Dic 282014
 

Millón superado. En euros, y apoyos. Felicidades.
Me congratula comprobar que, a pesar del despilfarro que suponen estas fiestas para muchas carteras (y no diré “innecesario” por redundante), todavía quedan bolsillos generosos con las buenas causas. La Fundación Inocente Inocente celebró anoche su tradicional gala solidaria por Navidad, dedicada a paliar el cáncer infantil, que TVE se encargó de retransmitir por tercer año consecutivo. Lo hizo, por cierto, desde sus recién vendidos Estudios Buñuel, en Madrid, otrora estelar mini ciudad del cine a mayor gloria del recordado productor Samuel Bronston. El de “55 días en Pekín”, sí, y papá de Andrea, la eterna corista de Sesto y Bosé, entre otros vocalistas patrios de renombre. A lo que vamos: Imagino -hubiese querido, al menos- que la Corporación aprovechara para contribuir en el show de anoche con un pellizquito de los jugosos 35 millones que se embolsará por dicha venta. Además de haberse puesto artística y técnicamente al servicio de tan noble fin, no estaría de más que alguien, por una vez, y sirviendo de precedente, desviara recusos públicos para algo verdaderamente altruista y que merezca la pena antes que gastarlos en fruslerías o vergonzantes cuentas extranjeras.

Fue como casi todas. Una gala larga, con altibajos, emociones y sorpresas. Pero sin anuncios. Eso, y la recaudación, resultó sin duda lo mejor. Bueno, para ser justos, hubo otros y otras sobresalientes que hay que reconocer. Sin ir más lejos, los inocentes del año. Lorenzo, Montero, Hurtado, Hazas y Rosana lucieron bastante convincentes como protagonistas de bromas blancas y bien preparadas. Pero, por chirriantes carencias de guión, ausentes fueron luego -salvo la cantautora canaria- en directo en el escenario de los Buñuel. Es disculpable que estas fechas tan apretadas en compromisos pudieran haber impedido su visita al plató y compartir impresiones tanto de los sustos como del orgullo por sufrirlos, dados los fines y circunstancias. Por allí pasaron como suplentes anteriores protagonistas de estas siempre esperadas inocentadas, como el inevitable Santiago Segura (no se pierde canal ni programa en que aparecer), y la siempre agradable y especialmente elegante ayer Natalia Millán. Igual de simpática estuvo Chenoa, con una canción cuyos derechos ha cedido a la Fundación, o el grupo Auryn, ese en el que cada uno defiende su corte de pelo pero saca idéntica neutra voz. Muy naturales, eso sí, colaboraron incluso en el centro de llamadas, además de actuar, atendiendo personalmente a alguno de los televidentes que ofrecieron donativos.

Ilustrativos, interesantes y hasta esperanzadores fueron los reportajes desde hospitales y residencias que el director del show fue repartiendo a lo largo de la noche. Siempre he dicho que el primer paso para curarse del cáncer es no tenerle miedo y verlo y reconocerlo, asumirlo con nombre y apellido, porque es la única manera de combatir con garantías. Y si estas imágenes, no por dolorosas desagradables, contribuyen a normalizar la convivencia con una enfermedad más habitual y extendida -por más que nos pese- de lo que se piensa, bienvenidas sean. Como se pudo comprobar una vez más, los enfermos de cáncer tienen, dentro de su infortunio, la bondad de infundir inagotables cargas de energía y reconciliarnos con el espíritu de positividad y paciencia que cada día perdemos hasta en un simple semáforo rojo de cualquier ciudad. Y siendo los enfermos niños, mucho más.

Había, pues, que estar a la altura. Por ellos. Por todo. Y a pesar de contar con dos presentadores de casi dos metros, al final fue la chica subida a unos tacones blancos quien hizo sombra a ambos. Sin ser una habitual en estas lides dicharacheras, llegaba -para más inri- como sustituta urgente de Paula Vázquez, otra vez indispuesta a última hora. Deprisa y corriendo, María Casado agarró los papeles, y se comió a Y medio e Iturriaga. Fue la más atenta, la más despierta, siempre ocurrente, simpática sin artificios… El contrapunto fantástico a dos señores que, no es nada personal, sonaron forzadamente correcto el actor y cómodamente asentado en rutina el deportista. Como dormidos en laureles, fueron arrollados por una ex presentadora de informativos que con sus debates matinales abandona su hiératico pasado y se va soltando como conductora amena, espontánea y humana. Que lo mismo te ríe como llora sin quererlo o pide disculpas a una tertuliana amiga -pero impertinente- sin tener porqué. Anoche sólo tuvo dos enemigos. Un guión tan inconexo como imposible, y un estilista que repescó de los cincuenta un modelito que en nada, salvo el color, favorecía a María. Color que repitió con la encargada del centro de llamadas, tal vez por equilibrar protagonismos, pero con igual desatino de conjunto: Carolina Casado, en su estado de buena esperanza, no necesitaba enfundarse tan ajustado patrón y bien pudo lucir un modelo algo más acorde y, sobre todo, cómodo para estar cinco horas en antena. Su asesor quiso ser tan moderno que hasta le proporcionó aquello de lo que prescindió, menos mal, con la otra rubia de igual apellido: Joyas adosadas. Cual chalé pareado. Al estilo reina Letizia en el día de su proclamación. Un look correcto y alabado, pero no a toda costa exportable, como pudimos comprobar. ¿Son estos modistos los encargados también de vestir a las presentadoras de informativos con escotes y manga corta mientras nos hablan de borrascas, nieve y temporales? Suponemos ya estarán apartándoles blazieres y fulares para el próximo agosto…

Al filo de las tres de la madrugada acabó un evento televisivo del que me felicito, reincido, por sus logros emocionales y de talón bancario, y la sorpresa de ir conociendo las mejores facetas de una profesional cuyo primer acierto fuera del Telediario fue cortarse el pelo. Y empezar a desatar simpatía. Acontecimiento, no obstante, en el que las batutas de texto y realización se llevan un suspenso. Tripular ese barco durante largas horas y sin publicidad colchón es titánico, sí. Pero aquello parecía unas prácticas de escuela sin un triste y manoseado Gerald Millerson de cabecera. Por eso vimos al fondo de la pantalla cómo entraba por detrás de la caja el compañero del ilusionista Yunke que iba a aparecer por arte de su magia. Y así los presentadores daban paso a vídeos que sólo a veces coincidían con su discurso. O sentaban invitados -los pocos que fueron- a una precaria mesa camilla con mantel rojo, trayendo a plano un reducido y triste graderío. Eso, en pleno siglo XXI, con la tecnología de bandera y los recursos a discreción que sólo TVE se permite sí o sí, no se puede disculpar. Expertos y profanos que recuerden tan sólo las ochenteras noches viejas de Prado del Rey o los especiales en Florida Park y Casino Gran Madrid saben de qué hablo.
No es de recibo. Que no.
¡Ah! ¿Era su inocentada? Pues no tienen sueldos de broma, precisamente.