Campanas de boda a difunto. Es el asombroso viraje de La Cubana para regocijo de los dolientes congregados en el patio de butacas. Regocijo. Han leído bien. Porque, como resultará evidente, un funeral oficiado a manos de la compañía catalana es todo menos congoja. Lágrimas sí. Pero de risa.
El nuevo montaje teatral sucede en su curriculum a aquel, recuerden, que presentaba un disparatado enlace matrimonial y pasearon por todo el país varias temporadas, y al posterior y penúltimo, llamado “Gente bien” y que, a modo de musical, tampoco dejaba títere con cabeza. Porque, tema que trata La Cubana, tema que, por mucha transcendencia intrínseca, muta en absurdo y divertido a morir. Que, en definitiva, es, lo de morir, y celebrarlo, de lo que va “Adiós Arturo”, un título que tras el estreno en Valencia y una gira hasta por 30 capitales llega a Madrid. El teatro Calderón es el inmenso tanatorio que acoge un sepelio nada al uso dedicado al anciano Arturo Cirera Mompou, excéntrico archimillonario que fallece centenario, el día de su 101 cumpleaños, y al que presentan respeto personalidades de todo el mundo. Desde impensables rincones vienen variopintos y no menos excéntricos amigos y conocidos del difunto para convertir la capilla ardiente en un auténtico cabaret. A lo largo de la función iremos conociendo intimidades del finado, secretos de estado y chismes de alcoba adornados con las coronas de decenas de famosos que rinden tributo al desaparecido Arturo y visten el escenario como si fuera el camerino de una folclórica en noche de debut.
Con apenas diez intérpretes La Cubana recrea decenas y decenas de personajes alocados, emotivos, de allí y de aquí, hombres y mujeres de todos los sexos empeñados en cumplir al dedillo los últimos deseos del intrépido Arturo: ser felices y vivir intensamente la vida, hasta en el mismo momento del definitivo adiós. Esa es la filosofía, moraleja o consejo que nos transmite el show. Y para ello los artífices de la obra se valen de infinitas sátiras cosidas a un recurso que podría parecer manido, pero que bajo su batuta se “reinventa”, que es una palabra que desde hace no pocos años le gusta mucho leer a la gente. Me explico: las casi dos horas de exequias nada tienen que envidiar a cualquier ceremonia de Oscars, Goyas, Grammys o lo que quieran ustedes aquí poner. El desfile de entradas y salidas, presentadas todas con una imponente voz en off típica en este tipo actos, es digno de cualquier gala o evento internacional. Es más: los grandes festivales del mundo deberían tomar notar de La Cubana para “reinventarse” también y transformar estas fiestas en algo mucho más moderno, entretenido y acertado para llamarlas así. Seguro que las televisiones ganaban muchos puntos con Emmys, Tonys y hasta un reparto de trofeos Nobel entregados al estilo cubanista. ¿O se dice cubanero? Me da igual. Ellos son únicos. Deberían organizar Eurovisión y todo.
Un aliciente extra es, como siempre, hacer partícipe al público. Los espectadores intervienen en casi todos los experimentos escénicos de La Cubana. Y este no iba a ser menos. Cantan, bailan, aplauden y jalean a petición de los actores, que también cuidan con mimo especial al segundo protagonista de este inusitado circo: la mascota del millonario, y que no es otro que el colorido loro que ilustra el cartel de la obra y adorna cada rincón del teatro, empezando por la ornamentadísima fachada. El pájaro en cuestión permanece a telón quitado la mayor parte del tiempo, acompañando el féretro de quien fue su celebérrimo dueño… y poniéndose morado a pipas. Bien servido se marchó también el respetable la noche de la puesta de largo madrileña, con canapé y cava a la entrada y chocolate con churros a la salida, cortesía de los afligidos allegados a don Arturo. Lo típico en la línea (curva, claro) de un corpore insepulto, no cabe duda…
No pierdan la oportunidad de celebrar con La Cubana. Han escogido, además, la antesala de Halloween para demostrar de nuevo que la única acidez mala es la de estómago si te has pegado un atracón. Para un buen batir de mandíbulas, mejor pasen por taquilla. Envidiarán sin remedio tener unas pompas (sin jabón) igual de inenarrables y… ¡Se marcharán queriendo haber pagado incluso más!