En un alarde de modernidad y vanguardia, tanto monta (el viajero cada día, me refiero), Metro de Madrid está inmersa en la enésima encuesta pública que lo eleve al olimpo de la buena gestión. “Los mayores Metros del mundo” se llama el invento, que pretende entretener con preguntas y retrasar más si cabe al sufrido usuario que corre pasillo a través camino a la oficina, una cita, al médico o de rebajas. Casi todos con su tupperware a mano, tanto el que trabaja y no vuelve a tiempo a casa como el más previsor que teme verse atrapado en algún punto de la red con “incidencias técnicas” sobrevenidas y de duración indefinida. Ajenas siempre a la Compañía. Por descontado.
A falta de chófer -y de pareja (de baile)-, es éste el trenecito que me toca hacer jornada tras jornada. Hoy, de camino a una gestión en los juzgados, en la conexión de líneas 5 y 10 me he topado con las retenciones que logré evitar anoche en la carretera de final de puente. No era la encuesta sino un control de billetes, algo a lo que no pocos accedían de mala gana por tener que rebuscar de nuevo su pase y por el tapón que se estaba formando ante la barrera de tres sonrientes revisores cortando el tránsito normal de viajeros y hasta intestinal de alguno de éstos, dado el careto de premura que lucían. Por lo que me tocaba, me hubiera gustado más enseñar dientes que el billetito de marras. Con toda educación, eso siempre. Pero feliz de poder dejar constancia del sempiterno descontento que me invade no bien piso cualquier vestíbulo de Metro. Lo primero, por la conocida y definitiva ausencia de empleados en taquillas y accesos a quienes dirigirse para consultar o resolver imprevistos de cambio de efectivo, atascos de expendedores o puertas bloquedas, y a la vez sentirse un poco más humano y arropado en medio de este universo de tornos mudos y máquinas tragaperras y escupe papelitos. No es tema baladí, puesto que no sólo te encuentras una y mil veces desasistido sin poder avanzar en ese fantasmal “túnel” de bienvenida o salida del usuario, es que además se te queda cara de idiota primero y lástima después si en mitad de la urgencia te da por pensar: pero ¿dónde se van mis tasas e impuestos si aquí abajo cada vez hay menos empleo?
Sigues pensando mientras tratas de pagar para bajar al andén a pillar el siguiente convoy antes “de 8 minutos”, y te das cuenta que tampoco la puntualidad, el servicio o la salubridad parecen ser destinatarios de semejantes recursos: la empresa proclama con insistencia que no cubre gastos pero las tarifas no bajan ni a cañonazos. Si tampoco hay taquilleros, ni jefes de estación; las escaleras mecánicas ¡de un sólo tramo! tardan hasta tres meses en renovarse y volver a estar operativas; las bocas de algunas aceras en estaciones con varias entradas permanecen cerradas sine die, o los partes de incidencias continúan polvorientos en los cajones porque nadie hay que te los pueda sellar para justificarle al jefe que aun levantado a tiempo nunca fichas a tu hora… ¿¿qué carajo de sondeo nos quiere encasquetar esta gente??
Conozco el Metro de París, el Metro de Bilbao, el Metro de Barcelona, el Metro de Madrid y hasta el Ligero. El mejor, sin duda, el de costura. ¡Sobre todo tras ponerse a dieta!
Y en este estudio ¿también participan perros y bicis?
May 032017