Ene 172021
 


No me gustan las polémicas. Soy partidario de la tertulia, un debate. Un punto de vista u opinión, que pueden aportar algo. De entrada ya, plantean servir para construir. La polémica es ruido, a veces altanero y otras pendenciero. No pocas hasta verdulero. Tal vez hoy parezca que me sumo al carro, pero no. Quiero, como digo, lanzar un punto de vista. Con un tema y terreno donde creo poder entrar, por trayectoria, formación y convicción. De lo contrario, me quedaría orillado. Como en todo cuanto no alcanzo a dominar, ni tendría porqué. Pero de Periodismo sí, hablo. Lo he sido, lo soy y seré si quiero. Periodista a mi manera, como la canción. Tal cual entiendo que se debe ejercer. Y con método y ortodoxia de la ciencia. Periodismo es una ciencia, de la información. Aunque en su práctica mayoritaria actual poco ensayo y rigor quepan, y deje mucho que desear.

El periodista, el científico, toda persona en sí, consiguen logros y también desatinos, como es natural. Pero en ésta, en casi toda profesión, debería ser la buena o mala intención puestas el fondo del asunto, la clave. El alma del oficiante tiene que sellar el resultado final, que tendrá crítica siempre. Aunque tan sólo fuera por ser, criticón, una de las condiciones más entrenadas por el ser humano, pendiente siempre de todo lo periodístico… o que aparente serlo.

Buscando un titular te puedes equivocar. Persiguiendo un reportaje arriesgas perder todo el equipaje. Firmando una entrevista te puedes salir de la pista… A todos, todos, nos ha pasado al menos una vez. Entrevista es, como lector y redactor, el género que más me atrajo siempre, por mi curiosidad nata, por afán de ampliar saberes, por disfrutar en vivo al protagonista que te lo cuenta de primera voz. En literatura, claro, me apasionan biografías y memorias. En mis entrevistas he tenido la suerte de recibir el agradecimiento de mis entrevistados. Eso se pelea en el antes y el durante. Conseguirlo prueba haber puesto esmero en tu trabajo. Lo digo orgulloso y sin modestia. Para mí fueron mis textos más celebrados y de mayor disfrute. Pero no siempre brillas como hacedor de preguntas… La batuta se tuerce en algún punto de la partitura y tienes que oírte desafinar para desplegar tus recursos de oficio, y de individuo. Es tu deber. Igual que un técnico evita un desastre o el médico salva al paciente. No hay excusa. Como teoría, está bien.

He conversado con muchos personajes. Conocidos. Anónimos. De un ámbito. De otro. De más o menos candelero y talla con diferente bulto. A los que yo seguí por años al detalle. A otros que me acababan de presentar… Eso sí es terrible: apenas hay momento de hacerte con esa persona que te descubren por primera vez, tienes que sentarte para llenar unos folios o una grabación que publicar y lo único que tú piensas es “pues claro; pero ¿el cielo no ha podido concederme ni cinco minutos previos de hemeroteca? Qué caray”. Todos tenían interés. Porque hasta del que te llega por sorpresa o trae menos aliño y aderezo tienes que sacar sustancia. Es tu reto y misión aunque no exprimas el máximo jugo. Como yo, con aquella cantante rubia -teñida- de enorme fama pero discreto intelecto, cuando asumí la derrota de volver a mi mesa, poner encima la cinta (qué tiempos) de la charla y preguntarme: qué hago ahora con esto. No hubo jugo ni juego. No asomó la magia. No estuvo bien por más que intenté. Como intentaste tú, Isabel.

Nos pasa. Y qué le vamos a hacer si en la intención iba un buen querer y todo se echó a perder. Yo esta polémica magnificada e insólita, que no veo como parte y ha eclipsado una pandemia mortal, un violento temporal y un enero con cuesta que empezaba a empinar y ya a nadie va a importar, no la entiendo. No comprendo que de una entrevista, que en mi facultad definían como “conversación inteligente entre dos personas inteligentes sobre temas inteligentes”, salga una ensalzada y otra defenestrada, cuando el resultado es culpa o virtud de dos. No es una balanza inclinada. Se presupone aquí sin remedio un malicioso punto de partida en la anfitriona que yo no encuentro, pero es tan destacado como repetido por las voces atacantes. Se invita a televisión a una televisiva señora de larga trayectoria para simpatizar con ella ante las cámaras en igual línea que, dicen, vienen manejando fuera de ellas las dos protagonistas durante años. Con afinidad. En confidencia. De amigas. El público va a ver algo nuevo. Y son precisamente eso, los años, la culpa del mazazo: no se puede decir una edad. Porque ofende. Y hasta denigra. Resulta que la agraviada se erige en tradicional bandera de vanguardia y ejemplo para toda mujer empoderada durante las últimas décadas catódicas, de plasma luego y leds ahora. La más de las modernas. Pero oye su edad y lo encuentra grosero. Y suelta un rápido exabrupto, más feo que la presumida afrenta, que no pocos le justifican. ¿Con la edad de un señor hubiéramos montado todo esto? Lo digo a propósito de igualdades…

Despachar la fecha del DNI, evidente y conocida de todos por ser alguien de toda la vida –de hecho por ellapasaba la vida”-, no es coqueto. Bueno. Pues miren, es que la vida es larga. Y se nos nota. Y a propósito, yo siempre me pongo el siguiente ya nada más cumplir el último, por si acaso y para tener presente lo vivido, porque es lo que soy. Cuarenta y nueve serán en marzo, y cincuenta al día siguiente hasta el marzo que venga… Yo, creía coqueta por ejemplo a quien esquiva un enfurruñe y da su mejor respuesta en todo momento, con ingenio, sin perder compostura y con altura. Digamos una Marilyn Monroe. Que sin faltarle piropos de tonta o vulgar -farfullados por bocazas, quienes sí lo eran cum laude- nos dejó entrevistas ejemplares en simpatía y veloz ocurrencia. Estúdienlas, aspirantes de Periodismo, si no quieren verse desarmados en directo.

La ofensa no es de coquetos. ¿De verdad se puede tomar ese ya exprimido comentario ante el espejo como una burla programada de la presentadora hacia su veterana colega? María Teresa no supo hacerse un Marilyn Monroe. Pareció más bien la madrastra a la que humilla ese espejo en favor de Blancanieves. Sólo que Isabel no era Blancanieves. Ni falta que le hace: la intención no era una emboscada sino desdramatizar la reciente imagen de su invitada, apartada de los platós y con un importante arrastre de poco amables calificativos por sus derroteros en realities y semanarios de quiosco. Y para ello escogió reírse, juntas, de lo que Wikipedia dice de cada uno y cuyo rigor sabemos que el BOE no es, desde luego. Aunque me cuentan, por cierto, que algunos en el Telediario de TVE la utilizan para montar vídeos, despreciando el inmenso archivo que atesora la casa. Pero eso es otra historia. O no. Porque si los servicios informativos de la televisión pública recurren a un arcano de segunda, no hay que lapidar entonces a la extremeña, que lo aportaba aquí como simple guía trivial para desarmar cotilleos. La de Málaga y Tetuán, por su parte, lo tenía fácil. Si tanta es la amistad, hago un alto y digo: mira, no me gusta, no nos está saliendo bien; vamos a recular. Pero escogió lo contrario, y dio vuelta al disfraz que había llevado durante la entrevista de la que venían, en su casa, sus dominios. Allí sí estaba todo a su merced y dedicó cariños y alabanzas a Isabel por sus logros de toda índole, no sin antes incluir en el lote diversas preguntas de corte personal, tan propias del género corrillo y mesa camilla que tanto promocionó pero luego no tolera para sí. En esas, hasta se le escapó una anécdota y nombró con naturalidad a su último compañero -el humorista-, a quien indefectiblemente esquiva cuando le preguntan por él. Ese viraje, y el constante recelo, desmontaron a Isabel Gemio, que se vio sin piropo en su propio programa, despojada de apoyo, y perdió rumbo. Porque es bien cierto que habiendo vínculo con quien está enfrente, si se entra en deriva el resultado es peor: los nervios traicionan más. ¿De quién fue entonces la encerrona?

Detenidos de nuevo en el leitmotiv de toda esta tormenta tengo que decir que maquillar por corrección política la rica madurez de una persona, de los mayores, no pudiendo decir “olé tus años” es volver a episodios recientes tan absurdos como la “mariconez” de Mecano en aquel concurso de talentos. Acabó en el mismísimo Senado, y reveló de poco apabullante aquel pretendido talento de los triunfitos y de todo su entorno, tan errados como cortos de miras. Puede que pronto sigamos en racha y algún día saquemos del baúl la minifalda que “no me gusta que te pongas a los toros” y trituremos todos esos discos. O los tan bellos de nuestra Jurado eterna -punto “de partida”, y aparte también, siempre- donde clamaba que no sentía nada cuando lo hacía, poniendo a caldo al partenaire, a quien llamaba además necio, estúpido y engreído para lanzar luego entronizada en todas las octavas posibles que prefería sencillos y antiguos “amores a solas”. Qué sentida llegó a ser la cultura popular. Estudiantes: eso sí es música.

Y, en fin, desfilan día tras día por el ring mediático los habituales vengadores de la entrevistadora, a sacar tajada otra vez y destacar, en una suerte -desde luego- de “Me too – Low Cost” (un “pues yo también de saldo”, en idioma patrio). Pero no merecen una línea. Porque si pretendían ponerla en evidencia, con o sin razón, se ponen ellos, apilando argumentos más viles aún que la supuesta bajeza que critican. Entre colegas (si lo fueran) no puede haber esos términos. Y entre simples personas (si lo fueran también) menos. Un sólo apunte más para los aspirantes de la profesión, tres de tres: se ha sumado en causa la nieta influencer, para confirmar el dolor por la ofensa, hablando de televisión, en televisión, y avisando nada más entrar que ¡no conoce! a “la mala” de la película, pero piensa igualmente opinar. Y lo hace. ¡Con un par de micrófonos! Eso es dinastía y no la saga Colby-Carrington, oigan. Escuela, legado y herencia. Seguro que esta señorita sí tiene a McQuail, Millerson y Fallaci en sus estantes. Y sabe que BBC no es un cosmético que aún no ha probado. Seguro. Ni lo duden.

No es esta la primera vez que se bombardea a Isabel Gemio, una mujer que, como tal, ve negados la integridad y respeto que reclaman para otras, con tanto rasgón de vestiduras a indiferente hora en los últimos tiempos. Mujer, que tiene las virtudes y defectos de todos. Y no escribo “todas”. Porque en el castellano que yo aprendí no hacía falta; y con él no he crecido inculto, ni machista, ni misógino, ni xenófobo, ni ofendido ni excluyente ni supercalifrigilístico. A lo que voy y pesa: habiendo tenido ella como tuvo el riesgo de defender formatos televisivos nunca vistos en nuestro país, logró auparlos con una aceptación popular que tampoco tenía precedentes, o muy pocos. No se pudo discutir. Por eso las envidias que siempre tienen palco en estas tierras hicieron acto de presencia, azuzando en distintos bandos, en despachos, en comedores, en cualquier insospechado rincón tratando de tirar un éxito evidente que estaba por encima de opiniones, placeres o pareceres. Isabel tuvo que pagar el triunfo, no sé si por ser mujer aunque tal vez. Y tuvo que encerrarse en una casa con denigrantes pintadas a diario en los portones. Una pionera del “escrache”. Y es que la caza nacional siempre encuentra presas.

Tuve ocasión de conocerla brevemente en aquéllas, cuando cursaba mi tercer año universitario. Como parte de un Seminario de la facultad, vine a Madrid a una grabación de su “Esta noche, sexo”. Yo trabajaba para incluir en un libro que editó el departamento de Periodismo un capítulo sobre pacientes con sida. En él inevitablemente se hablaba de cómo esa dolencia condicionaba sus encuentros íntimos. Referir eso a mediados de los noventa suponía batallar contra el prejuicio, el escándalo… y mucha ignorancia, desafortunadamente. En el programa se dedicó una entrega a este tema. Contacté con la productora para interesarme por aquel trabajo ya que parte de las historias y testimonios que recogía eran coincidentes con las entrevistas que yo estaba recopilando a la vez. Y me interesó mucho confrontar las maneras de los medios escrito y televisivo en un tema tan controvertido pero nada banal o morboso, ni tan minoritario como intuía la opinión pública. Aquel formato levantó ampollas -no se admiten chistes- hasta entre anunciantes, que lo vetaron y tacharon de todo menos divulgativo, pero sin poder empañar su repercusión y buena audiencia. No me voy a extender con ello porque ya lo escribí oportunamente en prensa y ahora lo que quiero es centrarme en destacar que como desconocido aspirante, de esos a los que he venido aludiendo, tuve recibimiento y atención. Tocando las doce de la noche, en un plató vacío ya de público y tras una larga jornada de puesta en escena que no hubiera invitado a mucha ceremonia más. Pero Isabel, amable, la desplegó unos minutos conmigo. A pesar de no saber qué intenciones podía yo llevar, estando el patio publicitario como estaba. Antes ya había estado con algunos técnicos y redactores, pero con ella conversamos de ese oficio al que yo era candidato en mitad de recorrido. Con algún guiño cómplice, la palabra-gesto que tantas veces ella ha enarbolado en el aire. Esa misma cortesía que en algún momento tuvo que recibir ella en los comienzos. La que dedicó toda la tarde además a asistentes, productores y hasta alguna que otra admiradora en el público a quienes no dudó en firmar fotos. Les animó incluso a estar partícipes desde el decorado según avanzara la grabación, que siempre quiso distendida y amena.

Vi esa buena onda casi una década después, durante mi etapa de redactor en aquella Antena 3 donde -qué cosas- llegué. Nunca tomé parte en sus equipos de trabajo, pero me escurrí varias veces en el vecino plató, donde ella colaboraba de buen tono con todos, grababa sin apenas pausas, eficaz como un directo, y en sintonía con lo que entendemos por labor en grupo. Porque si no, señores, no sale. ¡No tendría curriculum! Dice que esta gafada entrevista, su último escarnio, la dejará colgada en internet por respeto a sí misma y al propio equipo porque no deja de ser el resultado de mucha gente implicada. Todo esto no va de altanería. ¿O sí?

Podría recordar mi experiencia con la otra parte de este duelo de divas, como lo ha llamado alguno, que también la hubo. Mi intención primera era parecida. Pero con aquel encuentro, en los estudios de Fuencarral, soy tan breve como en realidad fue: un amago. Que no por tal prescindió de un estelar y a la vez improcedente gesto, apuntado con malas palabras, que me dedicó ella sin ni siquiera haber abierto boca, y las cuales no reproduzco. Tengo educación. Fue tal desplante que sorprendió a su propia asistente, quien seguía la contundente estela de sus talones y se apresuró a pedirme -tan anónimo yo- mil disculpas con evidente rubor ajeno. Quien a mi lado estaba perdió un mito. En mi fuero interno, mientras, pensé: un periodista sabio investiga, absorbe; no puede desechar nada ni a nadie sin ver ni escuchar, porque puede quedarse sin una baza cuya utilidad y valor desconoce, y siempre necesita con qué avanzar. Si es que quiere. Ciencia. Cada uno tasa metas y logros…

En los últimos veinte años Isabel Gemio se ha empeñado en ensamblar una familia, con esfuerzo e imprevistos, algunos duros de encarar y por todos conocidos luego, y atravesando por un matrimonio fallido del que hablaron siempre otros; nunca ni en los mejores tiempos despachó publirreportajes a color o abrió un balcón “24 horas” a su intimidad a cambio de talón. Dejó la televisión en lo más alto y no hizo burla en directo de sus jefes ¡y por pantalla! para volver contratada, por más de diez temporadas con máximos de oyentes, a su añorada radio esa vez; allí dio voz y palabra a los que necesitaban ser escuchados en el convulso inicio de siglo y milenio. Ha formado para la sociedad dos hijos bien dotados académicamente que afrontan el futuro con inquietudes propias y sin tirar de apellido para ganar plaza; ellos son sus mejores premios por muchos trofeos de carrera que pueda acumular en su despacho. Posee, sí, una buena casa, que no hemos encontrado repetitivamente en el papel cuché convertida en una suerte de coloso con entidad propia y en compraventa, porque su alarde es otro; la dejó unos años para volver a la capital y retomar pulso directo a la calle, integrar socialmente a los suyos, y seguir creciendo, con la gente. No ha tenido que inventarse colecciones de zapatos imposibles para alargar su imagen a esa gente, porque su oficio la hace presente entre el público. Ni escribir un libro sobre la majestad de Letizia para congeniar con ella y sumar tan real apoyo en asuntos de su Fundación, esa que creó para el mundo y poder investigar y combatir las enfermedades raras, su más sentido y digno empeño de vida, del que sí se explayó en un volumen editado dos años atrás con intención divulgativa y vendido a beneficio de tan necesaria causa. Tómenla por referente y apoyen, pues quizá esa institución pueda arrimar también valiosos avances que eviten otras tragedias como este mismísimo Covid 19. Todo suma. Y sigue.

La de Alburquerque no ha querido que el personaje se coma a la persona. En ocasiones ha brillado más como entrevistada que preguntando. Cuando promociona su fundación, mostrando durezas que ignoramos, y en busca de respaldo, huye del lamento. Orquesta charlas serenas, contundentes y bien documentadas. Con esperanzas. Sus recientes declaraciones y vídeos sobre la pandemia y su gestión, cómo nos afecta en cada caso o de qué manera la tratan esos medios de comunicación que tan bien conoce habrán sido rebatidos y hasta ridiculizados por algunos que sí se creen gurúes, intérpretes del bien y del mal; pero son palabras pensadas desde el no a la acritud, despreciando la alarma gratuita o el oportunismo electoral, entre otras malas praxis. Y tienen mucho de reflexión, de sosiego dentro de la zozobra que provoca tamaño panorama. Instando sólo a perseguir la solución, sin entretenerse en juicios y sentencias de culpa porque no es el momento. Más que nunca, no son tiempos para enzarzarse o agredir. Y así lo vive y cree. Aunque de nuevo no todos la entiendan en maneras…

Me alargué. Pero sin paja, creo. Tenía tiempo. Y ganas. Hacía mucho que no tocaba teclas… Si he aburrido o dicho inconvenientes, me acojo a esa dispensa Wilderiana y universal del “nadie es perfecto”. Termino con humor. Que conviene. La parodia lo es, y nos encanta: ¿recuerdan aquel “Homo Zapping” célebre? Por él pasó lo más ilustre y granado de nuestra televisión de entonces, logrando verdaderos hitos con algunos personajes. Para vestirlos de gracia la parodia precisa unir características propias de ellos mismos, las habituales, las que los hacen reconocibles. No se puede calzar algo que no les pertenece. Fíjense entonces en los modos y retazos empleados para recrear el estilo de cada una de estas dos figuras… ¿Partidista yo? Observo. Observen.