Jul 302014
 

Entre la operación salida-entrada de vacaciones, las re-rebajas, los sustos meteorológicos que nos llevan a los 20 grados de máxima en pleno verano y demás, parece no haber cabida de reflexión sobre un tema que provoca más escalofríos que esa insólita bajada de mercurios. Hablo del caso Pujol, y no por la friolera de miles de millones de pesetas (y de euros, por una vez coinciden, para escándalo y asombro al mismo tiempo), sino por el triste trasfondo que encierra tamaño engaño: todo es negocio. Todo. Los nacionalismos, lo mismo dan aquí o allá, también.
Desde mi poco cultivado gusto por el observatorio político -porque, a diario, enferma- creo darme cuenta que, en verdad, no hace falta ser estudioso en materia para concluir, sin precicipitación ni mayor desatino, que quienes se arriman a eso que dicen llamar “servicio al pueblo” desde gabinetes, partidos, asambleas, congreso tienen, en amplísima representación, muy poca gana de hacerle gala ni honores. Todavía no hemos visto un solo político altruista en los taitantos siglos de devenir terrenal. Desconozco que habrá sido del sideral pero, al menos aquí abajo, quien no se aprovecha de su cargo en una forma, lo hace de otra.
Bueno, voy a otorgar el beneficio de la duda a algunos pocos, quisiera en realidad que fueran muchos, que tal vez sí dejen guiarse por un sano instinto de solidaridad ciudadana. Porque, en esencia, eso es lo que parecen olvidar tanto alcalde, concejal, diputado, senador y presidente ambicioso: que son ciudadanos. Y hasta, se supone, personas. Aunque actos y actitudes tan míseras y avaras los alejen mucho del humano perfil.
Y lástima que este insano gusto por el trapicheo mercantil con obsesivo destino “Paraíso fiscal” parezca extenderse sin remedio además por campos tan igualmente multitudinarios como la religión. O el show-business mismo. Al final, la vida es un inmenso cabaret. Aunque más pena da ver cómo en medio de tanto falso líder, de credos, mantras, tronos y coronas nadie ¿nadie? sea capaz de reaccionar, despertarse sincero y firme y despertar al vecino de sus fanatismos por unos y otros. ¿De verdad una mayoría sigue creyendo que salen conejos de las chisteras?
A no pocos cantantes les importa nadita la escala tonal ni cuánto gastan sus fans en discos y entradas, porque ellos no van a pagar jamás a Hacienda, ni el hotel cuando se van. Decenas de empresarios “top-ten” vanaglorian sus plantillas, esclavizando empleados en su pirámide de negocio como Egipto hizo con las monumentales levantadas bajo látigo en Gizeh. Cientos de directores espirituales de iglesias baratas hacen caja con sagrados mandamientos que imponen a sus temerosos fieles desde púlpitos encumbrados en el mismísimo infierno que su perversidad ya les ha hecho ganar en vida sin necesidad de juicio final. Miles de altos cargos estatales, provinciales y municipales hacen de las suyas mundo a través como cualquier secretario de mancomunidad de tres al cuerto hurga en la hucha del conserje.
Millones y millones… de anónimos de a pie en todo el mundo padecen presbicia, amnnesia, afasia y otras patologías del inmovilismo social, que empieza en el particular. En silencio, sí, como las hemorroides. Lástima de fallido ungüento que no les pueda aliviar.

Y este don Jordi… ¿tampoco va a ir a la cárcel?