Dic 312014
 

Que Madrid quiere ser, y a veces lo es, internacional, estoy de acuerdo. Que en cuanto a chafardeo, otras, tampoco se queda corta, pues también.

165 años cumplirá en 2015 el Teatro Real. El coliseo operístico español por excelencia lleva décadas aspirando a convertirse en referente mundial infaltable. Como la Ópera de Sydney, el Metropolitan de Nueva York, el Palacio Garnier de París. O la mismísima Scala de Milán. Desde luego, no será por estrellas. Tenores, sopranos, orquestas, partituras y hasta bailarines de renombre han pasado alguna vez por el escenario del Real en sus dos siglos de existencia, amén de afamados compositores. Strauss entre ellos.

Impulsado por el rey Fernando VII, tardó casi veinte años en levantarse, sobre el antiguo teatro Caños del Peral, como parte del proyecto de remodelación de la Plaza de Oriente. A escasos metros del palacio real. La intención del monarca era destacar a Madrid como gran capital en una Europa cuna y espejo de una de las artes musicales tan exquisita como erudita desde tiempos sin memoria. Los avatares de su historia se cuentan por decenas. Unos mejores que otros, pues a las noches de triunfo para Fleta, Gay, Stravinsky o el infaltable Domingo, hay que sumar otras tan trágicas como cualquier acto del mismísimo Verdi. Muestra inolvidable, aquella velada en que Gayarre actuó por última vez, con el aria de «Los pescadores de perlas» que desató la mortal pulmonía que acabó con su vida un mes después.

La cruel guerra civil sesgó vidas también, tantas como aplausos pudieron resonar entre los muros del Real, que no se libró de males durante el conflicto bélico. El desuso, los polvorines y hasta las obras subterráneas del Metro de Madrid casi le cuestan una nueva ubicación en la Castellana, paseo que por aquel entonces se llamó Avenida del Generalísimo. Un cuerdo proyecto de rehabilitación logró mantenerlo en su parcela de siempre, y 1966 fue el año de su segunda inauguración. Desde entonces ha acogido reestrenos, reapariciones estelares y también numerosos debuts. Especialmente en los últimos años, hábilmente aprovechados por sus responsables para lograr repercusión en los cinco continentes. Prueba fue, y cómo no, la primera representación en este 2014 que termina de “Brokeback Mountain”, el relato gay de Annie Proulx que ella misma trasladó a libreto operístico tras el éxito de 2005 en el cine. Amantes y detractores del bel canto, por igual, pusieron orejas y ojos sobre las tablas madrileñas, ávidos de emociones fuertes dada la polémica temática del relato. La maniobra publicitaria salió de órdago.

Pero los desatinos de los diferentes gestores del coliseo, también. Habrá quienes me llamen rancio, elitista o extremista. Vayan ustedes a escoger. Pero no dejaré de pensar que si queremos ser serios, habremos de serlo y parecerlo a la vez. El Teatro Real, en mi opinión, parece abocado a convertirse en un espacio multiusos disponible al mejor postor según capricho y/o talonario. Pues ya me dirán qué necesidad hay de rentabilizar su pretendida majestuosidad convirtiéndolo en anfitrión amordazado para entregas de premios varios, ruedas de prensa de dudoso abolengo y hasta rifas. Que la lotería del 22 de diciembre, aun muy navideña, no deja de ser eso: Una tómbola.

En el Teatro Real han sonado voces, algunos dirían de ultratumba, por profanas. Como fue la del maldito Erik en los bajos de la ópera parisina, tormento inequívoco de los amantísimos Christine y Raoul. En Madrid se dieron cita las de Iva Zanicchi, Frida Boccara y Salomé. Sí. Corría el mes de marzo de 1969. España era la encargada de organizar el Festival número catorce de la Canción de Eurovisión tras el triunfo en Londres de Massiel, en la anterior edición. Para dar mayor empaque a la ocasión, qué mejor que contar con la joya de la corona, cuyo escenario fue decorado por nada menos que Salvador Dalí. Eran tiempos de tirar la casa por la ventana en los que el país de la playa y la dictadura necesitaba del beneplácito de mundo entero. Y la Benidorm de rascacielos y bikinis no era suficiente. 40 años después, sin embargo, la capital tiene auditorios de sobra como para que los infantes de San Ildefonso sacados del tradicional salón de sorteos de la calle Guzmán el Bueno para cantar sus gorgoritos mágicos tengan que acabar en un templo operístico. Ya van tres diciembres.

También los Goya del cine patrio huyeron de los habituales palacios de congresos -dos, para más opción- en 2011. Y recientemente, las ilustres salas del teatro han acogido además galas de premios de moda que otorga una conocida revista del gremio a la que no pienso desde aquí añadir publicidad. En sus balcones, para rematar, la vitoreada acogida esta semana de Violetta. No, no, de traviattas nada: Martina Stoessel. La enésima estrella adolescente a mayor gloria de la factoría Disney, urgida en ocupar el vacío de Hanna Montana, la hoy deslenguada -nunca mejor dicho- Miley Cyrus. La nueva heroína está de gira, y aterriza en Madrid desde su Buenos Aires natal. Ha llenado la plaza de Oriente para histeria de sus seguidores, que parecían repetir la escena de medio siglo antes, cuando la no menos argentina y alabada Evita salía a otro balcón, justo el de palacio, al lado opuesto, del brazo de Franco. Aquélla, ridícula entre visones en pleno mes de julio. Violetta, algo más ligera de ropa a pesar del frío invernal, igual de impropia. No se aclaran muy bien estas boludas, con el cambio de estaciones. Ojalá no tengamos que sufrirla pronto en eterno topless, como su antecesora Cyrus luce ya, una vez se le ha puesto a disposición el Real para recibir a sus fans. Y si va a cantar en el Palacio de Deportes después de año nuevo, ¿qué necesidad había de montarle este circo?

La Sinfónica de Madrid, titular del teatro, acompañará a Miguel Ríos en concierto la próxima noche de Reyes. Paloma San Basilio lo hizo el 6 de enero pasado homenajeando a los musicales con todo el aforo puesto en pie… Son licencias menos agresivas, ¿no creen? Se les conoce como voces internacionales de primera fila, con sendos Grammys en sus estantes, con millones de discos y entradas vendidos y célebres flirteos con clásicos ambos. La hijísima -dicho con cariño- del mismo Alfredo Kraus homenajeó al tenor hace dos meses en idéntico escenario con su estilo jazz, uno de los muchos que domina… ¡Claro que el Real puede ser algo más que ópera! Mejores ejemplos no podemos encontrar.

Las discrepancias por llenar cartel y agenda han provocado episodios casi cómicos en la historia. Como negar el Patronato hace casi veinte años a José María Cano estrenar su ópera “Luna” por considerarla menor y cuasi mecanera. ¡Teniendo a Domingo, Arteta, Fleming y Berganza en su elenco! Curiosamente, su hermano Nacho, rival y sombra en el grupo, sí tocó allí los doce minutos de su “Música para una boda” a los entonces Príncipes de Asturias con motivo del real enlace…

¿Podemos? ¿Ser un poco más serios con el devenir taquillero de nuestro teatro de la ópera?