Jul 282014
 

Suele repetirse que el verano es periodísticamente aburrido porque las vacaciones dan poca noticia. Ya hace días que escribí mi apreciación sobre lo que es susceptible de alcanzar la categoría de noticioso -es decir, cualquier cosa, como la palabra indica, que se haga notar razonablemente-, o que la “agenda” sólo dicte horas y acontecimientos, y no necesariamente “noticias”… Total, que el tiempo, los años, o sabe quién qué, me dan la razón; y leo tantas cosas cada jornada en los diarios que se me vuelven cebos de blog por todas partes. No hay tregua por estío (ni hastío) y hoy bien podría hablar del nuevo escándalo político español, forrado una vez más de billetes, y localizado esta vez a orillas del Mediterráneo norte; pero es que en realidad lo que sí está dejando de ser noticia es el tamden España-Escándalo. ¿De corte político? uno tras otro, porque, vamos, tenemos más en un año que días festivos el calendario. Bien, si no es política de titular cinco estrellas, puedo pasar a otros de quizá menos categoría otorgada, pero no de menor importancia en crudo, a saber: Gaza, Obama, el difunto Shaolín… Pero no. He decidido ser liviano. ¡Negativo! En absoluto es la inminente portada nupcial de la benjamina Borrego Campos (dicen que ha costado un congo). He encontrado algo mucho más divertido.
No vamos de altares sino tribunales. Se ratifican dos sentencias condenatorias por vulneración de intimidad y honor, derechos sendos que a algunos… se les suelen torcer. Sobre todo en la pequeña pantalla (por cierto, ¿la seguimos llamando así, con la de pulgadas que tiene ya?). Bueno, la caja tonta de siempre, aunque lo diré bajito pues no seré ahora yo quien le falte al honor. Se trata de dos casos similares en formas y antigüedad, que rebasan los seis años. Todo este tiempo han precisado sus señorías para concluir en delito insultos e improperios hacia una colaboradora de programas rosa y una actriz, no del todo popular ésta, por cierto.
El Mundo, o mejor dicho, uno de sus firmantes, arremetió contra Chelo García Cortés y su oficio en términos tan subidos de tono como Aída Nízar lo hacía en un plató con Begoña Alonso y sus amores con el cantante Bustamante y un pasar de puntillas por un reality. No voy a dar pábulo a ninguno de estos personajes y causas ni comentar las cifras que deberán desembolsar los condenados para regocijo de los damnificados. Pero sí me voy a detener en lo que siempre llama mi atención cuando ocurren estas cosas: Lo dilatado de llegar a una sentencia final; que inevitablemente hay nombres populares incapaces de evitar su paseo por los tribunales; que a veces su notoriedad pública les favorece y otras es lo contrario; que en no pocas ocasiones copan abusivamente esas mesas de trabajo repletas de otros asuntos prioritarios, por mucho que todos tengan derecho a ejercer y disfrutar los suyos (derechos) sin distinción de identidades o el carácter o alcance de aquéllos; que… Que entre todo está lo más llamativo: ¿por qué difundiendo estas noticias se suele reproducir a bombo y platillo el delito incluyendo alegremente las retahílas de improperios prohibidos?
Es alucinante escupir a los cuatro vientos “Fulanito condenado a pagar por llamar a Menganita esto, lo otro, aquello y lo de más allá”. Sin escatimar detalle. Vamos, que el que paga es quien lo dijo primero, y luego los demás lo perpetúan ya con las dispensas de “ah, no: yo sólo explico la atrocidad de cuanto pasó”. Qué bien. Son ganas de pintar de amarillo la genista, como cantaba Serrat.
He tratado de informarme en códigos, normativas y demás, y no consigo encontrar si hay indicativo alguno de que este tipo de sentencia conlleve no sólo la exigencia de ser publicada en el mismo medio y modo en que se cometió la infracción, cosa suele ocurrir de hecho; sino también la prohibición expresa de que en este acto de divulgación pueda repetirse la ofensa reprobada.
Vamos, anuncian mi legítima victoria y vuelven a decir que gano ahora porque me llamaron “tolili” en su día. Por si no se habían enterado.
¡Vaya negocio!