Jul 242023
 


Sólo los confiados, incautos, los que no querían ver se han llevado la sorpresa. Porque lo imprevisible estaba más cantado que el premio gordo de la lotería (a 40 grados se están pegando ya en colas por el de la próxima Navidad, con que, cuidado) Y paradoja: sin ser un premio. Tenemos un regalo, envenenado. Eso es lo que nos han dejado las urnas del fin de semana. El resultado que no convence a nadie porque deja a todos sin cobijo.

En este mundo tan fragmentado, que no diré que sea el mejor, pero es el que hay por obra y gracia de la “globalización”, y vuelta a la paradoja, se impone la necesidad de entendimiento. Pero no lo tenemos. Es deseable la sensatez y cierta paridad de ideas para encauzar lo práctico, pero no lo tenemos. Urge recuperar la visión panorámica y no exaltar per se lo anodinamente particular, y no la tenemos. En definitiva: creimos encontrar la mejor fórmula constitucional hace… ¡cincuenta años!, pero no, ya no la tenemos. Ese es, otra vez el resultado del análisis y lo que dice la calle. Una calle a la que a veces, por imperfecta y gritona, sí habría que decirle eso, que se calle; pero ya que habla, tratemos de traducir su discurso. Y lo que cuenta, sin ser muy amable ni gustoso, requiere una firme acometida.

Que íbamos a tener dos frentes casi antagónicos y muy igualados, se sabía. Sí se sabía. Pero aquí siempre nos refugiamos en que ya vendrá un milagro. Una vez más la corte celestial nos da un corte, de manga, y nos deja la corte, de diputados, en batalla. Es una ocasión compleja, porque el bloque de derecha no va a lograr los pactos que le procuren sillón. Y el de la izquierda lo alcanzaría a costa de duros, y quién sabe si oscuros, negocios. Una segunda votación tampoco nos va a traer solución, habida cuenta que llegaría al Gobierno la fuerza más votada, por cuenta simple. A tenor de un conteo similar al actual, ese partido tendría, sí, el Gobierno, pero no poder, ni maniobra, ni nada útil en su mano: con las actuales circunstancias de exaltación del ego y negativas ancladas en el “porque lo digo yo”, no tener mayoría hace imposible cualquier propuesta legislativa. Siempre habrá grupos encontrados, y bloqueos, con el resultado -riesgo no, resultado- de cuatro años más por delante de peleas, estancamientos, choques y regreso a la casilla de salida con una vuelta al voto aún menos esclarecedora. Porque, seamos serios y realistas: si no acometemos de una vez un reajuste constitucional, este laberinto crece.

En los 70, después de una dictadura, y con buena parte del resto del mundo calzando zapatos de otras tallas, era lógico tratar de impulsar diferentes estilismos, para que cada uno caminara con lo más cómodo, lo más moderno, lo que le diera la gana. Pero se calcularon mal los riesgos. Y el resultado es esto: un Congreso, un Senado, una parque de Autonomías; Diputaciones, Ayuntamientos, Concejos; Pedanías, Condados, los Fueros… y un Rey. Durante algunos años funcionó. Pero medio siglo después, y qué medio siglo, “eso” es más frankenstein que el reciente sanchismo. No querer reconocer que nuestra carta es más “manga” que magna refleja que tenemos el peor punto de arranque de futuro. Y de presente. Nos enfrentamos a una fragmentación pública y política -y hasta humana- sin igual, impropia de estas alturas de partida, totalmente antagónica a los tiempos faraónicos e imperiales, pero tan poco saludable, por ilógica e irracional. Porque no equilibra. Porque ir disolviendo el poder sin medida es tan perjudicial como concentrarlo en uno único.

A mi corto entender siempre le resultará más razonable como idea el contar con un amplio y buen equipo de asesores, ideólogos, que impulse luego a decidir a un selecto grupo de poder antes que lo contrario: dar poder a un igualmente amplio espectro de intervinientes que, a cambio, sin criterio ni asesoramiento y llevados por su ignorante ego particular, individualice dicho poder. Esto último lo hace estéril: se pierden los referentes, la perspectiva, la mesura, la armonía, el respeto, el acercamiento, la vecindad… la condición humana. Un poder en extremo dividido -paradoja de nuevo- tiraniza el mundo. Señores, congéneres: hasta en el desencuentro debiera haber civismo. Y no lo tenemos.