Me llevo el disgusto de comprobar cómo los asuntos de dineros afectan a grandes, pequeños, conocidos y anónimos por igual …Y que la sinrazón no tiene vacaciones.
He sabido novedades nada felices para una asociación sin ánimo de lucro, de mediana entidad y larga trayectoria. Al habla con su directora, me cuenta que acaban de perder un importante proyecto de labor social con ancianos. La dotación económica para su puesta en práctica provenía de un organismo público con el que llevan décadas colaborando gracias a su demostrada competencia.
Con gran dedicación y un eficiente equipo de profesionales, este colectivo ha desarrollado importantes y notorias campañas de ayuda a inmigrantes, menores, enfermos, desempleados, sin-techo y un largo etcétera de población con serios problemas en su día a día. Detallados programas de actuación, y esmero, de su parte han logrado mejorar la calidad de vida domiciliaria de personas dependientes, realojar a familias que lo habían perdido todo y dar educación reglada y titulación a jóvenes que dejaron la calle para ocupar un puesto de trabajo. Esto, y mucho más, se recorta cada nuevo curso muy a su pesar por falta de presupuesto.
En esta ocasión, para la que habían puesto igual esfuerzo y empeño, los números no han casado a ojos de la Administración, que se ha decantado por otro colectivo. El único mérito ganador: haber presentado una previsión de costes el 10 por ciento más económica… El baremo parece haber anulado cualquier consideración añadida, y resulta de tan fácil tirada que hasta en la propia oficina pública se lamentan: “Nos va a costar hacer un seguimiento de lo que hagan, porque además no los conocemos. Es la primera vez que contamos con ellos. Eran los más baratos y no hemos podido maniobrar”. Lo explican en supuesta confidencia a los veteranos perdedores.
Si me dicen que vea algo positivo en todo esto, sólo valoro el hecho de que se dé oportunidad a un equipo novel. Pero no me compensa, dada la situación que atravesamos. Primero, porque si tan escasos andamos en las arcas públicas, mejor será invertir en lo bueno conocido que en lo incierto por descubrir: Se necesita un resultado. Segundo, porque no me lo creo.
Más que creencia, no puedo comprender. No entiendo que se nos diga una vez y otra que apretemos cinturón (oigan, parece que estemos en un asiento de avión permanente). Y menos, que el dinero no aparezca nunca, cuando no deja de entrar en caja. Esto es evidente y me lleva a exponer una delicada verdad como un castillo que indigna e inquieta a la vez: ¿Qué hace la empresa privada financiando lo público a bombo y platillo en lugar de atender otras iniciativas sin posibles? ¿Cuál es inconfesable su recompensa? ¿A quiénes pide permiso la Administración para negociar con el patrimonio de todos? ¿Y dónde van los cientos de millones que recibe?
Pongo ejemplos prácticos: estaciones y líneas de Metro con nombre de operadores de telefonía, pabellones municipales que acogen eventos festivos de particulares… (y para colmo acaban en tragedia, así de crudo y cruel). U otros de nueva denominación con patrocinador añadido. ¿El próximo? Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, cuya reconstrucción hace una década tras el incendio costó lo que no está escrito, y desde el 1 de septiembre lo rebautiza una entidad bancaria. Y vamos a ver, ¿qué le corresponde a cada madrileño de la ingente montaña de euros que soltará la susodicha por afear las fachadas con su logotipo? ¿Con qué opinión han contado los artífices firmantes cediendo un espacio que no es suyo y cuál es el fin? ¡Ah, sí! Hay una web entera dedicada a explicar este edulcorado mecenazgo… Tiene gracia, en fin, que este mismo año el Club de Esgrima, asociación cincuentenaria sin ánimo de lucro con una actividad netamente deportiva al fin y al cabo, se haya visto obligado a trasladar este mismo año su sede oficial del Palacio a un local de calle por el elevado nuevo alquiler propuesto por los gestores municipales.
Gracias al trapicheo, el amiguismo, oportunismos varios y una gran desvergüenza disfrazados todos de “iniciativa cultural sin precedentes”, “apoyo inestimable y singular”, “apuesta de futuro” y otros eufemismos, a este paso la Cibeles tendrá una marca de coches en su carro, el Acueducto la de una firma de juguetes de construcción y La Alhambra de una cadena de spas. Eso sí: cualquier arreglo, reforma o urgencia, ya vendrá impuesto al canto para el ciudadano, que para eso es el “dueño”.
Y luego, ¡Señor!, recorte a los recortes. Mal año para los “sin ánimo de lucro”. Y el pasado, y el próximo también. Esto es una completa desfachatez… ¿Por qué no la patrocina, no sé… El Club de la Comedia?
Ago 072014