Lo cantaba Ana Belén hace ya… ¡treinta años! Casi. Cómo pasa el tiempo. Y todo pasa. Y todo queda. Nos invitaba con esta canción de Pedro Guerra al calor, al intercambio de culturas, a la suma de etnias, al enriquecimiento personal. “Contamíname con los labios que anuncian besos”. Tres décadas más tarde, ese verso, al alimón con Víctor Manuel, se vuelve casi pecado por culpa del virus, un bichito que pica y es de los malos. Este Covid 19 ha venido para quedarse, hasta que podamos echarlo. O al menos, combartirlo. Hacerle frente. Frenar su embiste. Inmunízame. Ese es hoy el mensaje. Pero antes de que eso llegue, en espera de la vacuna-milagro, seguimos contaminados. A medias, eso sí.
Vean. Abran ventanas tanto tiempo cerradas. Caminen calles, tantas semanas solas. Miren al cielo, días y días tranquilo. ¿Qué notan? Una luz superior. Un color superior. Un aire superior. Y no el de ciudad insano que prefiere el ser humano, como nos dijo Mecano. No. Este es el de Pedro Marín, pegado a tí, que sientes al andar… Dejemos la música en otra parte. El tema es serio. Las canciones también, pero esto no es una carrera en Los 40 Principales sino una reflexión. Un apunte. Una lección: En apenas dos meses de “mundo en pausa”, la naturaleza se ha hinchado, el verde crece. El azul brilla y el aire insufla una vida diferente. Ni siquiera sesenta días, en que nuestra tregua ha logrado lo que ninguna multimillonaria y vergonzante convención mundial por y para el planeta consiguió en las últimas décadas. Ni en el siglo anterior, siquiera. ¿Y tanto esfuerzo nos ha costado? ¿Ha sido terriblemente horrible haber prescindido de nuestros cuestionables hábitos de sibaritas del siglo XXI unas pocas semanas? Pensemos, por favor, si precisamos tanto, y tan caro, en todos los sentidos. Si algo hay positivo tras este abrupto confinamiento masivo, evidente ya, sin más plazo que ese abrir ventana y asomar la cara, es un planeta que respira mucho más y mejor que en febrero. En medio del drama sanitario, de los miles y miles de muertos, de las economías quebradas, del deplome de un sistema tirano y absurdo, ¿seremos capaces de ver qué daño hemos evitado a lo que más importa? Es nuestra casa. El mundo entero.
Los médicos luchan por salvar vidas. Contrarreloj. A caballo entre el laboratorio, un quirófano y el box de urgencias. De nada va a servir su esfuerzo ni aplaudirles cada tarde si ahora los Gobiernos no luchan por preservar esas vidas. Si cada individuo no sanea su mala costumbre; otra canción, de Pastora Soler. Aunando más maña que fuerza. Más cordura que monedas (que también importan, son inesquivables) Más moral que soberbia y egoísmo. Es el momento de pensar a gran escala y ver que pequeños gestos, el de cada uno, día tras día pueden tener efectos diametralmente opuestos: Destrucción inmediata del medio ambiente, o su salvación frente a la nula “calidad de vida” con que miente el poderoso caballero don dinero desde la cúspide de ese “consumismo porque sí” al que adoramos. Aquí seguimos. Sesenta días después. El mundo ha respirado mientras nosotros creíamos ahogarnos entre cuatro paredes, no tan carcelarias al fin y a la postre… ¿Seremos capaces de no envenenarlo otra vez en sólo una, ésta, semana de asueto sobrevenido donde la mayoría se comporta como salida de un toril? ¿Y después?