alberto

Gemio. Y figura.

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Gemio. Y figura.
Ene 172021
 


No me gustan las polémicas. Soy partidario de la tertulia, un debate. Un punto de vista u opinión, que pueden aportar algo. De entrada ya, plantean servir para construir. La polémica es ruido, a veces altanero y otras pendenciero. No pocas hasta verdulero. Tal vez hoy parezca que me sumo al carro, pero no. Quiero, como digo, lanzar un punto de vista. Con un tema y terreno donde creo poder entrar, por trayectoria, formación y convicción. De lo contrario, me quedaría orillado. Como en todo cuanto no alcanzo a dominar, ni tendría porqué. Pero de Periodismo sí, hablo. Lo he sido, lo soy y seré si quiero. Periodista a mi manera, como la canción. Tal cual entiendo que se debe ejercer. Y con método y ortodoxia de la ciencia. Periodismo es una ciencia, de la información. Aunque en su práctica mayoritaria actual poco ensayo y rigor quepan, y deje mucho que desear.

El periodista, el científico, toda persona en sí, consiguen logros y también desatinos, como es natural. Pero en ésta, en casi toda profesión, debería ser la buena o mala intención puestas el fondo del asunto, la clave. El alma del oficiante tiene que sellar el resultado final, que tendrá crítica siempre. Aunque tan sólo fuera por ser, criticón, una de las condiciones más entrenadas por el ser humano, pendiente siempre de todo lo periodístico… o que aparente serlo.

Buscando un titular te puedes equivocar. Persiguiendo un reportaje arriesgas perder todo el equipaje. Firmando una entrevista te puedes salir de la pista… A todos, todos, nos ha pasado al menos una vez. Entrevista es, como lector y redactor, el género que más me atrajo siempre, por mi curiosidad nata, por afán de ampliar saberes, por disfrutar en vivo al protagonista que te lo cuenta de primera voz. En literatura, claro, me apasionan biografías y memorias. En mis entrevistas he tenido la suerte de recibir el agradecimiento de mis entrevistados. Eso se pelea en el antes y el durante. Conseguirlo prueba haber puesto esmero en tu trabajo. Lo digo orgulloso y sin modestia. Para mí fueron mis textos más celebrados y de mayor disfrute. Pero no siempre brillas como hacedor de preguntas… La batuta se tuerce en algún punto de la partitura y tienes que oírte desafinar para desplegar tus recursos de oficio, y de individuo. Es tu deber. Igual que un técnico evita un desastre o el médico salva al paciente. No hay excusa. Como teoría, está bien.

He conversado con muchos personajes. Conocidos. Anónimos. De un ámbito. De otro. De más o menos candelero y talla con diferente bulto. A los que yo seguí por años al detalle. A otros que me acababan de presentar… Eso sí es terrible: apenas hay momento de hacerte con esa persona que te descubren por primera vez, tienes que sentarte para llenar unos folios o una grabación que publicar y lo único que tú piensas es “pues claro; pero ¿el cielo no ha podido concederme ni cinco minutos previos de hemeroteca? Qué caray”. Todos tenían interés. Porque hasta del que te llega por sorpresa o trae menos aliño y aderezo tienes que sacar sustancia. Es tu reto y misión aunque no exprimas el máximo jugo. Como yo, con aquella cantante rubia -teñida- de enorme fama pero discreto intelecto, cuando asumí la derrota de volver a mi mesa, poner encima la cinta (qué tiempos) de la charla y preguntarme: qué hago ahora con esto. No hubo jugo ni juego. No asomó la magia. No estuvo bien por más que intenté. Como intentaste tú, Isabel.

Nos pasa. Y qué le vamos a hacer si en la intención iba un buen querer y todo se echó a perder. Yo esta polémica magnificada e insólita, que no veo como parte y ha eclipsado una pandemia mortal, un violento temporal y un enero con cuesta que empezaba a empinar y ya a nadie va a importar, no la entiendo. No comprendo que de una entrevista, que en mi facultad definían como “conversación inteligente entre dos personas inteligentes sobre temas inteligentes”, salga una ensalzada y otra defenestrada, cuando el resultado es culpa o virtud de dos. No es una balanza inclinada. Se presupone aquí sin remedio un malicioso punto de partida en la anfitriona que yo no encuentro, pero es tan destacado como repetido por las voces atacantes. Se invita a televisión a una televisiva señora de larga trayectoria para simpatizar con ella ante las cámaras en igual línea que, dicen, vienen manejando fuera de ellas las dos protagonistas durante años. Con afinidad. En confidencia. De amigas. El público va a ver algo nuevo. Y son precisamente eso, los años, la culpa del mazazo: no se puede decir una edad. Porque ofende. Y hasta denigra. Resulta que la agraviada se erige en tradicional bandera de vanguardia y ejemplo para toda mujer empoderada durante las últimas décadas catódicas, de plasma luego y leds ahora. La más de las modernas. Pero oye su edad y lo encuentra grosero. Y suelta un rápido exabrupto, más feo que la presumida afrenta, que no pocos le justifican. ¿Con la edad de un señor hubiéramos montado todo esto? Lo digo a propósito de igualdades…

Despachar la fecha del DNI, evidente y conocida de todos por ser alguien de toda la vida –de hecho por ellapasaba la vida”-, no es coqueto. Bueno. Pues miren, es que la vida es larga. Y se nos nota. Y a propósito, yo siempre me pongo el siguiente ya nada más cumplir el último, por si acaso y para tener presente lo vivido, porque es lo que soy. Cuarenta y nueve serán en marzo, y cincuenta al día siguiente hasta el marzo que venga… Yo, creía coqueta por ejemplo a quien esquiva un enfurruñe y da su mejor respuesta en todo momento, con ingenio, sin perder compostura y con altura. Digamos una Marilyn Monroe. Que sin faltarle piropos de tonta o vulgar -farfullados por bocazas, quienes sí lo eran cum laude- nos dejó entrevistas ejemplares en simpatía y veloz ocurrencia. Estúdienlas, aspirantes de Periodismo, si no quieren verse desarmados en directo.

La ofensa no es de coquetos. ¿De verdad se puede tomar ese ya exprimido comentario ante el espejo como una burla programada de la presentadora hacia su veterana colega? María Teresa no supo hacerse un Marilyn Monroe. Pareció más bien la madrastra a la que humilla ese espejo en favor de Blancanieves. Sólo que Isabel no era Blancanieves. Ni falta que le hace: la intención no era una emboscada sino desdramatizar la reciente imagen de su invitada, apartada de los platós y con un importante arrastre de poco amables calificativos por sus derroteros en realities y semanarios de quiosco. Y para ello escogió reírse, juntas, de lo que Wikipedia dice de cada uno y cuyo rigor sabemos que el BOE no es, desde luego. Aunque me cuentan, por cierto, que algunos en el Telediario de TVE la utilizan para montar vídeos, despreciando el inmenso archivo que atesora la casa. Pero eso es otra historia. O no. Porque si los servicios informativos de la televisión pública recurren a un arcano de segunda, no hay que lapidar entonces a la extremeña, que lo aportaba aquí como simple guía trivial para desarmar cotilleos. La de Málaga y Tetuán, por su parte, lo tenía fácil. Si tanta es la amistad, hago un alto y digo: mira, no me gusta, no nos está saliendo bien; vamos a recular. Pero escogió lo contrario, y dio vuelta al disfraz que había llevado durante la entrevista de la que venían, en su casa, sus dominios. Allí sí estaba todo a su merced y dedicó cariños y alabanzas a Isabel por sus logros de toda índole, no sin antes incluir en el lote diversas preguntas de corte personal, tan propias del género corrillo y mesa camilla que tanto promocionó pero luego no tolera para sí. En esas, hasta se le escapó una anécdota y nombró con naturalidad a su último compañero -el humorista-, a quien indefectiblemente esquiva cuando le preguntan por él. Ese viraje, y el constante recelo, desmontaron a Isabel Gemio, que se vio sin piropo en su propio programa, despojada de apoyo, y perdió rumbo. Porque es bien cierto que habiendo vínculo con quien está enfrente, si se entra en deriva el resultado es peor: los nervios traicionan más. ¿De quién fue entonces la encerrona?

Detenidos de nuevo en el leitmotiv de toda esta tormenta tengo que decir que maquillar por corrección política la rica madurez de una persona, de los mayores, no pudiendo decir “olé tus años” es volver a episodios recientes tan absurdos como la “mariconez” de Mecano en aquel concurso de talentos. Acabó en el mismísimo Senado, y reveló de poco apabullante aquel pretendido talento de los triunfitos y de todo su entorno, tan errados como cortos de miras. Puede que pronto sigamos en racha y algún día saquemos del baúl la minifalda que “no me gusta que te pongas a los toros” y trituremos todos esos discos. O los tan bellos de nuestra Jurado eterna -punto “de partida”, y aparte también, siempre- donde clamaba que no sentía nada cuando lo hacía, poniendo a caldo al partenaire, a quien llamaba además necio, estúpido y engreído para lanzar luego entronizada en todas las octavas posibles que prefería sencillos y antiguos “amores a solas”. Qué sentida llegó a ser la cultura popular. Estudiantes: eso sí es música.

Y, en fin, desfilan día tras día por el ring mediático los habituales vengadores de la entrevistadora, a sacar tajada otra vez y destacar, en una suerte -desde luego- de “Me too – Low Cost” (un “pues yo también de saldo”, en idioma patrio). Pero no merecen una línea. Porque si pretendían ponerla en evidencia, con o sin razón, se ponen ellos, apilando argumentos más viles aún que la supuesta bajeza que critican. Entre colegas (si lo fueran) no puede haber esos términos. Y entre simples personas (si lo fueran también) menos. Un sólo apunte más para los aspirantes de la profesión, tres de tres: se ha sumado en causa la nieta influencer, para confirmar el dolor por la ofensa, hablando de televisión, en televisión, y avisando nada más entrar que ¡no conoce! a “la mala” de la película, pero piensa igualmente opinar. Y lo hace. ¡Con un par de micrófonos! Eso es dinastía y no la saga Colby-Carrington, oigan. Escuela, legado y herencia. Seguro que esta señorita sí tiene a McQuail, Millerson y Fallaci en sus estantes. Y sabe que BBC no es un cosmético que aún no ha probado. Seguro. Ni lo duden.

No es esta la primera vez que se bombardea a Isabel Gemio, una mujer que, como tal, ve negados la integridad y respeto que reclaman para otras, con tanto rasgón de vestiduras a indiferente hora en los últimos tiempos. Mujer, que tiene las virtudes y defectos de todos. Y no escribo “todas”. Porque en el castellano que yo aprendí no hacía falta; y con él no he crecido inculto, ni machista, ni misógino, ni xenófobo, ni ofendido ni excluyente ni supercalifrigilístico. A lo que voy y pesa: habiendo tenido ella como tuvo el riesgo de defender formatos televisivos nunca vistos en nuestro país, logró auparlos con una aceptación popular que tampoco tenía precedentes, o muy pocos. No se pudo discutir. Por eso las envidias que siempre tienen palco en estas tierras hicieron acto de presencia, azuzando en distintos bandos, en despachos, en comedores, en cualquier insospechado rincón tratando de tirar un éxito evidente que estaba por encima de opiniones, placeres o pareceres. Isabel tuvo que pagar el triunfo, no sé si por ser mujer aunque tal vez. Y tuvo que encerrarse en una casa con denigrantes pintadas a diario en los portones. Una pionera del “escrache”. Y es que la caza nacional siempre encuentra presas.

Tuve ocasión de conocerla brevemente en aquéllas, cuando cursaba mi tercer año universitario. Como parte de un Seminario de la facultad, vine a Madrid a una grabación de su “Esta noche, sexo”. Yo trabajaba para incluir en un libro que editó el departamento de Periodismo un capítulo sobre pacientes con sida. En él inevitablemente se hablaba de cómo esa dolencia condicionaba sus encuentros íntimos. Referir eso a mediados de los noventa suponía batallar contra el prejuicio, el escándalo… y mucha ignorancia, desafortunadamente. En el programa se dedicó una entrega a este tema. Contacté con la productora para interesarme por aquel trabajo ya que parte de las historias y testimonios que recogía eran coincidentes con las entrevistas que yo estaba recopilando a la vez. Y me interesó mucho confrontar las maneras de los medios escrito y televisivo en un tema tan controvertido pero nada banal o morboso, ni tan minoritario como intuía la opinión pública. Aquel formato levantó ampollas -no se admiten chistes- hasta entre anunciantes, que lo vetaron y tacharon de todo menos divulgativo, pero sin poder empañar su repercusión y buena audiencia. No me voy a extender con ello porque ya lo escribí oportunamente en prensa y ahora lo que quiero es centrarme en destacar que como desconocido aspirante, de esos a los que he venido aludiendo, tuve recibimiento y atención. Tocando las doce de la noche, en un plató vacío ya de público y tras una larga jornada de puesta en escena que no hubiera invitado a mucha ceremonia más. Pero Isabel, amable, la desplegó unos minutos conmigo. A pesar de no saber qué intenciones podía yo llevar, estando el patio publicitario como estaba. Antes ya había estado con algunos técnicos y redactores, pero con ella conversamos de ese oficio al que yo era candidato en mitad de recorrido. Con algún guiño cómplice, la palabra-gesto que tantas veces ella ha enarbolado en el aire. Esa misma cortesía que en algún momento tuvo que recibir ella en los comienzos. La que dedicó toda la tarde además a asistentes, productores y hasta alguna que otra admiradora en el público a quienes no dudó en firmar fotos. Les animó incluso a estar partícipes desde el decorado según avanzara la grabación, que siempre quiso distendida y amena.

Vi esa buena onda casi una década después, durante mi etapa de redactor en aquella Antena 3 donde -qué cosas- llegué. Nunca tomé parte en sus equipos de trabajo, pero me escurrí varias veces en el vecino plató, donde ella colaboraba de buen tono con todos, grababa sin apenas pausas, eficaz como un directo, y en sintonía con lo que entendemos por labor en grupo. Porque si no, señores, no sale. ¡No tendría curriculum! Dice que esta gafada entrevista, su último escarnio, la dejará colgada en internet por respeto a sí misma y al propio equipo porque no deja de ser el resultado de mucha gente implicada. Todo esto no va de altanería. ¿O sí?

Podría recordar mi experiencia con la otra parte de este duelo de divas, como lo ha llamado alguno, que también la hubo. Mi intención primera era parecida. Pero con aquel encuentro, en los estudios de Fuencarral, soy tan breve como en realidad fue: un amago. Que no por tal prescindió de un estelar y a la vez improcedente gesto, apuntado con malas palabras, que me dedicó ella sin ni siquiera haber abierto boca, y las cuales no reproduzco. Tengo educación. Fue tal desplante que sorprendió a su propia asistente, quien seguía la contundente estela de sus talones y se apresuró a pedirme -tan anónimo yo- mil disculpas con evidente rubor ajeno. Quien a mi lado estaba perdió un mito. En mi fuero interno, mientras, pensé: un periodista sabio investiga, absorbe; no puede desechar nada ni a nadie sin ver ni escuchar, porque puede quedarse sin una baza cuya utilidad y valor desconoce, y siempre necesita con qué avanzar. Si es que quiere. Ciencia. Cada uno tasa metas y logros…

En los últimos veinte años Isabel Gemio se ha empeñado en ensamblar una familia, con esfuerzo e imprevistos, algunos duros de encarar y por todos conocidos luego, y atravesando por un matrimonio fallido del que hablaron siempre otros; nunca ni en los mejores tiempos despachó publirreportajes a color o abrió un balcón “24 horas” a su intimidad a cambio de talón. Dejó la televisión en lo más alto y no hizo burla en directo de sus jefes ¡y por pantalla! para volver contratada, por más de diez temporadas con máximos de oyentes, a su añorada radio esa vez; allí dio voz y palabra a los que necesitaban ser escuchados en el convulso inicio de siglo y milenio. Ha formado para la sociedad dos hijos bien dotados académicamente que afrontan el futuro con inquietudes propias y sin tirar de apellido para ganar plaza; ellos son sus mejores premios por muchos trofeos de carrera que pueda acumular en su despacho. Posee, sí, una buena casa, que no hemos encontrado repetitivamente en el papel cuché convertida en una suerte de coloso con entidad propia y en compraventa, porque su alarde es otro; la dejó unos años para volver a la capital y retomar pulso directo a la calle, integrar socialmente a los suyos, y seguir creciendo, con la gente. No ha tenido que inventarse colecciones de zapatos imposibles para alargar su imagen a esa gente, porque su oficio la hace presente entre el público. Ni escribir un libro sobre la majestad de Letizia para congeniar con ella y sumar tan real apoyo en asuntos de su Fundación, esa que creó para el mundo y poder investigar y combatir las enfermedades raras, su más sentido y digno empeño de vida, del que sí se explayó en un volumen editado dos años atrás con intención divulgativa y vendido a beneficio de tan necesaria causa. Tómenla por referente y apoyen, pues quizá esa institución pueda arrimar también valiosos avances que eviten otras tragedias como este mismísimo Covid 19. Todo suma. Y sigue.

La de Alburquerque no ha querido que el personaje se coma a la persona. En ocasiones ha brillado más como entrevistada que preguntando. Cuando promociona su fundación, mostrando durezas que ignoramos, y en busca de respaldo, huye del lamento. Orquesta charlas serenas, contundentes y bien documentadas. Con esperanzas. Sus recientes declaraciones y vídeos sobre la pandemia y su gestión, cómo nos afecta en cada caso o de qué manera la tratan esos medios de comunicación que tan bien conoce habrán sido rebatidos y hasta ridiculizados por algunos que sí se creen gurúes, intérpretes del bien y del mal; pero son palabras pensadas desde el no a la acritud, despreciando la alarma gratuita o el oportunismo electoral, entre otras malas praxis. Y tienen mucho de reflexión, de sosiego dentro de la zozobra que provoca tamaño panorama. Instando sólo a perseguir la solución, sin entretenerse en juicios y sentencias de culpa porque no es el momento. Más que nunca, no son tiempos para enzarzarse o agredir. Y así lo vive y cree. Aunque de nuevo no todos la entiendan en maneras…

Me alargué. Pero sin paja, creo. Tenía tiempo. Y ganas. Hacía mucho que no tocaba teclas… Si he aburrido o dicho inconvenientes, me acojo a esa dispensa Wilderiana y universal del “nadie es perfecto”. Termino con humor. Que conviene. La parodia lo es, y nos encanta: ¿recuerdan aquel “Homo Zapping” célebre? Por él pasó lo más ilustre y granado de nuestra televisión de entonces, logrando verdaderos hitos con algunos personajes. Para vestirlos de gracia la parodia precisa unir características propias de ellos mismos, las habituales, las que los hacen reconocibles. No se puede calzar algo que no les pertenece. Fíjense entonces en los modos y retazos empleados para recrear el estilo de cada una de estas dos figuras… ¿Partidista yo? Observo. Observen.

Contamíname?

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Contamíname?
May 052020
 

Lo cantaba Ana Belén hace ya… ¡treinta años! Casi. Cómo pasa el tiempo. Y todo pasa. Y todo queda. Nos invitaba con esta canción de Pedro Guerra al calor, al intercambio de culturas, a la suma de etnias, al enriquecimiento personal. “Contamíname con los labios que anuncian besos”. Tres décadas más tarde, ese verso, al alimón con Víctor Manuel, se vuelve casi pecado por culpa del virus, un bichito que pica y es de los malos. Este Covid 19 ha venido para quedarse, hasta que podamos echarlo. O al menos, combartirlo. Hacerle frente. Frenar su embiste. Inmunízame. Ese es hoy el mensaje. Pero antes de que eso llegue, en espera de la vacuna-milagro, seguimos contaminados. A medias, eso sí.

Vean. Abran ventanas tanto tiempo cerradas. Caminen calles, tantas semanas solas. Miren al cielo, días y días tranquilo. ¿Qué notan? Una luz superior. Un color superior. Un aire superior. Y no el de ciudad insano que prefiere el ser humano, como nos dijo Mecano. No. Este es el de Pedro Marín, pegado a tí, que sientes al andar… Dejemos la música en otra parte. El tema es serio. Las canciones también, pero esto no es una carrera en Los 40 Principales sino una reflexión. Un apunte. Una lección: En apenas dos meses de “mundo en pausa”, la naturaleza se ha hinchado, el verde crece. El azul brilla y el aire insufla una vida diferente. Ni siquiera sesenta días, en que nuestra tregua ha logrado lo que ninguna multimillonaria y vergonzante convención mundial por y para el planeta consiguió en las últimas décadas. Ni en el siglo anterior, siquiera. ¿Y tanto esfuerzo nos ha costado? ¿Ha sido terriblemente horrible haber prescindido de nuestros cuestionables hábitos de sibaritas del siglo XXI unas pocas semanas? Pensemos, por favor, si precisamos tanto, y tan caro, en todos los sentidos. Si algo hay positivo tras este abrupto confinamiento masivo, evidente ya, sin más plazo que ese abrir ventana y asomar la cara, es un planeta que respira mucho más y mejor que en febrero. En medio del drama sanitario, de los miles y miles de muertos, de las economías quebradas, del deplome de un sistema tirano y absurdo, ¿seremos capaces de ver qué daño hemos evitado a lo que más importa? Es nuestra casa. El mundo entero.

Los médicos luchan por salvar vidas. Contrarreloj. A caballo entre el laboratorio, un quirófano y el box de urgencias. De nada va a servir su esfuerzo ni aplaudirles cada tarde si ahora los Gobiernos no luchan por preservar esas vidas. Si cada individuo no sanea su mala costumbre; otra canción, de Pastora Soler. Aunando más maña que fuerza. Más cordura que monedas (que también importan, son inesquivables) Más moral que soberbia y egoísmo. Es el momento de pensar a gran escala y ver que pequeños gestos, el de cada uno, día tras día pueden tener efectos diametralmente opuestos: Destrucción inmediata del medio ambiente, o su salvación frente a la nula “calidad de vida” con que miente el poderoso caballero don dinero desde la cúspide de ese “consumismo porque sí” al que adoramos. Aquí seguimos. Sesenta días después. El mundo ha respirado mientras nosotros creíamos ahogarnos entre cuatro paredes, no tan carcelarias al fin y a la postre… ¿Seremos capaces de no envenenarlo otra vez en sólo una, ésta, semana de asueto sobrevenido donde la mayoría se comporta como salida de un toril? ¿Y después?


La descalabrada

 Sin categoría  Comentarios desactivados en La descalabrada
Abr 292020
 

El anuncio y programa que hace el Gobierno para desescalar, retomar ciertas rutinas y resucitar la vida social que dinamitó el coronavirus, se nos aparece un tanto apabullante a la vez que confusa y poco digerible. En realidad recuerda a la carta o menú de restaurante en la que tratas de encontrar lo que te gusta y no acabas de saber si es salado, dulce, un postre o los entrantes. Como de comida china, y con perdón de los sensibles. Vaya por delante que listar semejante hoja de ruta es tarea tan ardua como insólita y con pocos o nulos precedentes, al menos en varios de los últimos siglos. Pero también es cierto que la batuta parece tan perdida como una partitura en un directo de Camela. Aunque su mérito tienen los muchachos. Los cantantes, digo. Viendo el esquema de acontecimientos agrupados por “fases”, no se acierta dónde encontrarnos, si en la primera, segunda, cuarta o la de Spielberg con los ovnis del año 1977 en cines. De momento, parece, en la cero, lo que se viene llamando “epicentro del desastre”. Bueno. El lío de viajes entre municipios, provincias, autonomías, condados, principados, pedanías, atendiendo a las susodichas fases, no es mucho menor. Si la peluquería tiene spa, o está dentro de un gimnasio, la cosa se complica; y si la cola para cita previa del fisioterapeuta coincide con la de entrar al teatro, habrá conflicto medicinal, porque ambas curan alma y cuerpo y a ver quién da más. Al tal vez poco ajustado cálculo de aforos fijados para según qué recintos, actividades u ocasiones, se une la incertidumbre de saber ¿y cómo se va a poder controlar sin que parezca esa fiesta donde “unos entran, otros van saliendo, y entre el barullo…”?

Durante estas terribles semanas, sí, terroríficas, es la verdad, iba considerando que no siempre se ha sido justo con los que están tratando de dirigir esta desgraciada etapa de nuestra más reciente contemporaneidad. La prensa ha perseguido con tontas preguntas cinco minutos antes ya respondidas el titular que luego hubiera de ser rectificado aun, en ocasiones, a falta de motivos. Al margen de ideas, partidos, votos -irrelevantes en momentos tan extremos donde todo lo positivo suma- nadie negará que a cualquiera que le llegara este paquetón envenenado tenía que quedar inevitablemente en shock inicial. Lo cual, desde luego, no por lógico le exime de ejercer con responsabilidad firme y un poquito humilde a la vez. Sin embargo no, no ha sido ecuánime del todo tanta crítica. Aun habida cuenta las previas alarmas sanitarias internacionales desatendidas, los posibles abusos de autoridad, o ingenuidad ante una voraz evolución después de tan tristes acontecimientos. No creo que nadie pueda dejar de dolerse ante tanta muerte y tanta impotencia del ser humano frente a esta crudísima adversidad, insospechada para un siglo XXI. Me parece un ejercicio mezquino que en la oposición se ande librando por sistema una batalla paralela al señalar culpables sin más maniobra que esa, lo cual nada aporta. Pelea en la que todos actúan resentidos y como niños de patio de colegio, que es en definitiva lo que vemos en nuestras Cortes hace ya demasiado tiempo. Como decía, no es justo.

Pero también es verdad lo que expongo ahora: la propuesta de hoy sí puede dejar definitivamente en mal lugar a sus padrinos, porque adolece de tanta precipitación como ineficacia. Es inexacta, es incluso y paradójicamente, alarmista y, lo peor, la guinda de una serie de desafortunados preavisos lanzados sin tener antes todas esas valoraciones de los expertos que tanto alaban. Esas cátedras pensantes de la Ciencia, la Sanidad, la Psicología, etcétera, lo son, en efecto. A ellas se confían nuestros dirigentes. Y los elevan como “Supertacañones” del “Un, dos, tres” en las alturas, que de todo sabían. Pero se adelantan siempre desde sus púlpitos, como un almendro en la campiña, con estrépito irremediable. No, señores gestores, ministros, presidente: no hay que articular sin tener donde agarrar firme. Es ir a examen sin estudio. Y ya no estamos en parvulitos. No dudo de su actuar con buenas intenciones, igual da qué color tengan, pues, insisto, recogiendo tanta pena y sufrimiento no podrían construir futuro alguno. Tampoco castillos sin cimientos. Entonces ¿por qué nunca esperan a tan doctas premisas antes de atacar el guión? Quieren conducir sin carnet. Se están equivocando. Y no lo ven. Qué será de todos lo demás jirones -financiación, empleo, justicia- cuando haya que seguir zurciendo.

El fin del confinamiento. La vuelta a la normalidad. El después del antes… La “descalabrada”.

Capítulo abierto

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Capítulo abierto
Abr 042020
 

Hacer una glosa sobre Aute es imposible. Porque una glosa es una breve descripción, una nota marginal, un entre líneas. Y Luis Eduardo era todo menos brevedad, por muy conciso que fuera en palabras. He leido en alguna parte que hacía elegancia del silencio. Pero conseguía también lo contrario con la misma facilidad natural. Que alguien pueda detener el tiempo y concentrar tu atención en ambos casos, hablando o callando, es un don reservado a unos pocos sólo. Este virgo llegado al mundo un 13 de septiembre del siglo pasado lo tuvo. Artista con todas las letras, abarcó sin vacilar tantas disciplinas que pareció venido de muchos siglos atrás. Fue un renacentista en libertad. Y perseguidor tan incansable de la belleza en todo cuanto se propuso y tocó que hasta una de sus partituras más célebres la lleva por título.

La belleza de Aute tiene una íntima esencia: las maneras. Con esa sutil herramienta plasmó lo mejor de sí mismo en su amplísimo legado, para disfrute de los demás. Aunque era él, sin duda, quien primero gozaba. Su profesión fue autedisfrute antes que un trabajo. Y la necesaria prolongación de un rico e intenso mundo interior que tal vez pudo chocar en algún instante con el mundo que tenía enfrente, pero lo complementó la mayor parte de las veces hasta volverlo un poco mejor de lo que era. Para aplacar el ruido ensordecedor compuso músicas. Con el cine, cine, cine, cine logró hacer intensamente largo un corto y dejarnos ganas de más con un largo. Y en la pintura, esbozada antes con punta de lápiz, fue preciso y directo a la emoción convirtiendo cada cuadro en una sacudida visual inmediata de múltiples sensaciones. Eso lo sabe hacer quien ha buceado en variadas culturas, ha tenido distintas vivencias y pensado en diferentes idiomas, tantos como las otras cinco lenguas que Aute habló además de castellano para entenderse con media humanidad.

Asociar al autor sólo con canción, su obra más popular, es, pues, limitarlo. Y ceñirlo a la canción protesta, injusto, además. Porque Luis Eduardo Aute dejó en los pentagramas auténticos poemas de amor, de humor, de derechos, de pasión. Discos redondos, como resulta obvio, pero como no podía ser menos dado su afinado talento de precisa pluma tintada y guitarra en mano, testigos de una realidad que jugó a ser fantasía y acabó siendo un canon. Y sin embargo, a Aute no se le puede copiar. No se le puede igualar. Sólo saberlo interpretar. Y rendir. Como a los genios que se marchan pero siempre están.

En la fortuna de haberlo tenido una tarde para conversar, recuerdo una frase suya que pudo quedar diluida en el ameno diálogo pero acabó atrapada en el acervo de ideas de quien esto hoy escribe: “La sociedad actual tiende a cerrar capítulos justo cuando más abiertos están”. Gracias, Eduardo, por dar luz a una gran verdad que me sirve ahora para dedicarte con todo honor: tu capítulo no se cierra hoy, es cuando más abierto quedará.

De pompas, y de «jabón»

 Sin categoría  Comentarios desactivados en De pompas, y de «jabón»
Oct 152019
 

Campanas de boda a difunto. Es el asombroso viraje de La Cubana para regocijo de los dolientes congregados en el patio de butacas. Regocijo. Han leído bien. Porque, como resultará evidente, un funeral oficiado a manos de la compañía catalana es todo menos congoja. Lágrimas sí. Pero de risa.

El nuevo montaje teatral sucede en su curriculum a aquel, recuerden, que presentaba un disparatado enlace matrimonial y pasearon por todo el país varias temporadas, y al posterior y penúltimo, llamado “Gente bien” y que, a modo de musical, tampoco dejaba títere con cabeza. Porque, tema que trata La Cubana, tema que, por mucha transcendencia intrínseca, muta en absurdo y divertido a morir. Que, en definitiva, es, lo de morir, y celebrarlo, de lo que va “Adiós Arturo”, un título que tras el estreno en Valencia y una gira hasta por 30 capitales llega a Madrid. El teatro Calderón es el inmenso tanatorio que acoge un sepelio nada al uso dedicado al anciano Arturo Cirera Mompou, excéntrico archimillonario que fallece centenario, el día de su 101 cumpleaños, y al que presentan respeto personalidades de todo el mundo. Desde impensables rincones vienen variopintos y no menos excéntricos amigos y conocidos del difunto para convertir la capilla ardiente en un auténtico cabaret. A lo largo de la función iremos conociendo intimidades del finado, secretos de estado y chismes de alcoba adornados con las coronas de decenas de famosos que rinden tributo al desaparecido Arturo y visten el escenario como si fuera el camerino de una folclórica en noche de debut.

Con apenas diez intérpretes La Cubana recrea decenas y decenas de personajes alocados, emotivos, de allí y de aquí, hombres y mujeres de todos los sexos empeñados en cumplir al dedillo los últimos deseos del intrépido Arturo: ser felices y vivir intensamente la vida, hasta en el mismo momento del definitivo adiós. Esa es la filosofía, moraleja o consejo que nos transmite el show. Y para ello los artífices de la obra se valen de infinitas sátiras cosidas a un recurso que podría parecer manido, pero que bajo su batuta se “reinventa”, que es una palabra que desde hace no pocos años le gusta mucho leer a la gente. Me explico: las casi dos horas de exequias nada tienen que envidiar a cualquier ceremonia de Oscars, Goyas, Grammys o lo que quieran ustedes aquí poner. El desfile de entradas y salidas, presentadas todas con una imponente voz en off típica en este tipo actos, es digno de cualquier gala o evento internacional. Es más: los grandes festivales del mundo deberían tomar notar de La Cubana para “reinventarse” también y transformar estas fiestas en algo mucho más moderno, entretenido y acertado para llamarlas así. Seguro que las televisiones ganaban muchos puntos con Emmys, Tonys y hasta un reparto de trofeos Nobel entregados al estilo cubanista. ¿O se dice cubanero? Me da igual. Ellos son únicos. Deberían organizar Eurovisión y todo.

Un aliciente extra es, como siempre, hacer partícipe al público. Los espectadores intervienen en casi todos los experimentos escénicos de La Cubana. Y este no iba a ser menos. Cantan, bailan, aplauden y jalean a petición de los actores, que también cuidan con mimo especial al segundo protagonista de este inusitado circo: la mascota del millonario, y que no es otro que el colorido loro que ilustra el cartel de la obra y adorna cada rincón del teatro, empezando por la ornamentadísima fachada. El pájaro en cuestión permanece a telón quitado la mayor parte del tiempo, acompañando el féretro de quien fue su celebérrimo dueño… y poniéndose morado a pipas. Bien servido se marchó también el respetable la noche de la puesta de largo madrileña, con canapé y cava a la entrada y chocolate con churros a la salida, cortesía de los afligidos allegados a don Arturo. Lo típico en la línea (curva, claro) de un corpore insepulto, no cabe duda…

No pierdan la oportunidad de celebrar con La Cubana. Han escogido, además, la antesala de Halloween para demostrar de nuevo que la única acidez mala es la de estómago si te has pegado un atracón. Para un buen batir de mandíbulas, mejor pasen por taquilla. Envidiarán sin remedio tener unas pompas (sin jabón) igual de inenarrables y… ¡Se marcharán queriendo haber pagado incluso más!

Política… y EGB

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Política… y EGB
May 292019
 

No es mi dedicación ni estoy aficionado a hablar ni escribir de política. Y si alguna vez fue así ni lo recuerdo, y respondería a estricto trámite por ejercicio de mi profesión, que siempre he tratado de desligar de este campo. Respeto a los colegas que a ello se dedican, pero mis filias son otras más armónicas, creo. Y realmente no me gusta que entre ellos, demasiados caigan con pasión y hasta acaloramiento en la trampa de subirse a un púlpito para siempre hacer de juez y opinar de todo cuanto ocurre dentro y fuera de un partido, un pasillo en las cortes o simplemente a pie de una urna electoral. Porque traicionan la distancia que debe haber entre informador y ciudadano de a pie que también son cada uno y, como cualquier otro, cultiva su jardín de ideas e ideales. Pero que lo hagan en casa. No frente la máquina de escribir NOTICIAS. Perdón, que éstas, y esos trastos, las máquinas de escribir, son del siglo pasado… Hoy lo voy a hacer. Hablar de política. O algo parecido. Tal vez sucintamente. O quizá sin esa arrogancia habitual en algunos oradores de editorial impreso. Lo voy a hacer porque hace tiempo ya que entendí que la oportunidad de sorprenderme con cuanto ocurra en los timones de este país va a ser infinita. Y, a veces, hay que soltar lastre.

Las últimas y recientes convocatorias electorales de todo gusto y alcance -estatales, municipales, autonómicas y europeas- han puesto de nuevo en alarmante evidencia la urgente necesidad de acometer el “más difícil todavía” de la función. Ese que todos evitan y es como los clásicos elepés de tocadiscos que tan de moda vuelven a estar: tiene dos caras. Una, la desafinada partitura del sistema de gobierno en el territorio español, ebrio de tantas instituciones y mandos de poder en liza como tiene. Y dos, el ineficaz sistema electoral vigente, sin visos de cambio, que hace aún más disonantes los esfuerzos de la orquesta y provoca la vergonzante absurdidez de que haya cientos de batutas diferentes aporreando el atril del concierto y al final resuelva que los menos votados accedan a ocupar cargos. A fuerza de pactos insólitos y convenios amañados. Por supuesto. Un vinilo, en fin, que también (se) ha pinchado, nunca mejor dicho. Y está rayado, dando vueltas, sin dar salto ni avance, atrapado en el mismo verso y la misma canción. No entrará en el Hit Parade. Ni será oro, platino o diamante.

Creo que los hemiciclos jamás logran reflejar con sus señorías, y los ímpetus que destilan, ni un mínimo de la voluntad real del pueblo. Y creo también, por otra parte, que ese pueblo mismo en no pocas ocasiones carece de criterios firmes, de convicciones verdaderas, afán de contraste o habilidad para la razón a la hora de expresar sus anhelos y opiniones. Dos flujos, en fin, opuestos. Que chocan y parecen irreconciliables, con consecuencias muy lamentables para el devenir de una nación.

España es, de momento, como hay otros colectivos en el mundo y en referencia a no pocos aspectos, el fracaso del ser humano en su vida en sociedad y también como persona. En pleno siglo XXI, nada menos. He ahí el drama. Lo es. Por y desde la manifiesta nula intención de llegar a acuerdos en grupo cada día que empieza y termina, de conversar, de conciliar. Lo es a causa también de relegar sistemáticamente un interés universal y de amplia cobertura, sincero, y anteponer la eterna salvaguarda de la parcela particular de cada uno, que cada uno -claro- quiere más grande toda mañana que amanece, sin mesura alguna, y con la que sólo aviva un individualismo cruel y anodino para estas cotas que tenemos ya en la línea del tiempo. Es vergonzante que el llamado mundo global sea un globo. A punto de explotar siempre.

Repaso las campañas electorales. A los candidatos de gobierno. Escenarios, público y programas y mensajes. Como dice la manida frase, los de “ayer, hoy y siempre”. Todos esos. Y concluyo: a mayor variedad, más dispersión. Multiplicar las opciones conlleva más probabilidad de error, por matemática pura y porque las fuerzas se diluyen inevitablemente. El manido lema “Divide y vencerás” es una mala leyenda. El placebo de los que no tienen talento para revertir un efecto y se automedican. Y se lo recetan luego a los demás. En nuestros políticos actuales no me reconozco. De los que fueron o los que vengan no puedo hablar porque no compartimos espacio. Pero, los de mi camada, yo no sé qué han vivido. Dónde ni qué han estudiado. Cuáles y cómo eran sus familias. Qué música escuchaban, qué cómics y libros leían o a qué cine iban a ver películas. Por qué o a quiénes rezaban, si lo hicieron. O en qué jugueterías compraban sus Reyes Magos. Dónde estaban sus patios de recreo, qué llevaban en sus carteras de colegio y cuántos años cumplían en cada tarta… Pero hoy todos quieren un trozo de pastel. Desde luego. El mejor. Y engullirlo antes que nadie. Elevando al máximo exponente el célebre “quítate tú para ponerme yo” a costa de lo que sea y sólo por estar o que no lo tenga el otro aunque a mí no me valga. Lo hacen. Con menos pudor que el de aquellos modernos del destape en las carteleras y quioscos de sus no tan lejanas infancias. Qué rápido ha pasado todo. Y qué pronto han crecido. O al menos eso creen que han hecho. Porque la mayoría es tan corta de intelecto, y lo pregona, como cuando vestían sus babis. Entonces era por natura y lo que tocaba. Hoy conducen, muy caro. Y ya no es de ley.

Pero no son culpables únicos. Esto, tan triste, tan gris, es aplicable a casi todos, aunque no aparezcan en una papeleta blanca, sepia o azul con nombre y apellidos. Nos atañe al mundo. Nos alcanza en el mundo. Nos resta ese mismo mundo. Valores y esencias no son tendencia. Y sin embargo hay algo, no, un mucho, de lo que somos responsables. Creo que esto era hablar… de política. “Háztelo ver”, nos digo. Yo. Que sí fui a EGB.

«Dieli» un diez

 Sin categoría  Comentarios desactivados en «Dieli» un diez
May 152018
 

El pasado sábado noche millones de fans escrutaban cada detalle del Festival de Eurovisión en sus pantallas de salón. Otros, mientras, disfrutamos mucho más sueltos fuera de casa el increíble directo de alguien que hace una década pudo haber representando allí a España entre bombos y fuegos de artificio: Ni falta le hacen -ahora o antes- para ser lo más. Fran Dieli volvía a cantar su trabajado disco “Andaloser” en Madrid después de un año de televisión muy intenso. Acompañado por Koen Anthierens, la otra mitad -belga- del dúo que da nombre al cedé, y de un puñado de excelentes músicos, el cantante granadino dio la talla. La historia de Dieli es tan variopinta en recorrido como en ingredientes: De tenista profesional -vocación de su recordado padre- pasó a vocalista de concurso en «OT», el decano de los busca talentos musicales del país en este nuevo siglo, para saltar luego al grupo Supersingles que versionaba lo más granado de nuestro pop en las tardes de fin de semana en Telecinco. El verano pasado anunciaba su entrada en Antena 3 para la esperada vuelta de “Tu cara me suena”, donde también dio talla. Bueno, varias. Para todos los gustos y modas. Seis meses de pura exhibición que le han permitido hacer gala de lo mucho que sabe y maneja dentro de la escena y la canción. Por currante.

Fran Dieli se hizo un favor, y a todos nosotros, dejando la raqueta para los ratos de ocio y enfrentando su pasión por la música a todos los niveles. Canta, compone y baila. Esta última facultad ha podido explotarla especialmente y con acierto gracias al programa de imitaciones que presenta Manel Fuentes, donde resultó ganador de varias galas antes de ocupar el puesto tres del podio. Con las otras dos ya venía sobrado de antes. De muchos kilómetros de galas, de directos, del día a día micro en mano, que es como se curte un vocalista de verdad al margen de sus dotes naturales. El deporte de cuerdas de garganta es tan disciplinado como el de la pista de tenis o cualquier otro, aunque muchos de cuantos lo practican suelen olvidar tal detalle y, a pesar de su discutible éxito de ventas, acaban adictos al menos a dos vicios: A, playback de forzado postureo, ese que pasean también por las revistas de quiosco barato o en los posters promocionales de sus prefabricados perfumes a mayor gloria del icono de multinacional en que acaban convertidos; y B, autotune de escenario cuando tratan de defender con evidentes y vanos esfuerzos un espectáculo en vivo. No es el caso de Fran, que sabe lo que cuesta sudar camiseta y cómo hacerlo bien.

“Andaloser”. Fresco. Preciso. Divertido. Atesora doce cortes de bajo irresistible, riffs de guitarra electrizantes, letras contundentes. Y un fantástico buen rollo indie con quiebros de soul, que atrae, cargado de virtuosismo vocal e instrumental. Suena a gran banda. Suena importante. Suena coral. Es precisamente en el trabajo de voces donde más se luce Dieli, multiplicándose sin parar dentro de su amplísima tesitura y mejor gusto que me recuerda, por uso de facultades y habilidad de temple y modulación, a quien considero fue un de los más completos cantantes pop de este país: Tino Casal. El asturiano componía sus canciones a base de voces con las que mandaba a los instrumentos, como una batuta para orquesta, inventando sonidos y frecuencias que luego los sintetizadores de la época trataban de imitar bajo su control de perfeccionista nato. Fran tiene una parecida capacidad que desconozco si utiliza o no para este fin. Pero está ahí y el resultado luego es sorprendentemente espontáneo y natural. Tiene música en la voz. Arropa su timbre con textos propios, pronunciados aquí en un perfecto idioma inglés. Si esta es la característica que todo crítico reprocharía como talón de aquiles en el intento de tocar el éxito en nuestro país, habría que decirle: ¿Desde cuando el público español escucha sólo música en español? El reto que aquí defiende Fran Dieli, como casi todos los que se han atrevido antes, es, precisamente, serlo: Español. Un compatriota cantando en inglés. ¡Y encima, andaluz! Pecado doble del que desde aquí queda redimido. Porque lo hace impecable y porque en castellano melódico también nos ha demostrado su valía: Preciosa canción “Por amarte” de su repertorio básico es prueba de ello entre muchísimas más, como «Estás conmigo». Su otra baza en cuanto a la lengua de Shakespeare es la facilidad que tiene de hacer versiones y lograr adueñarse en ellas de esos clásicos escogidos. Para muestra, las sorprendentes actuaciones de este año en televisión.

El disco ha tardado, por circunstancias, cuatro años en nacer, y por eso es tan bueno. No le falta ni sobra nada. Es un viaje completo, que merece prolongarse en más entregas, y abarca casi todas las emociones posibles rescatando el olvidado gran secreto de toda buena canción: la sencillez estrofa-estribillo-estrofa sostenida con tempo, ritmo y leit-motiv. En definitiva: Armoniosa. Pegadiza. Que no fácil ni machacona. El dúo ha acertado la composición prescindiendo del tedioso fade-out y marcando el final de las canciones, un rasgo que siempre las define con mayor contundencia. No son la cantinela que se repite y va desvaneciendo hasta enmudecer. Se agradece. Son canciones que pueden estar perfectamente en la banda sonora de una película, algo que confirma su valor y las hace permanecer en el tiempo porque, a ver quién no es capaz ahora de recordar una sola canción descubierta una tarde de cine. Quedarían perfectas en plena Ruta 66 estadounidense. En el pub que te recarga pilas en la infinita carretera o de fiesta en una azotea vecinal al estilo de la que ilustra el videoclip del tema «Give me a go», estrenado en su web. Pero también pueden llenar teatros, estadios y plazas de toros. Y, cómo no, toda radio de buena onda. Amén del estante de cualquier melómano con variado gusto y mejor criterio.

Fran, en el escenario, se mueve con la apariencia de un yo por aquí pasaba y eso resalta su atractivo. Interactúa con una banda que lo arropa siempre. Y es cómplice idóneo de Koen, que firma la mayoría de las letras, muy definidas, como “quise odiarte y no lo conseguí” en “Shady”, o “es momento de llegar, ver tus ojos y todo lo bueno que hacemos dejando la ropa en el suelo” en “Clothes on the floor”. El sábado se dio el lujo de cantar a dúo con una brillante Lucía Gil, su compañera de triunfo en “Tu cara me suena” y amiga. Una colaboración que puso en pie, como no podía ser de otra manera, a todos los que seguían sentados hasta ese momento observando cada detalle. No volvieron a ocupar asiento mientras él compartía otra canción más, con Samuel Cuenda, que también se subió a los micrófonos. Y definitivamente saltaron y bailaron todos hasta llegar el ochentero e inevitable “Take on me” de A-ha en el final. Antes habíamos reconocido muchos matices tal vez de Robbie Williams, Michael Jackson, Prince, Mika, Ronan Keating o George Michael, voces supremas todas de las que Fran Dieli ha tomado algo prestado y ha hecho después tan suyo y particular que lo hace reconocible por sí mismo. No necesitamos recurrir a nombrarlos para hablar de él. Es, por derecho, nuestro Fran Dieli. De diez. Ni más, ni menos. Bravo.

 

Real(zar)

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Real(zar)
Abr 082018
 

Pues miren, señores: Como periodista nunca había hablado sobre la familia real de España. Hasta que el destino más casual me condujo a ese programa de televisión sobre la boda de los Príncipes de Asturias. Nunca fue mayor verdad que, como suele decirse, yo fui de acompañante al casting, de la manera más fortuita. Y me eligieron, quedando descartada la chica que me había invitado. De hecho, ella ni yo, y menos el otro amigo con el que aquella tarde sumábamos tres, conocíamos de qué iba aquéllo. Lo supimos después puesto que la cadena lo preparaba con gran celo en una maniobra que adelantó cualquier posible propuesta de la competencia. Durante tres meses todo el equipo nos dedicamos a conseguir cualquier novedad reseñable de la cuenta atrás para el enlace. Se consideró hasta lo menos trascendente con tal de tener de qué hablar. Esto siempre con el debido decoro y mesura, como resulta obvio. Y, realmente, nunca mejor dicho, uno se daba cuenta del agudo nivel de curiosidad que define al españolito de a pie cuando se trata de asomar por la ventana vecina y hacer colecta para la infaltable mesa de charla y mantel de después en cada casa. Al público le valía casi cualquier dato con tal de opinar y sentar cátedra. Máxime siendo aquél tema estrella del año, y década incluso. De aquel magacine grabaron además a fuego detalles en su memoria hasta el punto de años más tarde pararnos en la calle, tras un repaso de arriba abajo, para decir más con los ojos que de boca: “tú eras el de las campanas, y tú el de la peluquería”. Como si, oh sorpresa, hubieran encontrado al guapo del anuncio de una nueva maquinilla de afeitar visto en el sofá cinco minutos antes. Ese mismo público, ya sea lector, espectador, oyente, es el que a día de hoy te sorprende más si cabe con su mundana sed de conocimientos. Es decir: La misma de tres lustros atrás. Si no corregida y aumentada. Lo cual no “pega”.

Esta semana no hubo Lula, Cataluña ni fútbol que nos fundó. Bueno, sí, pero de postre. El aperitivo se ha repetido cada día en los entrantes, primero y segundo plato y hasta disuelto en el sorbete intermedio. De limón, claro. Por lo agrio. Y no ha sido otro sino el célebre vídeo mallorquín de dos minutos que se han multiplicado geométricamente en millones por todos los relojes de las televisiones y radios del mundo mundial, calando incluso en tinta por no menos miles de páginas de cientos de rotativos en Europa y América principalmente. Ha sido, pues, la semana del real rifirrafe. Un asunto a todas luces extralimitado y exprimido sin piedad hasta rayar en lo obsceno, habida cuenta cómo está la agenda internacional de lo que ciertamente debería interesar. Que si entro o salgo, subo bajo, corro o salto, quien más quien menos ha dicho algo a favor o en contra sobre este “choque de reinas” que ha copado todos los titulares. Porque, cual medido videoclip de Madonna en aquellos sus mejores momentos, el hoy casual de los Borbón y Ortiz y Grecia a nadie ha dejado la boca cerrada. Ni la mano quieta. Analizados punto por punto los modelitos, ademanes, todos los encuadres y coreografías, han rodado cabezas. Como era en tiempos de otroras monarquías europeas y en este aún joven siglo XXI resulta más espeluznante si cabe. Que siempre cabe.

Por estos devenires nuestros se grita contra casi todo. Y se alaba cuanto dictan “influencers”, “coachers” y gurúes de turno, aunque no venga a cuento. Pero en medio de esas dos puntas de comportamiento, carecemos de criterio propio. Pónganse a pensar si al menos la mitad de cuanto piensan, resuelven y escogen cada uno de ustedes un día cualquiera es fruto de una voluntad particular, limpia y sincera; pronta y decidida; personal e intransferible, como diría un slogan. Tal vez ni yo mismo detrás de estas líneas la tenga. El caso es que hablamos y hablamos, soltamos y soltamos. Y gratis, oigan. Tal vez porque casi nada va directamente con nosotros. No estuvimos nunca en la mayoría de lugares, ni en las pieles de quienes criticamos. Ni soñamos vestirlas jamás aunque a veces los sueños nos superan y ponen en peligro. Por eso nos encantó decir que si la abuela esto, que la nuera lo otro; pues fíjate las nietas, pues anda que el del bastón… ¡Y todo saliendo de misa! Un escándalo. Como no podía ser menos.

Yo creo que el resultado visto, fotograma a fotograma, es culpa de todos en general y de nadie en particular. O de una tensión familiar añeja, concentrada y retenida que produce flato y escapa cuando y por donde menos esperas. Ni deseas. O sí. O vaya alguien a saber. Lo que queda claro es que a este elenco real se le pide ser como uno más, al tiempo que hay censura si no exhibe su pedigrí secular. La monarquía no puede ser moderna y de rancio protocolo a la vez: Centrémonos. Claro está también que hay quienes ni siquiera abogan por la sangre azul, menos aún malva -según los nuevos plebeyos maridajes-, como parece teñirse de un tiempo a esta parte en los tronos vigentes; y le desean destierro eterno. Aunque eso ya es tema de batalla aparte. Sin embargo, tan actuales y tan “it-model” todos, sí queremos, por ejemplo, una nueva mujer sin discriminar, que ejerce su papel; pero abucheamos cualquier iniciativa suya en la defensa de ese rol de fémina resuelta, máxime si encima “va de madre”, porque nos sabe a insolencia. Y soberbia, prepotencia, altivez. Piropos todos que estos últimos días se llevan unas y no recogen otras, aunque tal vez entre todas ellas también pueda haberlas dispuestas a no digerir que cedieron ya su antiguo papel a las que, por relevo natural, vienen detrás para asumirlo con maneras propias, les guste o no, por encima o debajo, delante o detrás de sus muchos méritos acumulados y aplausos varios y hasta unánimes o general. Y, como es natural, de las y los pequeños y pequeñas no vamos a dejar de opinar, obviando si son -o san- o no -o na- menores -y menoras-; porque, ¡hombre! -y ¡mujer!-, para qué ahorrarnos dedicarles unos cuantos -y cuentas- epítetos -y epítetas- aunque ninguno alcance los dieciocho ni lleven, sea el caso, esa su cara -o barata- a cuadritos pixelada (tan hipócrita incluso el recurso, al venir impuesta como añadidura legal, no a gusto del editor). En definitiva: Aquí no se libra nadie. Punto.

Y hasta pedimos. Una disculpa y rectificación. Un perdón con retractación. El striptease emocional, vamos; matriarcal o patriarcal, cualquiera vale. El mea culpa. La exclusiva del día, bestseller de quiosco y rompeshare de plasma/led. Resumiendo: Que alguien, sí, cargue la corona… de espinas. Cual Ecce Homo. Que ya no es Semana Santa y nos quedan cincuenta hasta la próxima. Pero igualitas a las sombras de Grey, por cuanto intuyo: A latigazo limpio. No podía ser menos.

Y no pedimos, señores, en medio de sediciones, guerras, ausencias de gobierno, desgracias naturales y dramas miles, cuanto y tanto realmente importa, nos entronca, nos afecta… y debiéramos urgir, por precisar y adolecer sin remedio: Que un juez no tenga que ser parcial; que se cumpla, por ley, la buena ley; que en su condena y de una vez pague el culpable que lo fue; la dignidad del mercado laboral y salario acorde a las necesidades que vivimos; las pensiones cosechadas con esfuerzo a lo largo de una vida; la salud física y mental del niño que crece; el cuidado médico del mayor que envejece; la promesa de futuro para el joven que se estrena; la lotería del lugar merecido; el techo cotidiano que habitar; el final, en fin, de toda violencia incontenida… Respeto. El ser, estar. Y real(zar).

Nati, la otra «Nobel» Mistral

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Nati, la otra «Nobel» Mistral
Ago 202017
 

Este domingo me levanté pronto. A las siete y media. Sólo una hora más tarde que entre semana. Después de apurar el infaltable cacao caliente de siempre me senté a repasar algo de prensa. Para estirar un poco el cuerpo, aunque leyendo titulares una parte del alma siga encogida, como me acurruco en la cama. No es para menos dadas las trágicas novedades de los últimos días. Qué digo días; semanas. Hasta meses. Incluso años. La desgracia nunca viene sola. Ni retrasada. Qué se va a hacer.
Temprano salí también a hacer ejercicio. Dos horas de gimnasio para alinear alma con cuerpo y dar ritmo al corazón, que definitivamente se ha vuelto a encoger al entrar en casa. No por falta de sol, que siempre extraño porque no tengo balcón, pero sí de luna lorquiana a la que nunca más cantará mi Nati Mistral.
Siete mensajes como siete corazones escribió Federico me tililaban en el móvil anunciando mi pena… En verdad era este último su año más difícil, aquejada de una dolencia cerebral que le obligaba a cambiar El Viso por un hospital al que volvía una vez y otra. Tal vez volver a su propia casa era lo que no aplaudía por tanto que, entre bromas pero en serio, pedía a Dios «llévame ya» cada mañana, escandalizada por «el horror» continuo que estaba harta de conocer. Y que no era la enfermedad, sino el mundo cruel que minuto a minuto fermenta en el crisol de nuestra reciente historia. Esta optimista «bien informada» no dejaba títere con cabeza cuando le pedían opinión y, convencida de que esta película ya se la sabía, advertía siempre que lo peor estaba por llegar. No tendrá ocasión de verlo, y por eso está feliz aunque otros nos quedamos en lágrimas y a la vez con ese marrón de vida; aunque, claro, sin saber hasta cuándo. Sólo por eso me reconforta su marcha. Era su anhelado deseo: Descargarse, y descansar. Pero nos deja un vacío. Artístico, humano, intelectual.
Conocí a Natividad Macho hace exactamente veinte años en un vestíbulo de hotel donde íbamos a hablar de «Café cantante», el texto de Antonio Gala que interpretaba junto a Ángeles Martín, para deleite de todos cuantos pudimos disfrutarlas. Llegó como un torbellino anunciándose a sí misma con el deje castizo que siempre derrochó y poniendo firme hasta el ficus de la entrada. Tras desplegar su sonrisa al fotógrafo, le dijo: «Ay, no, que no vengo preparada. Anda, poned una de esas bonitas que tenéis en los cajones». Dicho y hecho, mi compañero desapareció con cara de póker y el carrete entre las piernas, y para la entrevista lució ella directamente venida de archivo abriendo un enorme abanico con esmaltado floral. A partir de ahí el resto de la tarde fue un incontenible caudal de sabiduría y anécdotas que a duras penas entró en la cassette y logré resumir para los lectores del periódico. En verdad, hubiera necesitado el paginado entero. Tres y cuatro veces le rogué luego sus memorias, las mismas que coincidimos de nuevo, ya en una entrega de premios, ya en otro estreno. Por mi parte era una osadía, lo sé. ¿Quién era yo, a la postre? Pero siempre me guardó un recuerdo amable, sinceros besos y de regalo un dardo «of the record» sobre cualquier asunto de actualidad. No se callaba ni bajo el agua. Una vez le pedí dedicarme en lugar de un vinilo -tengo todos- un novísimo CD, como recuerdo, que hoy es ya como platino. «¿Dónde lo has comprado?»; «Pues en El Corte Inglés»; «Y luego dicen que no venden. ¿La SGAE?, ¡unos sinvergüenzas!». Se quedó tan ancha, y yo con el disco, firmado en plata cual luna del poeta andaluz, en un marco blanco.
Quizá por eso nos gustaba tanto. Porque, además de decir, decía bien. Esta señora podía presidir por derecho cualquier templo del teatro, del cine y de la canción, tres grandes de tres ante los que yo caigo a los pies. Pero es justo reconocer que, por añadidura y con honores, al modo del Nobel de Gabriela, la Real Academia de la Lengua Española debería haberle puesto un trono particular a Nati Mistral. Sin ahorro de vocablos y mucho menos de dicción, esta madrileña de pro paseó el mejor castellano que pueda imaginarse por el mundo entero y sin cuna de Valladolid. En los institutos y escuelas casi debería haber una asignatura con su nombre para mejor hablar -y preservar- el idioma de Cervantes. Tales fueron su tino y saber escogiendo entre líneas de diccionario. Siempre acertaba. Y sin guión. Todo lo que no improvisó en escena le salía luego a borbotones al pisar la calle. Por eso hoy quizá resultaba para muchos una desconocida a diferencia de otras glorias igual de mediáticas de su generación (Nati ha pasado los últimos años como tertuliana en radio y televisión). No ya por maneras y estilos «a la antigua» sino por discurso. Son los tiempos tan devaluados para la sintaxis y la ortografía que, estoy convencido, ¡no la entendían! Con lo puesta al día que fue siempre…
Nati, te has ido sin las memorias. Para mí y para nadie, porque siempre repetías «nunca y no». Se van contigo. Marchas cargada de saberes y recuerdos, de amor y desventuras, de franqueza y misterio a la vez. Secretos que, de haberlos confesado, quizá nos dieran la clave para saber sobrevivir a este caos que ya, por fin, como querías, no te pertenece.

Entre costuras

 Sin categoría  Comentarios desactivados en Entre costuras
May 032017
 

En un alarde de modernidad y vanguardia, tanto monta (el viajero cada día, me refiero), Metro de Madrid está inmersa en la enésima encuesta pública que lo eleve al olimpo de la buena gestión. “Los mayores Metros del mundo” se llama el invento, que pretende entretener con preguntas y retrasar más si cabe al sufrido usuario que corre pasillo a través camino a la oficina, una cita, al médico o de rebajas. Casi todos con su tupperware a mano, tanto el que trabaja y no vuelve a tiempo a casa como el más previsor que teme verse atrapado en algún punto de la red con “incidencias técnicas” sobrevenidas y de duración indefinida. Ajenas siempre a la Compañía. Por descontado.
A falta de chófer -y de pareja (de baile)-, es éste el trenecito que me toca hacer jornada tras jornada. Hoy, de camino a una gestión en los juzgados, en la conexión de líneas 5 y 10 me he topado con las retenciones que logré evitar anoche en la carretera de final de puente. No era la encuesta sino un control de billetes, algo a lo que no pocos accedían de mala gana por tener que rebuscar de nuevo su pase y por el tapón que se estaba formando ante la barrera de tres sonrientes revisores cortando el tránsito normal de viajeros y hasta intestinal de alguno de éstos, dado el careto de premura que lucían. Por lo que me tocaba, me hubiera gustado más enseñar dientes que el billetito de marras. Con toda educación, eso siempre. Pero feliz de poder dejar constancia del sempiterno descontento que me invade no bien piso cualquier vestíbulo de Metro. Lo primero, por la conocida y definitiva ausencia de empleados en taquillas y accesos a quienes dirigirse para consultar o resolver imprevistos de cambio de efectivo, atascos de expendedores o puertas bloquedas, y a la vez sentirse un poco más humano y arropado en medio de este universo de tornos mudos y máquinas tragaperras y escupe papelitos. No es tema baladí, puesto que no sólo te encuentras una y mil veces desasistido sin poder avanzar en ese fantasmal “túnel” de bienvenida o salida del usuario, es que además se te queda cara de idiota primero y lástima después si en mitad de la urgencia te da por pensar: pero ¿dónde se van mis tasas e impuestos si aquí abajo cada vez hay menos empleo?
Sigues pensando mientras tratas de pagar para bajar al andén a pillar el siguiente convoy antes “de 8 minutos”, y te das cuenta que tampoco la puntualidad, el servicio o la salubridad parecen ser destinatarios de semejantes recursos: la empresa proclama con insistencia que no cubre gastos pero las tarifas no bajan ni a cañonazos. Si tampoco hay taquilleros, ni jefes de estación; las escaleras mecánicas ¡de un sólo tramo! tardan hasta tres meses en renovarse y volver a estar operativas; las bocas de algunas aceras en estaciones con varias entradas permanecen cerradas sine die, o los partes de incidencias continúan polvorientos en los cajones porque nadie hay que te los pueda sellar para justificarle al jefe que aun levantado a tiempo nunca fichas a tu hora… ¿¿qué carajo de sondeo nos quiere encasquetar esta gente??
Conozco el Metro de París, el Metro de Bilbao, el Metro de Barcelona, el Metro de Madrid y hasta el Ligero. El mejor, sin duda, el de costura. ¡Sobre todo tras ponerse a dieta!
Y en este estudio ¿también participan perros y bicis?