El anuncio y programa que hace el Gobierno para desescalar, retomar ciertas rutinas y resucitar la vida social que dinamitó el coronavirus, se nos aparece un tanto apabullante a la vez que confusa y poco digerible. En realidad recuerda a la carta o menú de restaurante en la que tratas de encontrar lo que te gusta y no acabas de saber si es salado, dulce, un postre o los entrantes. Como de comida china, y con perdón de los sensibles. Vaya por delante que listar semejante hoja de ruta es tarea tan ardua como insólita y con pocos o nulos precedentes, al menos en varios de los últimos siglos. Pero también es cierto que la batuta parece tan perdida como una partitura en un directo de Camela. Aunque su mérito tienen los muchachos. Los cantantes, digo. Viendo el esquema de acontecimientos agrupados por “fases”, no se acierta dónde encontrarnos, si en la primera, segunda, cuarta o la de Spielberg con los ovnis del año 1977 en cines. De momento, parece, en la cero, lo que se viene llamando “epicentro del desastre”. Bueno. El lío de viajes entre municipios, provincias, autonomías, condados, principados, pedanías, atendiendo a las susodichas fases, no es mucho menor. Si la peluquería tiene spa, o está dentro de un gimnasio, la cosa se complica; y si la cola para cita previa del fisioterapeuta coincide con la de entrar al teatro, habrá conflicto medicinal, porque ambas curan alma y cuerpo y a ver quién da más. Al tal vez poco ajustado cálculo de aforos fijados para según qué recintos, actividades u ocasiones, se une la incertidumbre de saber ¿y cómo se va a poder controlar sin que parezca esa fiesta donde “unos entran, otros van saliendo, y entre el barullo…”?
Durante estas terribles semanas, sí, terroríficas, es la verdad, iba considerando que no siempre se ha sido justo con los que están tratando de dirigir esta desgraciada etapa de nuestra más reciente contemporaneidad. La prensa ha perseguido con tontas preguntas cinco minutos antes ya respondidas el titular que luego hubiera de ser rectificado aun, en ocasiones, a falta de motivos. Al margen de ideas, partidos, votos -irrelevantes en momentos tan extremos donde todo lo positivo suma- nadie negará que a cualquiera que le llegara este paquetón envenenado tenía que quedar inevitablemente en shock inicial. Lo cual, desde luego, no por lógico le exime de ejercer con responsabilidad firme y un poquito humilde a la vez. Sin embargo no, no ha sido ecuánime del todo tanta crítica. Aun habida cuenta las previas alarmas sanitarias internacionales desatendidas, los posibles abusos de autoridad, o ingenuidad ante una voraz evolución después de tan tristes acontecimientos. No creo que nadie pueda dejar de dolerse ante tanta muerte y tanta impotencia del ser humano frente a esta crudísima adversidad, insospechada para un siglo XXI. Me parece un ejercicio mezquino que en la oposición se ande librando por sistema una batalla paralela al señalar culpables sin más maniobra que esa, lo cual nada aporta. Pelea en la que todos actúan resentidos y como niños de patio de colegio, que es en definitiva lo que vemos en nuestras Cortes hace ya demasiado tiempo. Como decía, no es justo.
Pero también es verdad lo que expongo ahora: la propuesta de hoy sí puede dejar definitivamente en mal lugar a sus padrinos, porque adolece de tanta precipitación como ineficacia. Es inexacta, es incluso y paradójicamente, alarmista y, lo peor, la guinda de una serie de desafortunados preavisos lanzados sin tener antes todas esas valoraciones de los expertos que tanto alaban. Esas cátedras pensantes de la Ciencia, la Sanidad, la Psicología, etcétera, lo son, en efecto. A ellas se confían nuestros dirigentes. Y los elevan como “Supertacañones” del “Un, dos, tres” en las alturas, que de todo sabían. Pero se adelantan siempre desde sus púlpitos, como un almendro en la campiña, con estrépito irremediable. No, señores gestores, ministros, presidente: no hay que articular sin tener donde agarrar firme. Es ir a examen sin estudio. Y ya no estamos en parvulitos. No dudo de su actuar con buenas intenciones, igual da qué color tengan, pues, insisto, recogiendo tanta pena y sufrimiento no podrían construir futuro alguno. Tampoco castillos sin cimientos. Entonces ¿por qué nunca esperan a tan doctas premisas antes de atacar el guión? Quieren conducir sin carnet. Se están equivocando. Y no lo ven. Qué será de todos lo demás jirones -financiación, empleo, justicia- cuando haya que seguir zurciendo.
El fin del confinamiento. La vuelta a la normalidad. El después del antes… La “descalabrada”.