fuera del Telediario fue cortarse el pelo. Y empezar a desatar simpatía. Acontecimiento, no obstante, en el que las batutas de texto y realización se llevan un suspenso. Tripular ese barco durante largas horas y sin publicidad colchón es titánico, sí. Pero aquello parecía unas prácticas de escuela sin un triste y manoseado Gerald Millerson de cabecera. Por eso vimos al fondo de la pantalla cómo entraba por detrás de la caja el compañero del ilusionista Yunke que iba a aparecer por arte de su magia. Y así los presentadores daban paso a vídeos que sólo a veces coincidían con su discurso. O sentaban invitados -los pocos que fueron- a una precaria mesa camilla con mantel rojo, trayendo a plano un reducido y triste graderío. Eso, en pleno siglo XXI, con la tecnología de bandera y los recursos a discreción que sólo TVE se permite sí o sí, no se puede disculpar. Expertos y profanos que recuerden tan sólo las ochenteras noches viejas de Prado del Rey o los especiales en Florida Park y Casino Gran Madrid saben de qué hablo.
No es de recibo. Que no.
¡Ah! ¿Era su inocentada? Pues no tienen sueldos de broma, precisamente.

Se llama Bárbara

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Dic 072014
 

Ha sido una cálida noche la de ayer. El puente de casi cero grados en la capital y su efecto se han paliado con la fiesta de cumpleaños de un amigo llegado del Caribe. Que, claro, remedió los rigores de estar en la cúspide de una de las azoteas madrileñas de moda con un catering cobijado con generosas estufas de propano y los calores -humanos y afectivos- de taitantos invitados escogidos, casi los mismos que años festejaba. Afortunado yo por partida doble. La primera había sido un concierto de esos que tampoco, por imposible, se olvidan.

Volvía Patricia Kraus a la sala Galileo con sus partituras bajo el brazo y la banda habitual para un público que no dejó de aplaudir ni siquiera en pleno canto. Esta señora debería estar patrocinada por Iberdrola, porque es electricidad pura. Energía azul reconfortante, como el color de su último disco, “Divazz”. Dice ella que no entiende que en un país tan soleado como tenemos no impulsemos más las energías renovables, ecológicas y naturales. Opino lo mismo y más. Pero vamos con la música, que no enciende bombillas pero ilumina las almas. Soul es precisamente uno de los muchos estilos que domina Patricia. Y gospel, blues, jazz, pop, electrónica. Ópera. Cómo no. El recital de ayer volvió a demostrarlo, aunque esta vez no sonó el aria de “El pescador de perlas” que inmortalizó su padre y versionó ella hace un par de años para llevarlo a todos los escenarios que pisó en una larga gira por España entera. La última vez que lo ha cantado en vivo puso en pie al respetable, del Teatro Real, hace apenas un mes, durante un homenaje de varios artistas brindado a mayor gloria de Alfredo. Si ayer no hubo lírica, la intérprete nos regaló a cambio el adelanto de algo que incluirá en el siguiente disco, previsto para 2015 y que grabará a finales de invierno. Así, cuando menos lo esperábamos, entre notas de Nina Simone, Stevie Wonder y Etta Jones volvió del mar Alfonsina a aparecerse en pleno centro de Madrid. Lo hizo con aires de bossa nova. Será sólo uno más de los sorprendentes títulos que tendrán cabida en el venidero cedé junto con alguna nueva canción propia.

Cuando le hablo de Patricia a la gente, es inevitable que la asocien con Eurovision y aquella canción de 1987 con baterías electrónicas y sintetizador que Eduardo Leiva vistió con arreglos orquestales para darle empaque. Después de aquel primer elepé homónimo, pop, donde Patricia firmó de puño y letra la mayoría de los cortes, y el revuelo que causaba ver a la hija de uno los mayores tenores del mundo en plan “Ana de Mecano”, como algunos dijeron, vino un cambio de estilo. Siguió componiendo canciones, pero con arreglos más acústicos y directos, y letras urbanas muy intensas y cuidadas que, a modo de metáfora, hablaban de “animales y selva”. O lo que es lo mismo: ciudad y gentes. Como suele ser normal cuando uno es adelantado a su tiempo, Patricia, que trató entonces de rebajar lo apabullante de su apellido sacándolo de la portada del disco, no logró la repercusión cosechada después por Rosario, Rosana o Luz. Ser mujer cantando sola volvía a estar en desuso con tanto grupo ochentero en boga y recuerdo.

Esperando tiempos mejores, nuestra heroína investigó la electrónica con el grupo Wax Beat y se hizo más moderna que los modernos de turno. Su padre llevaba años acudiendo a alguna de las presentaciones en pequeños locales, y el público alucinaba, algunos incluso sin saber quién era. Pero estoy convencido que ya entonces pensaba que lo mejor vendría en la baza que guardaba y decidió no jugar hasta el nuevo milenio. El estudio constante de la voz, la técnica, el amor por los viejos discos de música negra escondidos en el despacho de papá y la experiencia de subir a los escenarios más variopintos durante todos los 90 forjaron un futuro que lleva siendo espléndido presente más de una década.

Patricia volvió a la canción de autor con “Alma”, un disco autoproducido en plena crisis de piratería, con canciones armónicas, donde su voz luce de manera desconocida hasta ese momento. Fue el tímido primer paso para desatar su verdadera pasión y empezar a mezclar sus propias melodías con los viejos sonidos de la Motown, los añejos clubes de la América en humo de cigarro y blanco y negro, el saxo vibrante, el bajo vigorizante y el pìano delirante. Y esa garganta. Privilegio indescriptible que atraviesa 30 canciones con todas las octavas posibles y en una sola sesión sin dar ni una nota original fuera de lugar. ¡Ni una! La Kraus es uno de esos fenómenos a los que ni el mejor de los estudios de grabación con el más sobresaliente equipo de profesionales puede hacer justicia. Porque en vivo siempre es mejor. Y si entre canción y canción, además, sueltas algún chascarrillo que otro haciendo gala de simpatía y un humor tan rápido como ocurrente y venido a cuento, no hay bolsillo suficiente para meter tan entregado público. A la salida, siempre, te firma un disco y pasa otra hora repartiendo sonrisas y anécdotas a toda la cola… Una voz sin fin.

Me ha prometido un nuevo “Knockin on heaven’s door” porque, en realidad, ella siempre está allí, en las alturas. Su sitio. Anoche mismo se lo dije, y decidí cambiarle el nombre. Lleva el suyo por nacer italiana, por nobleza dinástica y de carácter. Y por bonito. Para mí, por mérito propio, no comparable a nadie, y según reza en acepción positiva el diccionario, es Bárbara.

Olviden aquel festival de la tele. No dejen de probarla.

El día de la Prostitución

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Dic 062014
 

Cuando eres niño, cualquier día sin cole es una fiesta. Da igual lo que se celebre, para tí es tiempo de alegría y juegos y compañías amigas que te hacen pasar un buen rato. Cuando creces, ya no es lo mismo. A veces las obligaciones adultas impiden un poco de esparcimiento. Otras, es la mala leche de ver cómo ha cambiado todo. O peor: Cómo no.
Desde hace años el día de hoy se me antoja fúnebre. Porque cada vez es más difícil alegrarse de que una carta magna mienta y no deje de ser un mero espejismo de lo que debería. No voy a entrar en debates al uso sobre reformas constitucionales. Prefiero resumirlos y decir que hay cosas que nunca debieron quedar de forma tal que hubiera que tener que modificarlas por urgencia y como auxilio ineludible para el desahogo de todo un colectivo, mayor o menor, que, dicen, se llama nación.
Yo no celebro nuestra Constitución. No puedo. Mi profesión me lo impide. Y como siempre la he basado en una fuerte ética, parece más acertado decir que ésta es la que no me deja tirar cohetes. Sino dardos. Con palabras. Gramaticalmente bien escritas -creo-, no como recopilaba, de imposibles, Lázaro Carreter en su libro.

Nací con un dictador. No me duró muchos años más ya. Pero aunque ahora no tengamos paredón, muchos siguen siendo fusilados día a día… en el ejercicio de su libertad. Esa, que en el texto de 1978 se recoge retorcida, barata y falsa. Me parece muy triste, a la vez que muy conveniente, claro, que se discutan los derechos autonómicos, de determinación, de independencia, políticos, sociales, ideológicos, de voto y de botox. Y de lo que se crea oportuno. Pero tratar todas y cada una de estas cuestiones no nos remite sino a la única y fundamental: discutimos la discutida libertad. Que tiene sus límites. Faltaría. Pero ya está bien de agarrarnos a la coletilla, porque está pasando a coleta, cola y soga, en definitiva. Nuestra propia horca.
Que la libertad no es a cualquier precio es tan obvio que no debería convertirse en axioma que impida su efectivo disfrute y normal desarrollo. Ni en propiedad de unos pocos. Quiero decir: Necesidades básicas e infaltables se han convertido absurdamente en privilegios reservados -como siempre, en realidad, desde que abandonamos las cuatro patas- a lo material. Lo que se puede contar. Lo que suma y resta. Y te sube y baja. Y te da vida o muerte. Dinero. Dependiendo del volumen de billetes así son tus decibelios de libertad. Indecente. Inhumano.

Tener casa, empleo, dignidad… Es sólo dinero. Poder conocer, comer y crecer. Es sólo dinero. Progresar, evolucionar, curar y amar… Es sólo dinero. Y bien digo, dinero. Que nunca poder. Pues ¿qué es el poder? ¿Imponerte a todo y todos? ¿Ser látigo amedrentador? ¿El triunfo de la amenaza? Sí. Todo eso y más. Todo lo que no es voluntad, ni conciliar, ni observar, considerar, o paliar. O aliviar. Es sólo dinero. Que las menos veces tiene decente origen. Que las más lo compra todo, hasta la suciedad.
Yo no entiendo al abogado que deja de serlo por dinero. Yo no comprendo al médico que deja de serlo por dinero. Yo no me explico al periodista que deja de serlo por dinero. Yo no quiero ser un cheque en blanco para que me escriban lo que quieran dentro. Ni ir a un banco a cobrar la indecencia de vender la decencia. O creer que en un librito articulado, ese librito articulado, caben miles de años de experiencias y humanidad reducidos a un decálogo de supuestas buenas prácticas que en definitiva sólo favorecen a unos pocos cuando echan a andar.
Yo quiero ver que no me tengo que esconder. Yo quiero saber que me puedo defender. Yo quiero pensar que no siempre me van a atacar. Yo me quiero relajar y esperanzar. Y no tener que decir nunca más que ya llega el día. El día de la Prostitución.
Por los hijos que no veré, para que no se tengan que vender.

¿Voluntario o volován?

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Dic 052014
 

Todo es maravilloso y emotivo. Una sala abarrotada de público. Una presentadora de primera audiencia, rubia como el champán de las -igual que siempre- próximas campanadas suyas, y con mucho corazón. Doce homenajeados jaleados cual docena de uvas de la suerte. Las planas mayores y menores del Gobierno regional. Discursos. Vídeos. Aplausos. Una curiosa performance a cargo de atractivos jóvenes acróbatas que corren sorteando las butacas y reptando contra las paredes entre músicas tribales y new age como despedida. Foto de familia… Lo que haga falta para repetirnos cuán solidaria y ejemplar es nuestra sociadad aun en tiempos de cóleras (y ébolas). Claro que, no hay ágape. ¿Ningún jerifalte tenía un amigo restaurador? Pues tampoco parecen haber justificado el presupuesto en sillas: Más de cien asistentes se quedaron de pie por los rincones a pesar de la obligada acreditación previa. Estarían sin pilas para calculadoras, los organizadores…

Hoy es el Día Internacional del Voluntariado, y el eslogan escogido “Cambia el mundo, hazte solidario” nos grita desde cualquier esquinita libre, pocas, ahora que la Navidad es todo inutilidad de banal propaganda por robarse clientes entre los cientos de firmas ávidas de ser las más regaladas y agotadas de stock. Por no mencionar cartelones y banderolas con langostinos en ganga de supermercados y películas de estreno y dudosa novedad típicas del cambio de calendario. Pero felicitémonos porque en medio de tanto circo la cifra de 150 mil voluntarios en esta España dividida forme un curioso conjunto de contrapunto. Llenarían tres Bernabéu en día de concierto.

“Voluntario”: Dícese de aquel individuo que trabaja por decisión propia y libre en servicio de una comunidad y del medio ambiente sin percibir remuneración. O sea, que no debemos confundir con “político” por más que insistan en destacarse por lo mucho que sufren y se sacrifican en bien de los ciudadanos. En realidad, son ellos quienes cobran y hacen nada, mientras todos y cada uno de esos miles de voluntarios les sacan castañas de varios fuegos a la vez. En la atención a dependientes. En cuidados a la infancia. En resolver asuntos administrativos de primer y segundo orden para personas siempre desasistidas y en lógica pelea con la cada vez más virtual burocracia oficial impuesta e ininteligible, tan fatigosa de ejecutar y tener al día. En resumen, batallas mil de lo que viene a llamarse cotidiano. Más de la mitad de cuanto un Gobierno, con sus decenas y decenas de delegaciones y tentáculos varios en municipios, regiones y diputaciones debería solucionar por principios y con un simple medio gas, está en manos de quienes de forma salpicada dedican altruistamente su tiempo a todos los paga-impuestos de cualquier rincón. Conclusión: casi vivimos de la caridad. Y no exagero. Mal vamos. Digo, seguimos.

De las decenas de tópicos y melifluas congratulaciones dirigidas ampulosamente esta mañana por el viceconsejero madrileño de Familia y Asuntos sociales, deshecho en alabanzas a todos los voluntarios de esta ¿su? Comunidad, hubo una, en efecto, real como la vida misma: “Os animamos a seguir así, y sabed que siempre nos vais a tener detras”. No pudo hacer más exacto y acertado uso de la palabra: “detrás”. No “al lado”. Detrás. Con despego. Alejados. A distancia. Por libre. Ajenos. Aislados… Solos. En “su mundo”. De prevaricaciones, cohechos, malversaciones, blanqueos, etc, etc, etc. Todo aquello para cuanto son los primeros y más rápidos voluntariosos del mundo. Y luego vienen a darnos palmaditas en el hombro con un “chaval, eres el orgullo de la sociedad” y un “muchacha, qué buena eres” en lugar de “estás” porque a duras penas logró dominar su subconsciente.

Yo también soy voluntario. Me sonroja un “felicidades” familiar en cada cumpleaños mío por total vergüenza propia. Hoy la felicitación de un político me sonroja con más furia por igual vergüenza, en este caso ajena. Gracias por acordarse y venir. Yo hoy estaba aquí en ese papel, no de periodista. Pero, vaya, vaya usted con su corte de adoratrices a celebrar este día y cuantos más quieran a costa del erario público, claro, y sin olvidar -faltaría- a los voluntarios «de pedigrí». Como ese al que acaba de obsequiar con un pedazo de metacrilato que luce su nombre y fecha, a la sazón alma mater de una siempre emotiva fundación infantil… y dueño al mismo tiempo de una de las cadenas de restauración más célebres del país con pingües beneficios. O la angelical madrina de ceremonias. Siempre correcta y hasta reivindicativa, pues quiere una nueva Ley de voluntariado de color rosa pastel, no podía ser menos. Beneficiaria de una de las nóminas públicas más Full HD de los últimos 20 televisivos años, como para no sensibilizarse en la causa…
Sólo nos faltó cambiar a los modestos jóvenes saltimbanquis por una actuación gratuita de, por ejemplo, Madonna. Tan por Malawi ella, que se gasta luego el doble de lo que allí invierte en cada excesiva fiesta de cumpleaños con sus amigotes. Qué buen corazón tiene, también. Tan grande, que a este paso Gaultier le va a tener que coser corsés de tres copas.
Pues muy bien.

Voluntariado ligero, volován de hojaldre.
¡Ay, no! Que no hubo cóctel.

Hoy

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Nov 112014
 

Hoy he vuelto a ver las cartas que envié
y todo cuanto fui y nunca he vuelto a ser.
Hoy he vuelto a estar cansado de pensar
de probar y ensayar sin saber qué esperar.

Hoy te llamaré deprisa otra vez
queriendo comprender porqué tanto dudé.
Hoy contestarás tratando de explicar
que nunca entenderás mi forma de actuar.

Y te contaré que yo fui siempre fiel
a mi particular forma de ser.
Así como aprendí, yo nunca te mentí.
Llegaste, y creí poder sobrevevir.
Hoy, sólo me queda seguir.