Oct 242023
 


En esta España empeñada -en todos y en el más estricto sentido de la palabra- en remover y no asentar contamos, afortunadamente, con personajes ancla. Iconos de peso, guardianes de la memoria -la que merece y no otras de propaganda-, perfiles humanos, en suma, cuya condición trasciende y se perpetúa en el tiempo como ejemplo y modelo. Humanidad emparejada siempre y además a su imagen pública y a las maneras y artes de todo corte y oficio que los hicieron tan reconocibles. Tan valiosos como para estar siempre en el imaginario colectivo, en las charlas, tertulias, chascarrillos y, cómo no, tradiciones, que son lo que marca a los pueblos y a la Historia misma. Manolo Escobar es, sin dudarlo nadie, uno de ellos.

Parece mentira que el tiempo pase tan rápido y hasta convulso y se cumplan diez años. Una década sin su presencia en los escenarios sólo, porque sigue vivo y seguirá en las pantallas de cine, en las televisiones, en las radios y todos los corazones de los afortunados que lo trataron en las distancias cortas para gozar sus afectos y afinado humor. Y, por supuesto, en los de quienes fueron y son desde el otro lado de la verja su público incondicional. En realidad hay poco que quede por contar o decir de él como artista porque su infinito legado en distintas disciplinas lo dirá siempre todo y más: las películas con más taquilla de su tiempo y de casi cualquier tiempo, los casi cien variadísimos elepés publicados y multiplicados por millones y millones repartidos en -como solía decir- todos los hogares de este país, e incluso de fuera. En cada casa y rincón. Recortes de prensa, fotos de revistas o propias tomadas en algún recital, entradas de conciertos, autógrafos y catálogos de las exposiciones en que mostró parte de su importante colección de pinturas… Y un himno popular cantado que se crece parejo al obligadamente solemne y nacional que suena en cada acto oficial, ese que en cambio no tenía letra hasta que vino Marta Sánchez y se la puso en las Américas en un arrebato de morriña para abrir así una encendida batalla entre defensores y detractores. El de Manolo no. Se lo saben todos. Y viva España tiene la simpatía y bondad de este nuestro almeriense universal ya. Y una suerte de bálsamo de ánimos, un empaste que concilia todos los bandos porque no habla de banderas -ni fronteras- sino del sentir de las calles, de calores y alegrías, del latido de un crisol de pueblos que dicen al mundo que son “lo mejor”.

Ojalá dure. Necesitados estamos de ser “lo mejor”. Los del norte. Los del sur. Los del centro. Los del lado derecho y los del izquierdo: de todos los puntos cardíacos y cardinales, del Barça y del Madrid. Que ese himno, balón emocional aquella noche triunfal junto al Balón de Oro del Mundial, siga y marque penalti y compás. Y Manolo Escobar, el de los suspiros de todas las Españas, el de su pequeña Vanessa, el enamorado de su madrecita María del Carmen y del nombre de Anita… el del carro, siga iluminando también desde el lugar en que está algunas de las anécdotas, melodías y cuadros de historia -por muy convulsa que venga- que vayamos pincelando de aquí hasta donde lleguemos… si nos dejan. Que no es copla, sino bolero. Y también habla de amor.