May 052015
 

Lo tengo. Con su cubierta en rojo y negro que aprieta las quinientas páginas. En la exclusiva edición española del IORTV del 83, venida veintidós años después de la inglesa original. Y que me regalaron mis tíos por dos mil pesetas, según precio impreso, al cumplir los once. Eran tiempos en que las dos pantallas -enorme y blanca una, en los patios de butacas de cada esquina y grandes avenidas; de 625 catódicas líneas otra, en casa- me atrapaban por igual. La primera, por ritual casi semanal de mis cinéfilos padres. La segunda, diaria y por culpa de tantos encantadores de lentes en plató, atrapando en sus miradas las de cualquier cámara que les retara. Yo me pasaba horas estudiándolos, con mi libro en mano. Suponiéndolos, con envidia, naturales sabedores de todas aquellas páginas en inglés y español, porque así lo dejaban plasmado en sus programas. La Primera y el UHF. Dos canales. No había más. Ni falta que hacía. En realidad, esa biblia de la televisión que refiero, y que lleva el nombre de su autor, Gerald Millerson lo dedicó a técnicas de realización y producción más que a fórmulas para embelesar audiencias. Pero bien claro tengo que cualquiera que pretenda conquistar al objetivo de ese trasto que todo lo ve y llegar por él al público ha de conocerlas también. Y sentirlas. Y hasta sufrirlas para poder volverlas disfrute suyo y para los demás. Estoy convencido de que Jesús Hermida logró carnalizarlas.
Con su trabajo hasta el límite escribió en esas 625 líneas su propio manual de cómo traspasarlas. Romper la pantalla. Un preciso -y precioso- catecismo que no se puede comprar. No lo imprimen ni se reedita. No hay versiones ni traducciones. Pero está disperso y presente por miles de celuloides, discos, cintas y hasta archivos digitales de voz pausada e imagen con flequillo. Juntos todos, gran icono, esos miles nunca acabarían de llenar páginas por millones. Las más ejemplares que asomaron y puedan asomar aún por esa ventana llamada tanto tiempo “caja tonta”. A este señor de la Comunicación, que es más que Periodismo, nunca se le pudo llamar tonto. Por eso, la “caja” es Hermida, y “televisión”. Uno son, no ella y él.
En este oficio que es contar, quienes queremos y respetamos el rigor de lo bueno y su credibilidad no podemos ya copiar o imitar, sino pedir un imposible: Ojalá todo aquéllo se volviera a repetir.